Muera el nacionalismo

¿Qué es un nacionalista? Según Woody Allen es un señor que si escucha Wagner le entran ganas de invadir Polonia. Y encima, podríamos añadir, los polacos somos nosotros. Así pues, ¿por qué tan a menudo, dentro y fuera, los catalanes llevan el estigma de ser nacionalistas? El ARA tiene muchos lectores jóvenes que quizá no saben de dónde proviene el término. Una pincelada.

En el siglo XIX se crean lo que se denomina estados nación. Hasta aquellos momentos los individuos eran súbditos que debían obediencia a un rey. Con la aparición de los estados modernos los súbditos se convierten en ciudadanos y no se deben a la realeza, sino a un aparato burocrático. Estos nuevos estados se supone que son monolíticos en lengua, religión y cultura, y que tienen un carácter nacional concreto. Todo eso es falso. El estado nación se acaba de crear y prácticamente no existe fuera del ámbito administrativo. En una fecha tan tardía como el año 1840 viajeros ingleses constatan que en Marsella «nadie se considera francés» (!). En realidad, la mayoría de los estados europeos son depositarios de una inmensa diversidad cultural. Pero los nuevos estados consideran esta pluralidad como un enemigo del poder central (tienen razón) y dedican ingentes esfuerzos a destruirla. La represión política es uno de los medios que tiene el poder para alcanzar la deseada unidad cultural. Otro será la guerra externa. Se podría afirmar que Europa es la historia de las guerras entre Francia y Alemania. Eso sí, las guerras aparecen como un magnífico factor de cohesión interna: en las trincheras de la I Guerra Mundial no hay bretones, vascos o catalanes, sólo franceses. En este contexto, el poder galvaniza la población con una propaganda que podría resumirse en un punto único: «Nosotros somos mejores porque somos nosotros». Esto es nacionalismo.

A favor de Francia hay que decir que fue capaz de reírse de sus excesos. Los dramaturgos toman la figura de Nicolas Chauvin, un fervoroso soldado napoleónico, y el término chauviniste pasa a expresar el esperpento nacionalista. Un chovinista cree que las patatas francesas hierven mejor, los patos franceses nadan mejor e incluso los eclipses franceses son más espléndidos que los de cualquier otro lugar del mundo. Pero la faceta humorística no oculta un hecho irrefutable: que el nacionalismo es una ideología funesta, pérfida y sangrienta. Para la segunda parte que se desprende del «nosotros somos mejores porque somos nosotros» es: «Y si somos mejores que los demás, ¿por qué no les deberíamos romper la olla?» Esto también es nacionalismo, en su peor vertiente. Y ésta fue la práctica de los imperios. El nacionalismo es expansivo por naturaleza, implica la supeditación del otro y niega cualquier principio igualitario. Por ello, y con justicia, el nacionalismo tiene tan mala fama.

Pero si los catalanes nunca han tenido un imperio, ¿por qué demonios siguen sometidos al descrédito asociado a la palabra nacionalismo? Pues seguramente porque, como en tantas otras cosas, la península Ibérica siempre ha ido al revés. En el siglo XIX el auge de los nacionalismos coincide con las grandes unificaciones: Italia y Alemania son creadas en esta época y a partir de un conglomerado de pequeños estados. En cambio, un fenómeno que en Europa es unificador, en España es centrífugo: Cataluña busca su identidad alejándose del centro. La contradicción entre los casos europeos y el catalán es flagrante. Alemania, Italia o Francia serán países expansionistas que crearán imperios, el catalanismo moderno nace, precisamente, como un revulsivo contra un nacionalismo, el español.

Toleramos esto: en cuanto a la nomenclatura hay una inercia histórica, por lo que algunos partidos catalanes siguen proclamándose nacionalistas. Y, sin embargo, ¿no sería hora de empezar a revisar el término? No es una cuestión irrelevante: en Francia un nacionalista es un bobo de pueblo, en Inglaterra un genocida serbio y en Alemania directamente un nazi. Es decir, que nuestros representantes políticos o culturales en el extranjero tienen perdida la batalla comunicativa antes de abrir la boca.

Personalmente me ofende que me traten de nacionalista. Yo no quiero invadir Polonia, ni siquiera reivindico el rellano de la escalera de mis vecinos. Pero es que encima el descrédito nacionalista recae sobre una comunidad humana que sufre la losa de un nacionalismo, el español, al que podría aplicarse ese título de Miguel Hernández: «El rayo que no cesa».

No hay ni un catalán que considere que Madrid forma parte de Cataluña; me gustaría saber cuántos dirigentes españoles estarían dispuestos a permitir que Barcelona dejara de ser España. No hay ni un político catalán, por independentista que sea, que no esté dispuesto a admitir democráticamente el «no», si éste fuera el resultado de un referéndum de autodeterminación, no creo que haya ni un par de políticos españoles dispuestos , simplemente, a tolerar que el referéndum se convoque. ¿Y a quien se acusa de nacionalistas? A veces uno tiene la sensación de que hay países a los que la historia les sacó el imperio del mapa, pero no de la cabeza.

Publicado por Ara-k argitaratua