Marruecos: fastuosidad, miseria y picaresca

1.- Claves del subdesarrollo.

La casa bereber que las agencias muestran al turista resulta extremadamente sobria. Suelos de tierra apisonada, muros de adobes sin lucir, conducciones de agua y sanitarios (donde los hay) muy básicos… En nuestro contexto occidental estaríamos hablando de miseria. Esta, es en general, la calidad del habitat del campesino medio marroquí.

Los núcleos urbanos, si exceptuamos los centros turísticos, Marrakech, Rabat, Casablanca, Fes, Meknes… tampoco mejoran esta lastimosa impresión. Como es bien sabido, el nivel y la calidad de vida de un pueblo se refleja en su habitat, urbanismo, equipamientos públicos… En este sentido, Marruecos con su rostro ocre, nos ofrece sin paliativos la amarga cara del subdesarrollo.

Sin embargo, el hecho de que el salario mensual medio sea de unos 3000 dirhans (300 euros) no refleja la capacidad económica de este país, sino la perversión del sistema. Su potencial agrícola-ganadero, si se modernizan las técnicas -medievales- de explotación, y si se racionalizan los enormes reservorios de agua del Alto y medio Atlas, puede resultar espectacular. Posee una capacidad hídrica que podría remediar tanto las pertinaces sequías, como irrigar enormes superficies de buenas tierras de cultivo, hoy liegas. Evidentemente de poco serviría este «agiornamiento», si la comunidad europea mantiene su insolidaria política con los pueblos del subdesarrollo.

El turista, que va con una idea preconcebida, parece confundirse cuando topa con los numerosos valles verdes del Atlas medio y alto o del Rif. Realmente la cara montañosa que mira al Atlántico es un edén con respecto al carasol del este y a la profundidad del desierto meridional.

Es cierto que escasea la industria, pero tampoco parece que los magros beneficios de la explotación de los fosfatos de Fosbucraa mejoren la pobreza estructural. Es bien sabido que en el PIB de Marruecos el turismo tiene una incidencia primordial. Las previsiones para el 2.010 es duplicar los 5 millones de visitantes actuales. Para acercarse a estas expectativas Marruecos está multiplicando las dotaciones hoteleras (básicamente hoteles de cinco o más estrellas) al parecer encaminadas hacia un turismo de élite. Hemos podido observar que las garantías de calidad que ofrecen hoteles de inferior categoría (cuatro estrellas) son escasas. La red viaria, a excepción de los entornos oficiales de atracción turística, es decir, de las ciudades imperiales (Marrakech, Fes, Rabat, Meknes), es demasiado rudimentaria.

A primera vista -y conste que no soy un economista sino un simple observador- este boom turístico me parece escandalosamente engañoso. Esta actividad lo único que oferta al marroquí es un empleo casi mendicante. La parte del león queda para las empresas extranjeras francesas y españolas (Alcón, Corte Inglés…) que controlan esta industria. Por supuesto la monarquía no se queda sin su jugosa comisión. Todo ha de ser poco para fomentar la suntuosidad ostentosa de sus innumerables palacios y el aumento de su patrimonio.

Hoy día, el desarrollo que aporta este turismo no parece que conlleve notables mejoras para el pueblo marroquí. No se intuye, pues, que el turismo vaya a favorecer por el momento la modernización y las mejoras sociales de los magrebís. Incluso, como se puede observar en el Palmar, un semidesierto del entorno de Marrakech, la especulación del suelo puede dispararse hasta cotas insospechadas. Es una dificultad añadida para el acceso del ciudadano medio a una vivienda digna, en estos centros turísticos.

Esta «marbella» que se pretende convertir en un vergel es un antro de inversiones para el dinero negro extranjero, para el capital y para el alto funcionariado autóctono.

Cierto es que el turismo puede mantener y revitalizar a ciertos gremios artesanos, pero no parece que esta actividad tenga excesivo futuro. El mercado no sólo está sobresaturado. Taiwán (con sus cerámicas, tejidos, baratijas…), se introduce de manera incontenible.

Ante estas previsiones, al parado o al asalariado marroquí se le presenta una disyuntiva: pasar al sector informal, es decir, meterse en el mundo de la picaresca que bulle en torno al turista, o irse del país.

