Naciones e historia

La celebración del 150 aniversario de la unidad de Italia no ha empezado con buen pie. La situación política del país lleva camino de arruinar el ambiente de fiesta unitaria. Además el segundo partido de gobierno, la Lega Nord, es por sus estatutos secesionista y está haciendo todo lo posible por sembrar de obstáculos el camino de la conmemoración. Por su parte, entregado a lograr el éxito de la misma frente a tantos inconvenientes, el presidente de la República, Giorgio Napolitano hace una y otra vez llamamientos apenas escuchados.

El último ha venido motivado por la reaparición de un viejo problema: el sentimiento nacional austriaco de los tiroleses del sur, anexionados al Reino de Italia en 1919, después de seis siglos de pertenencia a los dominios de la Casa de Habsburgo. Ahora el presidente de la provincia, Luis Dürnwalder desoye la invitación del presidente de la República a participar en los festejos de la unidad italiana. «No tenemos nada que celebrar, replicó, somos austríacos y nadie nos preguntó en 1919 si queríamos formar parte de Italia». Admite que sus colaboradores en el gobierno ‘provincial’ participen, pero sin representación oficial. Sorprende que Napolitano no se diera cuenta de ese detalle: los tiroleses son austríacos y según veremos tienen tan importantes razones para no sentirse italianos como para tomar en consideración los importantes privilegios económicos de que disfrutan dentro de la República italiana y mantener una política autonomista dictada por el pragmatismo. El impacto de las conmemoraciones unitarias altera ese equilibrio.

Cuando algunos autores insisten en la invención de las naciones, suelen olvidar que hay casos en los cuales el nacionalismo responde a causas objetivas. Hasta 1918 los tiroleses habitantes al sur del Brennero, de habla mayoritariamente alemana y en una pequeña minoría ladina (lengua romance arcaica) nunca tuvieron que ver con los italianos salvo para guerrear contra ellos. La conciencia nacional no es allí algo fabricado, sino el producto inevitable de la historia.

En el período de entreguerras, tanto el régimen constitucional italiano como el fascismo desarrollaron en el Tirol del Sur una labor sistemática de destrucción de la nación. Hasta la entrada en guerra de Italia en 1915 casi nadie pensaba en la anexión del territorio austriaco. Bastaba Trento. Fue el desplome del Imperio, con la consiguiente ocupación militar italiana, lo que favoreció la materialización de las ideas del irredentista, luego fascista, Ettore Tolomei. Desde tiempo atrás el hombre se había dedicado, al modo sabiniano, a rebautizar en sentido italianizante tanto el territorio en su conjunto -llamado Alto Adige, por su río principal-, como a todas y cada una de sus poblaciones. Con la anexión, la pesadilla se hizo realidad. Bozen pasó a ser Bolzano, Meran/Merano, Brixen/Bressanone, de forma casi humorística Eppan an der Weinstrasse/Appiano sulla Strada del Vino. Cuando no había manera de italianizar, caso de Sterzing al pie del Brennero, Tolomei encontró el nombre de un campamento romano, Vipitenum, y nació Vipiteno. El callejero de Bozen vio aparecer calles a Garibaldi, a Dante, e incluso a la Victoria, por la de Italia. Los tiroleses vieron negado hasta su nombre, convertidos hasta hoy en altoatesini. Todo ello culminado con la estatua de Mussolini, que aun pervive en la capital, hoy de mayoría italiana. La eliminación de la estatua del Duce, símbolo de italianidad, y del monumento a los Alpini en Meran, con la revisión de la toponimia, son objetivos centrales que los tiroleses de habla alemana. Aspiraciones lógicas desde la realidad histórica, justo lo opuesto de lo que acaba de suceder entre nosotros.

Hasta 1939 escuelas, idioma e identidad fueron perseguidos. Una inmigración masiva provocada hizo que hasta un tercio de la población fuera italiana. Hitler aceptó del Duce recibir el éxodo de los sudtiroleses, que llegó a 70.000 personas. Luego volvió la democracia, desde 1946 (acuerdo De Gasperi-Gruber) en forma de autonomía limitada en unión al Trentino, ampliada en 1972, para conjurar la presencia del terrorismo. Privilegios muchos, a modo de imán eficaz para aceptar la autonomía en el marco de una permanente subordinación simbólica. Su expresión desde siempre fue el SVP, partido democristiano aliado a veces con la izquierda, para contrarrestar la presencia de una derecha italiana fascistizante. Las fronteras étnicas del voto son infranqueables, con germanos y ladinos de un lado, italianos de otro.

La estabilidad ha ido quebrándose por el auge económico y la integración europea. La identidad austriaca se ha reforzado, reflejándose en el uso generalizado la expresión diferencial voi italiani, que utiliza el mismo Dürnwalder, radicalizándose bajo la presión de partidos menores con el 20 % de los votos, por algo menos del 50 % del SVP. ¿Por qué van a celebrar la unidad italiana, aunque los separatistas sean sólo el 5 por 100?

 

Publicado por Diario Vasco-k argitaratua