Hablamos con el escritor sobre ‘Frase Variata’ (Barcino), un ensayo en el que analiza las claves del fracaso del proceso y de la cultura europea en general.
El patio interior de la cafetería Caracas es un lugar agradable. Los pájaros cantan. Este tipo de espacios, distribuidos al azar por todo el Eixample, me hacen pensar en cómo habrían podido ir las cosas si se hubiera respetado el Plan Cerdà, si, en lugar de techos de aluminio y chimeneas sospechosas, en sus manzanas crecieran jardines soleados. Pero añorar el pasado es inútil, más aún si éste no ha existido nunca. Así pues, hablamos del presente, de la ciudad sucia, ruidosa y siempre en obras que se extiende más allá del número 117 de la calle Girona. «El estado de Barcelona es la encarnación de la pena», dice Miquel de Palol, que no puede dejar de verlo como un «síntoma» de la «decadencia de Cataluña». De esta discutible decadencia, es decir, “digna de ser discutida”, habla el autor en ‘Frase Variata’ (Editorial Barcino), su regreso al ensayo.
-¿A dónde iremos a parar?
-Ya hemos llegado.
-¿Y qué hay?
-Nada.
-¿Nada de nada?
-Como decía Groucho Marx, después de muchos esfuerzos, hemos pasado de la nada a la más absoluta miseria.
-Ya es algo.
-Estamos embarrancados. El barco se hunde.
-¿Qué ha fallado?
-Muchas cosas. El escepticismo, que creo que es una posición mental muy productiva y muy útil, ha evolucionado hacia la indiferencia. Las cosas sólo se valoran por su precio, por su rendimiento. Hacer una reivindicación de valores puede llegar a tener el aspecto de un discurso conservador, retrógrado.
-Cada día es más fácil que te llamen nazi.
-Se ha estupidizado a la población y, de paso, a los generadores de ideas, que han acabado cediendo ante el mercado.
-¿También en el ámbito literario?
-Faltan prescriptores. Crecí en un tiempo en el que había una prescripción muy dura y muy cerrada. Ahora esto no existe. La única prescripción es la del mercado, pensar si un libro se venderá o no se venderá.
-Pla y Sagarra ya se preocupaban de vender libros.
-Yo también quiero vender. Claro que quiero vender. Pero creo que en el momento en que esto se pone como prioridad absoluta es cuando las cosas empiezan a funcionar mal. Lord Byron presumía de ser capaz de vender 20.000 ejemplares de un poema, pero, en una carta a su madre, dice que quiere ser recordado por haber atravesado los Dardanelos a nado.
-Como hacía Leandro para encontrar a Hero.
-Y como yo mismo hice en una ocasión.
-Sin embargo, no lo hizo solo.
-Éramos más de cien, doscientos casi, de todos los países, sobre todo ingleses.
-El elitismo está en peligro de extinción.
-En estos momentos ser elitista es casi un insulto. La gente condena mucho al elitismo en las cuestiones intelectuales, pero yo creo que nadie se dejaría operar del corazón o de las tripas por el conductor del autobús. Este elitismo sí les parece bien, en cambio, el otro…
-No tanto.
-Hay mucha gente a la que le molesta mucho.
-¿Ha recibido críticas?
-Reproches.
-Que son las críticas que no se hacen públicas.
-Sí.
-Dicen que además es complicado de leer.
-Es un problema que arrastro. Paso por un autor difícil de leer, pero yo no me veo así. Yo creo que lo que hay en mis libros puede entenderse independientemente de la formación que tenga el lector.
-Quizás les da pereza esforzarse.
-La gente no quiere hacer ningún esfuerzo, quiere que todo se le dé mascado.
-Incluso en la escuela.
-La instrucción pública, de la que soy un convencido defensor, ha permitido que las mayorías dicten la norma, lo que conlleva una caída de la exigencia y resultados.
-Usted opone la paradoja de Triptólamo.
-“Elitizar el conocimiento y socializar los beneficios”, ésta es la ‘frase variata’ que va saliendo a lo largo de todo el libro. En ese aspecto me sitúo en la izquierda radical.
-¿La del soviet?
-El marxismo no dio buenos resultados, tenía muchos elementos que eran contrarios a la naturaleza humana.
-Y se veía obligado a adoptar formas dictatoriales.
-Hay un momento en que la diferencia entre Stalin y Hitler es una cuestión de música, uno cantaba de una forma, el otro, de otra. La pobreza a la que fue expuesto el campesinado de la Unión Soviética viene inmediatamente por debajo de los campos de concentración de los nazis.
-Tanto por tanto…
-El problema es que se ha identificado, o pretendido identificar, el fracaso del remedio con la solución del problema. Pero el problema sigue. La distribución de riqueza mundial en estos momentos se asemeja mucho a la de la Francia de Luis XVI: los ricos son muy pocos y muy ricos y los pobres son muchos y muy pobres. La cuestión sigue candente, candentísima, la izquierda tiene el mismo sentido ahora que hace cien años.
-No la veo mucho por la labor.
-Lo que le falta a la izquierda es un discurso capaz de articular a la población.
-Como en el independentismo.