¿Excedentes económicos…? De haberlos, ya sabemos hacia donde se encauzan: a las arcas, palacios y obras faraónicas de la monarquía alauí. Al mantenimiento y reforzamiento de las fuerzas armadas y de seguridad. Y, cómo no, al omnipotente estamento religioso, cuya cabeza visible es el propio Mohammed VI.

La más mínima insinuación sobre la política es tabú. Es lo que te sugieren los guías al primer contacto, al tiempo que mantienen una apología del islamismo, más o menos encendida, en parecidos parámetros.

Si la organización del Estado está en manos del monarca (jefe del ejército y elector del primer ministro) y del partido islamista Istiqlal, acérrimo defensor del soberano, hoy por hoy, el cambio democrático resulta impensable. Y en consecuencia la modernización del país y las mejoras sociales. «E pur si muove», insisten los guías (al parecer con salarios privilegiados). Pues eso, ver para creer.

Europa tolera (o propicia) cómodamente este sistema político, tan favorable para el capital trasnacional. Al igual que el «hermano Bush», proscribe a políticos como Castro, Evo Morales o Chávez. Pasa de puntillas, cuando no aplaude, ante políticas corruptas cuando no criminales, como las de Fox, Uribe, etc., o las del propio Mohammed VI.

Que los beneficios del petróleo hayan sido utilizados por Chávez para notables mejoras sociales o la elevación de un 20% del salario mínimo no tiene importancia. En parecidas condiciones (enormes beneficios de la cuenta petrolífera) el Sr. Fox y sus compinches no consiguen detener la degradación económica de su pueblo.

Está claro, al neoliberalismo no le quitan el sueño estados como el marroquí, donde no se respetan los derechos humanos y la corrupción campa a sus anchas. Lo realmente preocupante son esos estados emergentes que cuestionan sin ambages la insolidaridad y las prácticas coloniales de las sociedades del «primer mundo».

2.- El «homo» turista.

Cuando la gente se disfraza de turista, no solo cambia de indumentaria y de fisonomía, sino de actitud vital. Esto no es óbice para que aflore inevitablemente la realidad de esa persona, que tanto en el grupo coyuntural, como ante la novedad del entorno, trata de acreditarse. Unos pocos días de convivencia, en la mayoría de los casos, bastan para poner a cada uno en su sitio.

Ese corto tiempo es suficiente para detectar la estupidez, la discreción, la solidaridad o insolidaridad, la cortesía, la cultura, etc., de unos y de otros.

En este caso me resultó particularmente molesta esa pose de superioridad, con cierto matiz despectivo, con la que algunos españolitos enjuiciaban a las gentes y los hábitos del pueblo marroquí. ¡Que penosos esos «castizos» de la corte que se sienten el ombligo del mundo! El paternalismo suele ser otra respuesta a la pobreza del «buen turista».

Ambas, la superioridad y el paternalismo, no sé cuál más, ofenden, humillan y sacan de quicio al paisano. Lo percibe a las primeras de cambio. Su respuesta, aparte de su desprecio, favorece todo ese montaje de triquiñuelas encaminadas a estafar y robar al turista.

Los «tour operators» funcionan al unísono. La visión enlatada que a través de los guías te ofrecen sobre el país, su historia, costumbres…, es superficial e interesada. No hay más opciones (¿problema de tiempo o decisión política?) que las ofertadas. Todos visitamos las mismas mezquitas, las mismas medinas, zocos y talleres artesanos, idénticos entornos paisajísticos, parecidos restoranes y los mismos locales folklóricos… Evidentemente, no parece que nadie te prohíba merodear por tu cuenta. Pero claro, a la postre, esto te exige o un guía o dominar el idioma, o más bien ambos. Y por supuesto, más tiempo y más dinero.

Pero resulta pretencioso, como le apuntaba a un «capitalino» (vaya que se les nota) tratar de definir al pueblo marroquí con un periplo tan artificial. Definir a un pueblo, desde el entorno del turista, nos llevaría a suponer que el marroquí es un golfo o un ladronzuelo. Evidentemente, los caminos del turista están repletos de pícaros, es lo normal, aquí y en cualquier país subdesarrollado (y desarrollado).

La medina de Fes, todo un laberinto de callejuelas, a las que el turista tiene vedado entrar sin guía, sí que parece el patio de Monipodio. Son los infinitos rincones y cuchitriles en que te ofrecen hasta el rosario de Fátima. Es el atosigante mosquerío de rapaces, truhanes, golfos… que te venden, te piden y te regatean, si es preciso hasta el amanecer. Te piden doce, lo sacas por cuatro y cuando sonríes ufano, ves a tu compañero que ha conseguido la mismísima maravillosa prenda por dos.

