El gobierno español ha comenzado a filtrar pequeñas dosis del próximo dictamen del Tribunal Constitucional sobre el nuevo Estatuto catalán. Como para ir abriendo boca, tal vez para evitar que su decisión, inoculada en la sociedad catalana en una única dosis de gran impacto, provoque un tsunami de consecuencias impredecibles, el periódico El País, erigido en portavoz oficioso del gobierno una vez más, dejaba caer ayer que el TC prevé cargarse la cualificación de Catalunya como nación. Una cualificación que ni siquiera aparecía en el articulado del Estatut, sino en el preámbulo, para evitar suspicacias y problemas con el rancio nacionalismo español que practican PSOE y PP…
Pero ni por esas. El jacobinismo español no transige ni con ese brindis al sol. Lo del acuerdo entre diferentes nace y muere en el ecosistema propagandístico del nacionalismo español. No hay vida más allá del discurso nacional hispano.
En la «España Plural» de Zapatero y Rajoy no hay diferencias nacionales por la misma razón que en el Irán de la revolución islámica no hay homosexuales: porque la ley lo prohíbe.
Para
Esa es la gran trampa del nacionalismo español, en la que están cayendo ingenuamente los partidos que representan a las mayorías sociales vasca y catalana: cualquier norma que pretenda el reconocimiento de la existencia de las naciones vasca y catalana sin una reforma constitucional está condenada al fracaso. Si los partidos vascos y catalanes aceptan buscar el acomodo legal de sus naciones en la legislación por debajo de
En este sentido, Manuel Castells establece claramente lo que caracteriza a un estado democrático del que sólo lo aparenta o no lo es en absoluto. Así, distingue entre «representatividad» o «dominación». La primera haría referencia a aquel sistema que en primer lugar busca un acuerdo entre las distintas sensibilidades sociales para luego trasladar el acuerdo al acervo legal, de manera que las instituciones resultantes representarían a tales diferentes sensibilidades en la medida en que gobernarían aplicando una ley que es el resultado del acuerdo inicial.
La segunda, por contra, haría referencia a un sistema en el que intencionadamente se deja fuera del acuerdo inicial a una o varias sensibilidades divergentes. Al hacer esto, el acervo legal no recoge las propuestas de estos colectivos apartados, de manera que las instituciones de aquel emanadas son vistas por los segregados como instituciones ajenas -que no los representan-, y su aplicación de la legalidad vigente se percibe por estos colectivos como una imposición. A esta fórmula, Castells la denomina «dominación institucional», y asegura que una consecuencia inevitable del recurso a esta fórmula de gobierno es la inestabilidad política y social.
La propuesta de Castells es de aplicación inmediata en nuestro caso. Los acuerdos iniciales que dieron lugar a la redacción de la vigente constitución española dejaron de lado a quienes, perteneciendo a la fuerza al estado español, detentaban una identidad nacional no española (recuérdese cómo se ha quejado siempre el PNV de que fue intencionadamente dejado fuera de la ponencia constitucional).
La consecuencia inevitable de esta situación es que la actuación de las instituciones españolas es percibida desde Euskadi y Catalunya como la imposición de un poder ajeno, lo que Castells denomina como una «dominación institucional», es decir, la utilización de las instituciones del estado como martillo para imponer su voluntad y acallar la disidencia, por parte de los poderes que controlan el Estado.
La consecuencias que podemos extraer de este análisis son varias. Una, que vía renovación estatutaria no se va a normalizar la situación. No es posible que un nuevo estatuto solucione el problema cuando el problema es identitario y
En este sentido, la estrategia del nacionalismo español respecto a los rebeldes vascos y catalanes ha sido muy clara desde
La segunda consecuencia que podemos extraer es que si existe en alguna parte una verdadera voluntad de evitar la inestabilidad que genera el problema identitario, la vía que ha de tomarse es la de conseguir un sistema de gobierno realmente «representativo» en los términos de Manuel Castells. Es decir, alcanzar un acuerdo que incluya a quienes detentan una identidad nacional diferente (un verdadero acuerdo entre diferentes); a partir de ahí generar una nueva legalidad y de ella, a su vez, unas nuevas instituciones que, por fin, sean consideradas como realmente representativas por todos los implicados.
La tercera consecuencia a extraer es la convicción de que la última palabra la tienen las ciudadanías vasca y catalana. Y desde luego, no ETA. Me explico.
Siguiendo la reflexión de Castells, lo que mueve al Estado (a quienes lo controlan) a llevar a cabo un cambio político es la necesidad de poner fin a la inestabilidad política y social generada por la movilización de aquellos sectores sociales que fueron apartados del acuerdo inicial. Por esto, para Castells el destino de todo gobierno democrático es el cambio constante, pues para ser realmente representativo necesita estar integrando en sus acuerdos básicos a todos aquellos colectivos que, con el devenir del tiempo y los cambios sociales subsiguientes, demandan ser tenidos en cuenta.
En este sentido, pues, son los propios ciudadanos vascos y catalanes los que, con su movilización o desmovilización, tienen en su mano provocar cambios en el status quo de Euskadi y Catalunya o asentar definitivamente el modelo impuesto por las instituciones del Estado.
Desde luego, en este contexto lo que está claro que no va a producir cambios políticos es la actividad terrorista de ETA. Muy al contrario, la mera existencia de un grupo armado que expresamente pretende forzar al Estado a llevar a cabo unos cambios que éste no desea realizar por sí mismo, no hace otra cosa sino legitimar a quienes, desde el Estado, apuestan por encastillarse en la «dominación institucional» por todos los medios a su alcance, con el resultado ya conocido.
La opción de quienes detentan una identidad nacional distinta de la española pasa por hacer evidente que la «dominación institucional» que llega desde el Estado busca la imposición de una identidad nacional concreta y la liquidación por la fuerza de las diferencias identitarias. Pasa por hacer evidente que esa imposición identitaria es antidemocrática, y que un estado que se pretende democrático no puede actuar de esa manera.
Por eso serán los propios ciudadanos vascos o catalanes quienes definirán el futuro con su actuación. Si se movilizan con convicción, firmeza y por métodos democráticos, al estado español le resultará muy difícil mantener su imposición identitaria sin aparecer ante el mundo como un estado genocida.
Por contra, si vascos y catalanes se quedan en sus casas y entregan su futuro al politiqueo de los pasillos de las instituciones, estarán lanzando un inequívoco mensaje de aceptación del modelo impuesto por las instituciones españolas, y no se producirán cambios.
Publicado por Izaro News-k argitaratua