Nafarroaz enpo. Así se expresaba Joxemiel Bidador en un reciente artículo publicado en Berria (abenduaren 3a). Se declara harto de Nafarroa: «kokoteraino nago Nafarroaz»; betekadaz…; hain da sakona eta astuna eguneroko jarauntsia… Se le puede comprender. Con el fardo que cargamos desde hace siglos (guerras, represión, prohibiciones, retroceso del euskara -de nosotros mismos, euskaldunes-, etc.), es natural que uno esté asqueado de ser de la tierra. Y normal que a más de uno le asalte, siquiera por un rato, la ocurrencia de ser australiano (pero no aborigen), o quebecois (pero no de las tribus emplumadas), o lo que sea, siempre que dé prestigio y pocos disgustos.
Lo que ya no es tan lógico es que cargue el hartazgo a la cuenta del vecino, o de los naturales del lugar, tan castigados como uno mismo. Suele ocurrir, cuando se pierde la autoestima, y uno empieza a sentirse más cómodo en el modelo oficial, normalizado. Es el caso que le sucedió a Jon Juaristi que, también cansado y aburrido de la escasa gloria de ser bilbaíno, pasó de acérrimo nacionalista vasco a español furibundo. Dice Urrutia Capeau que la estupidez es como la energía, que ni se consume ni se destruye; sólo se transforma («Ergelen nombrea»*. Pamiela). Oportuno aviso. Esperemos que Bidador no llegue a tanto.
Sostiene Joxemiel que en Nafarroa tenemos un problema sin arreglar, y es identitario («Nafarroan konpondu gabeko arazo bat dugula, eta arazo hori identitarioa dela»). No creo, aunque algo de esto haya, que sea un diagnóstico acertado. Es cierto que tenemos dificultades de todo tipo, de autoestima, identidad, de lengua euskara… Pero nuestro verdadero conflicto -raíz de todos ellos- es que somos una sociedad dominada, que desde hace siglos no consigue vivir libremente su propio tiempo. Nuestro problema es que estamos integrados a la fuerza en el reino de España (éste sí un reino, arcaizante, retrógrado, sostenido en la violencia y el mito) y, aunque inmersos en los efectos de la globalización, la sociedad postindustrial, la posmodernidad, la supuesta democracia, etc, no constituimos un sujeto soberano. No alcanzamos a ser lo que, con bastante más naturalidad, han conseguido Montenegro o Lituania, sin ir demasiado lejos.
Por lo que nos toca, asegura Bidador que, pasada la moda de la Navarra Marítima, comenzó a apagarse la voz de Nabarralde desde que renunció a su salto a la política; perdió credibilidad; no supo vender su proyecto («Nabarralderen oihua apaltzen hasi zen politikarako jauzia egiteari utzi ziotenetik, sinesgarritasuna galdu zuten, proiektua saltzen ez zuten jakin izan»). Es probable que lo nuestro, en efecto, no sea vender, porque el pensamiento y la cultura nunca han sido un buen negocio y menos en estos tiempos; a no ser que trabajes para el gobernante, para el poderoso, que ya es otro asunto. ¡Ya nos cuesta, ya, sacar adelante Nabarralde mes a mes en números y recursos! Pero en el resto del apunte Bidador desbarra por completo. Nabarralde nunca ha tenido vocación de dar el salto a la política, entendida como ese juego de partidos, votos y parlamentos. Para eso ya están otros. El interés de Nabarralde es despertar la conciencia de las gentes de Navarra (su orgullo colectivo, memoria histórica, conocimiento…), aquello que de pueblo en sí lo transforme en sujeto para sí, protagonista de su tiempo, soberano y artífice de sus decisiones y proyectos.
Memoria histórica, patrimonio, toponimia, recuperación identitaria, valores colectivos, cultura, pensamiento, territorio, cohesión del país, euskara (lingua navarrorun; ¿también le hace ascos Bidador a este término?) son algunos de nuestros campos de interés y trabajo. Ciertamente, también todo ello es política; que se lo digan a Sanz o a la Barcina, que entran a diario a degüello bien sea contra un yacimiento arqueológico, un Euskal Jai, las ikastolas o lo que se ponga a tiro. Pero Bidador se refiere a otra lectura de la política y patina de medio a medio.
Cuando quieras, Joxemiel, lo discutimos. Entretanto te sugiero que no tomes Nafarroa como motivo de náusea y asco, y no olvides el caso de Jon Juaristi, ése sí, vomitivo y nauseabundo.
* «Ergelen nombrea fingabea da»: el número de estúpidos es infinito. Afirma Capeau que esta cita aparece en el Eclesiastés. Pero otros aseguran que proviene del Talmud.