Hola, diría que, al menos, personalmente no nos conocemos. Soy el gato de Francesc Canosa. Sí, soy yo. Soy el que lo escribo todo. Ya ven, me deslomo como un avestruz grafómano, y me pagan con media miserable cola sintética de rata por artículo y un dedal de ratafía. Estoy tan explotado que ya no soy gato: soy mil pedazos de gato. Ya lo dicen: «gat que escriu no en té ni per pagar el niu” («gato que escribe no tiene ni para pagar el nido»). ¡Puta vida! ¡Ya basta! Hoy he amagado golpe de estado. Gato borroka: hoy marramiau y ñauuu. Hoy escribo en primera persona, que sé de lo que hablo, es mi tema: Soy el gato mesurado, suavizado, contenido, calmo, abacanallado, aniquilado, bicromado, biconjugado… Soy el gato moderado.
Nacido en la cuna de la moderación aprendí a cambiar de lengua por educación. A pesar de hablar el mío-mío, me paso al miau-miau, no sea que alguien encuentre que le falto al respeto y pueda ofender sus bigotes. Cazador desde pequeño: un ratón, una mariposa, una lagartija, o si hace falta un mamut. Usted pida que yo le llevo la jala. Yo lo cazo y me arriesgo y me hacen repartir por decreto ley en mil pedazos: setecientos cincuenta por gato miau-miau y doscientos cincuenta para mí: es el reconocido y querido déficit animal. Todo son ventajas de ser un gato moderado: si se incumplen las leyes hacia mi persona yo no puedo hacer nada. Como gato comedido me he de ponderar: así es la ley. Ya se sabe, hecha la ley, hecha la trampa. Con razón, o sin razón, el gato a la cárcel. Y tal y tal… La Ley, por el rey, por el gato, por el hígado escaldado. Y tal y tal…
Como soy templado vivo congelado en el congelador: quieto, sobrio, mimético con el amigo bistec y con la barra de pan. Soy siberiano: blanco, callado, y hermanado con el pueblo liofilizado. Como soy un gato moderado leo autores moderados. Ahora Gaziel (Agustí Calvet), mítico director de La Vanguardia de los años veinte y treinta del siglo pasado. (les recomiendo en este sentido la recopilación de artículos que ahora ha edita el colega Jordi Amat). Ahora vuelve estar muy de moda porque dicen que vuelven los moderados. Gaziel siempre es muy moderado, como una merluza congelado: «el carácter español es una mezcla de visigodo, de árabe y de judío, recocido con una salsa negra y espesa, de fanatismo católico africano, nada europeo». El arte de la circunspección. Para él España es como el Islam: «un imperio religioso-militar». La destreza de la contención. Igual cuando explica la «bajeza» de aquella brillante intelectualidad española sucumbiendo y haciendo juego al franquismo: Ortega y Gasset, Marañón; Azorín, Gómez de la Serna…. Dosis de mesura. Hay que decirlo todo en su término medio, «La guerra civil de España, en 1936, la provocaron por una parte, la ineptitud gubernamental de las izquierdas españolas, mediatizadas progresivamente por el anarquismo social y el filosovietismo político y, por otra parte, el cierre obtuso de las derechas, cazúrramente reaccionarias, ante el régimen republicano, prefiriendo al esfuerzo de templarlo el riesgo de destruirlo». Vaya, la calma que siempre se ha explicado. La que hay entre Cataluña y Castilla, «de ahí, precisamente, el pique de España: la imposibilidad de fundir, o al menos de equilibrar, estas dos grandes realidades antagónicas. Ni Castilla es capaz de poner cordura ni Cataluña de segregar heroísmo. Castilla domina y dominará con facilidad toda España, pero no ha dominado ni dominará nunca del todo a Cataluña». Todo muy mitigado, porque «Cataluña es como un alma en pena», «absorbida entre España y Francia». No hay nada que hacer según el mesurado Gaziel, «Nunca los pueblos no catalanes de España no querrán ni podrán reconocer la nacionalidad, la personalidad catalana, a pesar de ser clara como el agua. Y ella por sí sola, es, de paso, tan débil, tan escasa». Más que moderados… acabados.
Todo esto y más escribía Gaziel durante la parte más extrema de su vida. Los años del franquismo, los años del exilio interior. Alejado de todo. Es el último Gaziel. El que camina hacia sus últimos días. Lo que, por primera vez, en pleno franquismo, y en Madrid, escribe en catalán. Toda su obra ensayística. «Es cuando muero cuando lo veo claro: El caso -ciertamente curioso, quizás- es que, habiendo yo, toda la vida, escrito más o menos, aunque forzado a hacerlo en castellano casi siempre, ahora que finalmente soy libre de hacerlo en catalán, escribo con más deleite que nunca. Y cuando la mayoría de los hombres que navegamos por el mundo, si llegan a la hora pronto solitaria y oscureciente en la que hoy me encuentro, pliegan velas y cuidan en fondear en algún cobijo definitivo, a mí, en cambio, me ha entrado una empeño loco de volver mar adentro, que me hace como una especie de rejuvenecimiento extraño. El secreto es este: que hasta ahora, en plena madurez, no me había sido concedido el satisfacer el deseo más grande de mi vida, escondido dentro de mí desde la misma infancia, siempre contrariado y decepcionado. El deseo de poder escribir en catalán, plenamente, sin estorbos ni embarazos».
Ya ven, Gaziel es moderado porque está terminado. Toca fondo y encuentra, se da cuenta de que es… catalán. Y ya se ha decantado. Ya ha elegido. En este empate eterno Cataluña-España, algún día se ha de desempatar. No hay más. Recuerden: «Nunca los pueblos no catalanes de España no querrán ni podrán reconocer la nacionalidad, la personalidad catalana, a pesar de ser clara como el agua. Y ella por sí sola, es, de paso, tan débil, tan escasa». Moderado es terminado. Si estamos acabados sólo queda volver a empezar. O una cosa u otra. Y elegir es opinar. Ya saben: yo soy gato y no soy toro. Que no les engañen: un gato es un gato y un toro un toro. Y el cuento se ha acabado.
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