Monumento centenario y olvido legendario

Hoy 19 de agosto de 2006 hace cien años que se inauguró en Bilbao el monumento a Casilda de Iturrizar y Urquijo (1818-1900), viuda de Tomás de Epalza y Zubaran, importantísimo empresario de quién recibió una inmensa fortuna, gran parte de la cual destinó a fines sociales. No hay noticia de que el Ayuntamiento haya organizado el más elemental acto conmemorativo. Tal como ocurrió con el día de su inauguración con una ceremonia de escaso entusiasmo municipal. Ante tal previsible olvido, cosa nada extraña vista la desastrosa y destructiva trayectoria del concejal de Cultura Jon Sánchez (PNV), como modesto desagravio parece oportuno recordarlo.

El monumento estrictamente consiste en una conjunción de tres cuerpos, un basamento y un proporcionado pedestal en piedra caliza, culminado por el busto de la homenajeada en bronce. De forma diagonal, rodeando en forma ascendente el conjunto, se enlazan una serie de figuras que constituyen una alegoría a su carácter caritativo. Partiendo desde el nivel inferior, la tierra, una familia en patética actitud afligida y mendicante, para finalizar con un ángel alado que alcanza el cielo ya junto a la efigie. En el centro de la pilastra, una medalla con el rostro de su esposo. En los laterales de la base, menciones a las instituciones que creó o recibieron su enorme generosidad: Escuelas de Tívoli, Hospital Civil y Casa de Misericordia, y en el frente la leyenda laudatoria: a Doña Casilda de Iturrizar viuda de D. Tomás Epalza la villa de Bilbao agradecida. 1904. Su autor fue el notable escultor catalán Agustí de Querol i Subirats (1860- 1909).

Un monumento se propone como una perpetuación material, en modo artístico, a la memoria de una persona o un hecho singular. Su autor define la obra, cuando además de conocer la motivación del acto, comprende el lugar donde se emplazará, todas las circunstancias concurrentes en el mismo y las afecciones que creará. La implantación original de esta bella obra desde 1906 fue sustituyendo a un templete de estilo modernista, en el centro de la plaza principal del Ensanche, entonces llamada de López de Haro. Una superficie horizontal y elíptica rodeada por un profuso arbolado y vegetación que fue creciendo hasta dotarle de un encuadre próximo romanticista.

Acabada la guerra y consolidada la dictadura, comenzó la edificación intensiva en torno a la prolongación de la Gran Vía, a partir de dicha plaza hacia la del Sagrado Corazón, lo que se ha conocido como Segundo Ensanche El Ayuntamiento consideraba que el arbolado impedía la perspectiva adecuada de la misma y que a la vez se tapaba la visión de dicho desproporcionado monumento acabado en 1927. Como primera radical medida se decidió talar el arbolado, lo que provocaría enfurecidas protestas de una sociedad que, por lo visto, era mucho más sensible que la actual. Ya, a la vez, se piensa en el traslado del monumento a la pérgola del Parque existente desde 1930.

El arquitecto municipal Estanislao Segurola (1891-1954) realizó el Proyecto de Jardines y Estanque en la Pérgola del Parque, “como obras complementarias a la instalación del Monumento de Casilda de Iturrizar al objeto de hacer de aquel lugar el marco apropiado para tan benemérita dama, y a la vez aumentar la riqueza arquitectónica del Parque.”

Se trataba de adecuar en el centro de dicho recinto de trazado barroco y toque neomudéjar, donde se situaba desde el 13 de agosto de 1933 la escultura “Homenaje a Arriaga”, dedicada al músico Juan Crisóstomo Arriaga del gran artista Francisco Durrieau de Madrón ”Durrio” (1868-1940), para sustituirla por la de Casilda de Iturrizar. Para ello se construyó un estanque central relativamente rectangular con referencias circulares concéntricas a la pérgola y la jardinería adyacente a los cuadrantes de la misma, que fue aprobado por el Ayuntamiento el 11 de octubre de 1941.

