Morir por Danzig

El próximo viernes, 24 de febrero, se cumplirá un año del inicio de la invasión rusa de Ucrania, perpetrada siguiendo el patrón de la invasión hitleriana de Polonia, en septiembre de 1939: sin previa declaración de guerra y fingiendo que el agresor era el agredido. Desde entonces, y mientras sus tropas cometían todo tipo de atrocidades sobre el terreno, las declaraciones del déspota Putin han ido subiendo un escalón tras otro hasta alcanzar las más altas cimas de la vileza. Sobre todo, retorciendo, tergiversando y ensuciando las analogías con la Segunda Guerra Mundial.

El dueño del Kremlin empezó presentando su intento de conquistar y satelizar a Ucrania como una cruzada antinazi. Cuando los planes rusos se empezaron a torcer, hizo vibrar la cuerda del victimismo. “Los sucesores de Hitler –dijo en la antigua Stalingrado– quieren una vez más luchar con Rusia en tierra ucraniana”, como si el tímido Olaf Scholz y el dubitativo Joe Biden se plantearan, igual que el Führer en 1941, llegar hasta los Urales y más allá. Y agitó el espantajo de los “tanques alemanes”, como si unas decenas de carros Leopard en estado dudoso –por lo menos, los españoles– fueran el equivalente de los más de 3.500 tanques involucrados en la operación Barbarroja.

Sin embargo, el colmo de la infamia lo marcó la comparación entre los rusos “atacados” por Occidente y los judíos perseguidos por el nazismo. Después de medio siglo de profesión, un servidor aún no sabía que los judíos acorralados por la maquinaria de la muerte alemana en Europa Oriental dispusieran de armas nucleares, de drones, de misiles y de un ejército con cientos de miles de efectivos…

Sin embargo, y a pesar de la indecencia discursiva y práctica de Putin (la vertiente práctica la ejecutan sus tropas regulares y los modélicos mercenarios del Grupo Wagner), sigue habiendo entre nosotros voces –y no me refiero a frikis de las redes, sino a académicos de prestigio, a articulistas que se encuentran ingeniosos, a algún exministro e incluso a partidos de gobierno– que, sin defender abiertamente al nuevo zar, le encuentran disculpas, consideran que su condición de agresor es discutible y relativizan y sostienen que pretender derrotar a Rusia en Ucrania es “irresponsable”.

El argumentario de estas voces es muy previsible porque se repite desde hace un año. Putin y la mayoría de los rusos –se dice– tienen un profundo sentimiento de humillación, lo que alimenta el nacionalismo ruso. Disculpen, pero el nacionalismo ruso, disfrazado de internacionalismo soviético, estaba ya muy bien nutrido en tiempos de Stalin, Jruschov y Brejnev. Por otra parte, si la sensación subjetiva de humillación de un pueblo justifica que ataque a los vecinos, ¿por qué no se permitió de brazos cruzados que Hitler se adueñara de Europa? Luego está la cantinela de “la política expansionista previa de la OTAN”. ¿Pues qué? Finalizada la Guerra Fría por el colapso económico-social endógeno de la URSS, ¿había que ignorarlo y aceptar que la Rusia postsoviética mantuviera su ‘hinterland’ imperial hasta el centro de Alemania y los confines de Austria? ¿Debía Occidente “respetar” un Telón de Acero sin alambradas por miedo a molestar al Kremlin? Los bálticos, polacos, eslovacos, etcétera, ¿no tenían derecho a protegerse del siempre amenazante vecino del este?

El argumento supremo –a veces explícito, a veces tácito– de esas voces que no quieren en modo alguno “acorralar” a Rusia, que condenan “la apuesta belicista” de Zelenski y de Occidente, es el riesgo de que Putin acabe haciendo uso del armamento nuclear. Por fortuna, no estoy en la mente del antiguo oficial del KGB, pero él sabe perfectamente que, de hacerlo, habría una represalia simétrica inmediata, y no creo que esté muy interesado en el asunto. Otra cosa es que lo invoque para sembrar la desazón y la discordia entre los occidentales.

En todo caso –debe ser deformación profesional– el discurso de los conciliadores con Putin, de los que aconsejan “desescalar”, de los que propugnan una “paz por territorio”, me hace pensar en los pacifistas franceses que en 1939, mientras Hitler dibujaba nuevas ambiciones territoriales sobre Polonia, aseguraban que no valía la pena “mourir pour Dantzig”. Al cabo de poco más de un año, después de la derrota francesa, todos aquellos pretendidos pacifistas, encabezados por Marcel Déat, habían abrazado con fervor las ideas de ultraderecha y la colaboración con el nazismo, valga la redundancia. Ahora y aquí, algunos no sólo no quieren morir por Kiiv –lo que nadie les pide–, sino que, al parecer, ni siquiera quieren soportar una inflación de un dígito a cambio de frenar la agresividad del siniestro dictador ruso.

Sea como fuere, las opiniones son libres… y la crítica también. Más serio es el posicionamiento de Unides Podem, porque forma parte del gobierno Sánchez. Cuando UP se manifiesta en contra de “calentar” la guerra de Ucrania con “más y más armas”, ¿quiere decir que un día de éstos paralizarán la industria bélica rusa y bloquearán la importación de drones iraníes? Cuando rechazan el “furor bélico otanista”, ¿significa que quieren ver a una Ucrania inerme y aplaudirían la llegada de las tropas de Putin a las fronteras de Rumanía, Hungría, Eslovaquia y Polonia? Más que nada, por saberlo.

ARA