Cuando por fin te has alejado una distancia que consideras la adecuada, te oxigenas y crees haberte liberado de la plaga de langostas, entonces te surgen, como brotados del ardiente y mágico asfalto, nuevos bribones.

Nos sucedió, valga la anécdota, abandonando la Djemaa al Fna, la famosa plaza, y zoco de Marrakech. Te dicen que trabajan en tu hotel (muy habitual la jugada) y que te van a enseñar lo mas típico y no sé qué maravillosos antros. Algo sabía de la estratagema. Cansado, les miré riéndome a carcajadas (mis compañeros hacían lo propio). Nos miraron con la sensación de haberse topado con alguna suerte de turistas tarados o borrachos y se esfumaron de la misma guisa que aparecieron, no sin escupirnos una buena letanía de guturales ensalmos.

No obstante al exiguo grupo de baskos de la expedición nos parecía normal esta picaresca. ¿Qué otras alternativas les deja un sistema en que los europeos tanto incidimos? ¿Qué haríamos los demás -sugeríamos humildemente- en semejantes circunstancias?

Los otros -los españoles- nos miraban con cierto respeto o quizás cautela por nuestra particular y «ponderada» visión. Sobre todo tras un comentario del guía. Exponía que los bereberes eran rebeldes e indomables. Parecía dar a entender que eran marroquíes e islamistas por imposición, «como los baskos en España», añadió.

-¿Quiere decir -intenté, más que preguntar, matizar-, que los bereberes, como los baskos, son marroquíes o españoles contra su voluntad?

– Es una broma, tan solo una broma… -puntualizó confundido el guía-.

– Son orgullosos de ser marroquíes.

Silencio, miradas y soslayos cómplice en el resto del grupo.

La heterogeneidad de la peña turística a veces resulta descarada y las agencias lo saben. Esa puede ser una de las razones para que el tour que te ofertan sea una macedonia más o menos aceptable. Te encuentras con la joven pareja a quien -en perpetuo trance romántico- todo les parece estupendo porque la mayor belleza y sorpresa del viaje lo encuentran en la habitación del hotel. Están las tres o cuatro amigas que han dejado en el curro a sus parejas y muertas de envidia a otras compinches… Durante el día compran compulsivamente y en las fiesta nocturnas típicas se despendolan insinuantes e incluso provocadoras. Para éstas los monumentos arquitectónicos, piedras viejas. «¡A qué nos han traído aquí!», protestaban ante tal vez -para gustos son los colores- una de las visitas personalmente más impactantes, como fueron las ruinas romanas de «Volubilis».

Otra cosa les hacía enmudecer: «eso si que era arte» (fashion); la impresionante megalomanía (horterada y despilfarro para un pueblo sin infraestructuras) del difunto Hasan II. La descomunal mezquita no hace una década que fue rematada. Hito de espectaculares mármoles, gigantescas lámparas de Murano, impresionantes atauriques y artesonados de cedro policromado. Eso sí, eso sí que merecía todo un viaje. Y venga fotos y prospectos para las amigas.

Te encuentras, ¡cómo no!, con el enteradillo, pose de hombre culto, esposa sumisa y acotador (por los bajines) impenitente del rollo del guía. Aparece el escéptico (bosteza implacable en las visitas) que está allí porque le prometió el viaje a su señora, dicharachera y exultante ella. Abierta a todo el grupo ante la mueca paciente del esposo. Y como siempre los impertinentes, los intransigentes que con aire de expertos y competentes viajeros se pasan el día objetando y protestando de todo, hoteles, organización, comidas, guías… Imposible describir toda la fauna que podemos coincidir en estos viajes de consumo.

Eso sí, que nadie pretenda ingenuamente, como nos pasó a nosotros, que un viaje de esos puede ser suficiente para hacerte idea de un país. Como mucho llegas a husmear su piel. Entrar en su entraña, penetrar en su alma y contactar con sus biorritmos, eso ya es otro cantar.

Sólo se conoce a un pueblo cuando te comprometes con él, padeciendo y disfrutando sus avatares. En nuestro caso podemos decir que pasamos por Marruecos, pero siempre nos quedará entrar en él.