El nuevo emplazamiento fue inaugurado al parecer en 1945, con la parte frontal de la escultura hacia el paseo central de palmeras, al oeste. Originalmente, el espacio circundante en la citada plaza había sido una elipse de 102×73 metros y en el recinto del parque era de 78×46, relativamente aceptable. Pero en ambos existía un predominio de la centralidad con un entorno curvilíneo que propiciaba una contemplación a cierta distancia y un ámbito de rodeo visual para una percepción más próxima y precisa. Una escultura es tridimensional y requiere un dominio exento de afecciones.

Con motivo de esta colocación el Parque recibió su nombre actual, hasta entonces simplemente “Parque de Bilbao”, excepto unos pocos años en los que la cultura fascista imperante lo llamó “Parque de las Tres Naciones”, en alusión a las aliadas de la sublevación militar de 1936, Alemania, Italia y Portugal.

Más recientemente, el entonces concejal de Cultura Mikel Ortiz de Arratia (PNV) extrañamente decidió que era más interesante colocar en tan elegante emplazamiento una rutinaria fuente cibernética inaugurada, para mayor agravio, el 17 de agosto de 1991. Presupuestada en 56.670.000 pesetas costó al final 102.142.000, escándalo si no fraude, que apenas tuvo trascendencia, sólo sospechas. Para ello el monumento se desplazó previamente, el 29 de mayo de 1989, a un lugar más angosto al final del paseo central del parque y sobre un reducido estanque, enfrente de donde estaba y en posición opuesta. La maniobra, además de costar 20 millones más, es evidente que relegó su importancia dado el extraño interés por la fuente y rebajó sustancialmente la categoría espacial del monumento, su ámbito de visión.

Es por tanto necesario advertir de estos absurdos caprichos que alteran notablemente el sentido y relación de un monumento con su ámbito original. En muchas ocasiones cambia el frente arquitectónico en el que se inserta pero se mantiene su espacialidad y volumen. Un monumento responde a un tiempo y a sus circunstancias estilísticas, lo que crea un entorno inmediato, no siempre decidido por el escultor, pero que mantiene una relación tan próxima que puede decirse que es parte consustancial de él, como puede ser la jardinería, la reja circundante, el pavimento o el mobiliario urbano próximo. A medida que se suprimen o sustituyen estas referencias por una tendencia a la simplificación que aísla la obra de su espíritu, se pierde contexto original, la uniformidad del lenguaje o expresión artística, lo que devalúa su autenticidad temporal y espacial.

Las ciudades deben también estar regidas por personas ilustradas con una especial sensibilidad por las múltiples circunstancias que han creado paisajes y patrimonios urbanos que pertenecen a la sociedad, no a la oportunidad de un momento y estímulo concreto. El cargo público tiene una enorme responsabilidad, por su enorme capacidad destructiva, cuando decide en contra de los valores culturales y artísticos de un lugar o un elemento monumental que está profundamente arraigado en la memoria colectiva. Habitualmente, las esculturas resisten, por su poca envergadura, muchísimo más que los edificios, “no estorban”, la barbarie de la ignorancia y la brutalidad de la especulación y junto a otras notables referencias artísticas contribuyen a una configuración que complementando parajes, espacios urbanos y arquitecturas, embellecen y enriquecen el patrimonio de nuestras ciudades, en esta ocasión de Bilbao.

Este permanente olvido de un pasado prestigioso y de sus creaciones culturales es una muestra más de la indiferencia, precariedad sensitiva y carencia de coraje cultural tan arraigado que padecemos y de las calamidades políticas que soportamos. El monumento que hoy celebramos era deseable, y es responsabilidad de los asalariados de cultura que por lo menos con tal motivo presentase otro aspecto que el sumamente sucio con el que llega a su centenario. Allí, a modo de personal reconocimiento estaremos algunos de los pocos que nos preocupan estas cosas.