-Son casos paralelos. La cuestión identitaria se ha reducido a un posibilismo absolutamente desestructurado.
-Lo compara con el de la Francia de Pétain.
-Vivimos en un Régimen de Vichy. La Generalitat es absolutamente inútil, lo que está haciendo podría hacerlo perfectamente el gobierno de Madrid. Al señor que actualmente ocupa la presidencia hay más de uno que le llama “le petit Pétain”.
-¿Cómo se sale de ahí?
-El Estado es la encarnación burocrática de la nación y, si tú quieres un Estado, primero debes tener una nación. ¿Qué ha hecho Italia? ¿Qué ha hecho Alemania?
-¿Qué?
-Pues buscar algún valor común fuera del campo de la producción, del campo del mercado. Los italianos tienen a Dante, los alemanes, a Goethe.
-Y usted propone recuperar a Ramon Llull.
-Es el tipo de figura que permite construir un relato común. Cataluña ha fracasado por la falta de una conciencia nacional. La ciudadanía catalana no está articulada como nación porque no tiene ese nervio central, esa columna vertebral. No la tiene y no quiere tenerla. A la gente le interesan otras cosas.
-A usted no.
-La idea del Estado tampoco me entusiasma, en mi fuero interno soy más bien anarquista.
-Ser anarquista es un lujo que sólo puedes permitirte cuando tienes un estado detrás.
-Yo lo que me he limitado a hacer ha sido analizar la situación. Ha habido una serie de gente que ha aspirado a hacer algo y ha fracasado. Y no por lo que han hecho en Madrid o lo que han hecho en Bruselas, ellos han hecho lo que tenían que hacer. Hemos fallado nosotros.
-¿Somos unos cobardes?
-Hay cierto complejo de inferioridad. Los españoles, después de muchos años han logrado algo que nunca habían conseguido, es decir, que muchos catalanes se convenzan de que la catalanidad y el catalanismo son cosas provincianas.
-Y que hagan chistes sobre la derrota.
-Yo creo que el humor es un instrumento crítico muy potente, pero que puede provocar el efecto contrario. Es muy fácil caer en la banalización y edulcoramiento de la opresión. La gente se ríe y dice “bueno, quizá lo que nos están haciendo no es tan malo”.
-Y mientras te la clavan.
-Hay que desconfiar de los políticos a los que les gusta mucho un humorista o un programa de humor.
-Tampoco se fía mucho de los maestros.
-No soy un experto en programas de enseñanza de las criaturas, pero tengo la sensación de que existe un gran desinterés por las alturas y las profundidades del pensamiento. Se dice que «los contenidos no son importantes» y eso es un disparate.
-¿Qué ha cambiado?
-Cada vez hay más metafísica banal y cada vez se consideran menos necesarias las materias y disciplinas que ayudan a estructurar las mentes. El latín, el griego, las humanidades… Parece que todo esto es algo muy anticuado, que debe descartarse.
-El Departamento de Educación pedía, hace poco, que se evitara la traducción de textos latinos que fomentaran «el belicismo, el enfrentamiento entre culturas» o atentaran contra «la solidaridad y el respeto a las minorías».
-No me extraña. En el libro he reproducido un fragmento de unas normas educativas para los maestros donde se dice que da igual que, en un examen, la respuesta esté mal escrita o que tenga faltas de ortografía, que lo que hay que valorar es que ésta sea “entendible”.
-Le noto indignado.
-El salvaje que ha hecho estas normas debería estar ocupándose de otra cosa. Debería estar ocupándose de trabajos ligados a las manualidades, trabajos muy dignos, por otra parte. Yo no me dedicaré a hacer de entrenador de fútbol porque no es lo mío. Que cada uno haga aquello de lo que tenga una mínima idea.
-Sócrates ya se quejaba de los jóvenes. ¿Qué le hace pensar que usted acierta?
-Seguramente no estoy acertado. Es más, conozco a jóvenes que no responden en este esquema general. Pero si uno mira de qué se habla en las televisiones, en los periódicos, en las redes, tiene la sensación de que todo es una especie de ‘Hola’.
-¿Sí?
-Es como si todo fuera ‘Hola’, pero un ‘Hola’ peor, con un importante toque de mala educación, que roza la obscenidad. Y cuando digo obscenidad no me refiero sólo a la sexual. El sentimentalismo, por ejemplo, es una actividad obscena.
-Dice que «tomar las emociones como elemento conductor del arte es de pornógrafos». ¿Me puede dar algún ejemplo?
-Es una cuestión interpretativa, pero yo creo que ‘La plaça del Diamant’ tiene un componente satírico importante que se ha ignorado en pro de una lectura tierna, emotiva, dentro de la exaltación de valores comunitarios.
-No le gusta mucho la comunidad.
-Soy optimista en las individualidades, pero soy muy pesimista en lo que se refiere a los gestores de la colectividad.
-¿Debemos rendirnos?
-Las vacas siguen dando leche, los manzanos siguen haciendo manzanas, si plantas trigo sigue creciendo trigo, la tierra está ahí, la gente está ahí, ¿por qué hay que hacer las cosas tan mal? ¿Por qué no hacerlas bien?
NÚVOL