“En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo…» Así empezaba el comunicado franquista del final de la Guerra Civil, el 1 de abril de 1939. Parece exagerado, melodramático quizás, asimilar la retórica bélica a estados de la cuestión donde no hay heridos ni muertos, donde no se han bombardeado ciudades –aunque hay parajes de Barcelona que lo parecen–, ni se fusila a los vencidos. Pero en el imaginario y las sensaciones aparecen analogías con el caso de hace ochenta y tres años que, más allá de los citados, en otros muchos aspectos el pueblo catalán está hoy en condiciones más desfavorables. La autoconciencia, la idea de dónde está el enemigo y los planes para hacerle frente están hoy en horas bajísimas. En los pasados años 40, en el terrible destrozo moral y físico, en la desbandada general, el nervio central de la catalanidad seguía operativo a efectos de quién y dónde estaban unos y otros.
Cataluña, España y el mundo han cambiado tanto en estos ochenta y tres años que muchas analogías son anacronismos sin sentido. La idea misma de “catalanidad”, gracias también a contumaces y poderosas campañas en contra, se ve teñida de sospechas de rancia, identitarista, prepotente, ridícula, xenófoba incluso por gran parte de la población. ¿A quién aprovecha la estigmatización de los conceptos? Piénsese en el efecto que el de ‘españolidad’ produce en muchos catalanes, y se habrá dimensionado la cuestión.
¿Y ahora qué? La pregunta es tan simplista como –depende de los sentimientos de cada uno– terrible. ¿Los corderos desfilan resignados hacia el matadero? En la secuencia temporal años 2010-2017-2020, fecha, la última, de la institución del actual govern títere, España ha ganado todas las batallas: la de la economía, la política, la propagandística, la emocional. Y sobre todo ha ganado la más importante, la que condiciona todas: la del relato.
¿Se puede dar la vuelta a la catástrofe del relato de Cataluña? Sin la voluntad de hacerlo no habrá camino y sin un plan no habrá camino. Este cronista sólo ve uno: por la base. Para convertir en virtuoso el círculo vicioso «falta de voluntad-falta de camino». Para afrontarlo de arriba a abajo. Un Estado no es un ente sociopolítico que una comunidad es, sino que la comunidad tiene. Lo que se es o no se es, es una nación. Y una nación se fundamenta en un relato, y el relato se construye en torno a elementos que los actuales gestores de la catalanidad parecen desconocer, o ser incapaces de articular: la historia, las realidades y los emblemas, los símbolos, las tradiciones, las costumbres, las figuras, los mitos. Las arterias que discurren por estos ámbitos son las de la cultura: pensamiento, ciencia y arte. Los medios son importantes, pero no esenciales, porque varían continuamente, la tecnología en primer lugar. El pensamiento, la ciencia y el arte pueden parecer también objeto de un cambio continuo, pero visto el fenómeno en perspectiva la evolución no es tanto sustitución como ampliación, como enriquecimiento.
La cultura, base de la nación, va de arriba abajo en el tiempo y en las categorías. Tradición y novedad no son antagónicas, sino complementarias. Más incluso: son aspectos del mismo ente, y se dan sentido recíprocamente. Para estar en el mundo no es necesario dejar de ser uno mismo, ni para ser uno mismo es necesario dejar de estar en el mundo. En el fundamento y en la manifestación del relato está la respuesta razonada a la pregunta de qué elementos se dispone para ser una nación –tener conciencia ante todo–, después de haber respondido positivamente la pregunta de si se tiene derecho a serlo, y de haber identificado y ordenado qué elementos se dispone para informarse. Sin abandonar el progreso y el mundo, la base de partida deberá ser la restauración articulada de los elementos primordiales del relato: Ramon Llull, Ausiàs March, Bernat Metge, Jordi de Sant Jordi, Roís de Corella, Maragall, Gaudí, Macià, Pau Casals, Miró, Dalí, Espriu.
Sin embargo, ¿prevalece la voluntad? Si prevalece, es necesario establecer qué falta para serlo y las posibilidades de conseguirlo, y para ello es necesario conocer con datos fiables la realidad social que debe sostenerlo y realizarlo. Que un sector consistente –si tiene por qué ser numéricamente suficiente es otra discusión– quiera y, la parte decisiva, que esté dispuesto al conflicto y a los riesgos inherentes. Sólo así, llegado el caso, vendrá el reconocimiento de los demás.
EL PUNT-AVUI