El pasado 29 de junio decenas de pelotaris vascos y vascas anunciaron su decisión de renunciar a participar en el mundial de pelota vasca sub-22 que se va a celebrar en Iruñea formando parte de las selecciones española y francesa, reivindicando así su derecho a poder competir formando parte de la selección de Euskal Herria-Euskal Herriko Pilota Selekzioa.
Imaginemos por un momento que este valiente y generoso gesto de estos deportistas vascos y vascas se hubiese dado en un deporte como el fútbol, cuesta imaginar el terremoto deportivo, social, mediático, político e institucional que estaríamos viviendo en estos momentos. Desde luego que la «kantxa» tanto nacional, como estatal e internacional en la que nos encontraríamos sería muy diferente a la que nos encontramos en vísperas de dicho mundial. Pero no es fútbol, es «solo» pelota vasca, un deporte «minoritario» alejado del gran foco mediático, y esta es precisamente la coartada que permite al resto de agentes relacionados con la pelota vasca (federaciones, instituciones, formaciones políticas, etc.) ocultar a la afición pelotazale y a la sociedad en general el papel que cada cual adopta en el partido por la oficialidad de las selecciones deportivas −la pelota vasca en este caso−, y en este torneo por desgracia no todos juegan en la kantxa y ni siquiera en el vestuario.
Lo que los pelotaris vascos y vascas han visibilizado con su decisión es que la lucha por la oficialidad de una selección vasca de pelota tiene, como la moneda del saque, dos caras: una, la de quienes el próximo 25 de agosto estarán en el frontón Jito Alai convocados por Ehepsam (Euskal Herriko Pilotako Selekzioaren Aldeko Mugimendua-Movimiento en favor de la selección de pelota vasca de Euskal Herria) reivindicando la oficialidad de la selección vasca de pelota, y otra, la de quienes no están por la labor y, sin ningún complejo, aplaudirán en el Labrit un mundial de pelota vasca que impide a los vascos y vascas tener su propia selección. Pero la moneda también tiene canto: el canto en que, como dice el viejo refrán castellano, se colocan algunos de los agentes implicados, intentando un imposible equilibrio hasta que la moneda cae y entonces la apuesta de cada cual queda a la vista de todos.
Mala apuesta la de la Federación Internacional de Pelota Vasca (FIPV), que debería explicar qué gestiones ha hecho y qué apoyos ha buscado −si es que lo ha hecho− para conseguir que la selección vasca participase, al menos como invitada, en este «mundialito» en el cual solo hay siete países participantes y que, además, en ciertas modalidades como la mano solo participan cuatro selecciones.
De la FEP, Federación Española de Pelota (así a secas, en España la pelota «vasca» perdió el gentilicio con Franco y la FEP todavía no se ha enterado) poco se puede esperar, siempre apuesta a la contra, conocida es su obcecación en impedir que Euskal Herria tenga su propia selección, cuestión que parece preocuparle bastante más que el hecho de que la pelota vasca esté desapareciendo en el ámbito geográfico en el que opera, quizás sea lo que pretende.
¿Y «nuestras» federaciones? Resulta realmente difícil de comprender la actitud de mirarse el ombligo de las Federaciones de Pelota Vasca de Euskadi, Navarra e Iparralde, prorrogando sine die la conformación de una entidad que represente al territorio y que pueda dar cobertura a los y las pelotaris que han elegido libremente la opción de competir formando parte de la Euskal Selekzioa, al igual que hacen las federaciones española y francesa con aquellos y aquellas pelotaris que han elegido hacerlo en la española o francesa. Algo, por cierto, permitido por la legislación europea.
Vayamos con el Gobierno de Navarra, quien, como responsable de la gestión del deporte en nuestra comunidad, no debería hacer oídos sordos a la reivindicación de la oficialidad de una selección vasca, primero porque una buena parte de navarros y navarras también apuesta por esa demanda y, por tanto, su anhelo debe de ser como mínimo escuchado y, segundo, porque el desarrollo de los clubes de pelota y pelotaris de la comunidad sería mayor y mejor (algo a lo que se supone que todo gobierno foral debe aspirar) si existiese una selección de Euskal Herria oficial.
En cuanto al Excmo. Ayuntamiento de Pamplona, institución anfitriona del mundial, a la hora de ejercer tan honorable papel no debería olvidar las circunstancias de imposición en que se celebra la competición, máxime teniendo en cuenta que al menos una de las tres fuerzas que conforman el gobierno municipal −precisamente la fuerza mayoritaria que ostenta la alcaldía− se ha manifestado numerosas veces públicamente en favor de la oficialidad de las selecciones deportivas vascas y esto el día 25 no se va a reivindicar en el Labrit, sino en su trasera.
La moneda, por muchos trompos que dé, siempre cae de un lado o de otro (lo que nunca hace es caer de canto) y decide quién saca y quién resta, pero no quién llega a 22, Puede que en este partido los partidarios de que nunca exista una selección vasca tengan el saque, pero quedan muchos partidos y campeonatos que jugar y el plante realizado por los pelotaris vascos y vascas indica muy bien la estrategia a seguir para ganar el torneo de la oficialidad. Solo hace falta que la sociedad vasca se ponga de su parte y apueste en consecuencia, comenzando por abarrotar el Jito Alai el próximo día 25. «La cátedra» −remolona y conservadora, como siempre− solo cambiará de apuesta a pelotazos y el sacudido por los pelotaris vascos y vascas ha pegado en el rebote, aunque algunos no se hayan enterado o actúen como que si no hubiese ido a buena. Como se puede leer en una de las kantxas más emblemáticas de Iruñea: «La pelota nació vasca y se hizo mundial». El mundial de pelota vasca nunca será mundial mientras en el mismo no participe una selección vasca.
Naiz