Madrid, rompeolas de las Españas

Isabel Díaz-Ayuso (3i), José Luis Martínez Almeida (2d) y Enrique Cerezo (2d) en el acto de 'Palomas de Bronce Bomberos de Madrid'.
Isabel Díaz-Ayuso (3i), José Luis Martínez Almeida (2d) y Enrique Cerezo (2d) en el acto de ‘Palomas de Bronce Bomberos de Madrid’. ZIPI ARAGÓN / EFE

La letra de un chotis muy famoso, Madrid, Madrid, Madrid, atribuido al compositor Agustín Lara y estrenado en una radio mexicana en 1948, es el máximo exponente del casticismo madrileño. También resume el ambiente acogedor de la villa, donde cualquier foráneo podía llegar a ser emperador o emperatriz de Lavapiés, barrio señero y sintético del más puro tipismo madroñero. Era el rompeolas de todas las Españas, como escribió Antonio Machado en 1936: “Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena / rompeolas de todas las Españas! / La tierra se desgarra, el cielo truena, / tú sonríes con plomo en las entrañas”.

Viví en tres etapas de mi vida en la capital del reino hispano y puedo aseverar que sus habitantes eran de carácter abierto, jovial y hospitalario. Durante el trienio, 1970-73, realicé en la Complutense los tres últimos cursos de la carrera de Filosofía y Letras en horario nocturno, mientras por el día trabajaba en la construcción de la M-30 entre Ventas y Vallecas como chófer y técnico auxiliar de Laboratorio de Obras Públicas. Residí en un barrio obrero, el del Pilar, poblado por familias enteras generalmente procedentes de las provincias aledañas en un ambiente sano, alegre y solidario. Familias sencillas, modestas, honradas, trabajadoras, cuyo objetivo más inmediato consistía en mejorar su magra economía y conseguir, al menos, un salario digno y un piso humilde. Era una ciudad de mezcla de gentes venidas de todo el Estado, hoy ya de todo el mundo. Este hecho debería haberla dotado de una idiosincrasia cosmopolita, al estilo parisino. Recuerdo que tenía un cielo velazqueño, sutil, elegante. Baroja decía de un azul líquido, como un inmenso lago sereno. Ese Madrid suscitó en mí inmensa simpatía.

Pero hoy chirría por su cosmovisión astringente, supercentralista, supremacista hacia el provinciano, un español de segunda. Esta actitud quizá puede deberse a que al ser en su gran mayoría de familias procedentes de los confines del imperio, sus descendientes actuales hacen gala de extrema madriñelidad para ocultar los traumas y la pobreza del emigrante de primera generación. Leí estos días en las memorias del amigo Pablo González Mariñas, Aquellos veranos de tedio, esta cita de José María Pemán, ideólogo del franquismo y autor de una conocida letra del himno español: “En Castilla hay un centro correoso de hispanismo, en el que España se reconcentra y reagrupa sus fuerzas. Probablemente la instalación de la corte en el Madrid estepario y central, acostumbró al ánimo rector y gobernante a interpretar la periferia como riesgo y evasión centrípeta. Barcelona, Valencia o Lisboa eran nombres que sonaban a potros que había que retener con las riendas tensas. Galicia o Vasconia evocaban señoríos y castillos lejanos que había que desmochar. Hasta la abierta y cordial Andalucía fue, en algún momento, trapisonda rebelde del duque de Medina Sidonia. Por eso lo español no se siente defendido sino agrupándose en el centro, bien resguardado de los aleros del tejado que gotean europeísmo, liberalismo y tolerancia. Cuando las cosas son así, así tendrán que ser. Pero uno no deja de meditar un poco si la tónica reacción del 98 no hubiera sido quizá más fecunda colocada bajo un signo más periférico y mediterráneo: si la hubiera regido un poco más el socratismo de Eugenio D´Ors, el cristianismo ancho de Verdaguer, de Maragall o Llobera; si no hubieran sido unos solitarios excéntricos, los dulces y civilizados Juan Ramón y Rosalía”.

Estas apreciaciones y dudas expresadas por un preboste del franquismo han sido ampliamente superadas por el ayusismo rampante y campante a sus anchas en la villa del oso y el madroño. El ayusismo es una versión rigurosa del PP, siglas del material más rígido, el polipropileno. Según González Mariñas, se trata de un polímero de bajo coste, con enormes beneficios si es bien manejado. Es altamente resistente a los disolventes, especialmente los internos, aunque sean muy tóxicos o ayúsicos. Es frecuente colorear su exterior, disimulando la reacción originaria, azul y gualda. Resulta útil para productos que requieran protección frente a la acción exterior de uso y necesidad común y popular y no se fractura con facilidad.

Para Ángel López García-Molins, catedrático de Lingüística General de la Universidad de Valencia en su libro España contra el Estado, el centralismo de Madrid, que es un grave problema español, se ha transformado en una auténtica ideología. En apretada síntesis, según este autor, son unas cinco ideas simples que han ido penetrando en la sociedad, la intelectualidad y la clase política madrileñas, y en gran parte, del resto de España.

1ª) La esencia de España es Madrid, por lo que sus tendencias, costumbres y mitos son de obligado cumplimiento.

2ª) Quien se manifieste en contra de esta ideología es un español de segunda, cuando no un mal español e incluso no es español.

3ª) Madrid tiene que ser la sede por antonomasia de todo: financiera, política, administrativa, judicial, castrense, cultural, mediática.

4ª) Los problemas solo se reconocen como tales cuando llegan a la capital.

5ª) Todas las elecciones están subordinadas a la representación parlamentaria en el madrileño palacio de la Carrera de San Jerónimo.

Se ha vuelto una ciudad insoportable para los periféricos conscientes, sigue creciendo y succionando su entorno y se ha convertido en el sumidero de España. Algunas minorías dirigentes galaicas, subyugadas por los cantos de las sirenas del Manzanares, se han incorporado e incorporan graciosamente con armas y bagajes a las huestes chulaponas, asumiendo íntegramente sus valores. Triunfa el trumpismo chulapo, el machismo testicular futbolero y el neofranquismo rancio. El clima es bretemoso, denso y tenso, donde cualquier interpelante, si no tiene aplomo, cometerá a la fuerza excesos verbales, hijos de la pasión o del cabreo, excitado por los aguijonazos del adversario, que sin denuedo los practica con canina elocuencia y viperino veneno. Las palabras incendiarias vuelan como puñales y sin rocío apenas.

El ambiente es grisáceo, plomizo, agresivo, ayúsico, reino de la corrupción y de la invitación al transfuguismo. Reino de la máscara, donde proliferan marrulleros, tartufos, tahures, burócratas, fanfarrones, prepotentes y mentirosos, que se creen sus propias falacias, primer mandamiento del decálogo gobeliano de un buen mentiroso. Vividores a cuenta, que recaudan el 49% de los impuestos del Estado, a pesar de representar solamente el 19,45% del PIB español. Mientras en los barrios periféricos sudan la camiseta a diario en trenes de cercanías y en el metro y malviven multitud de obreros, inermes ante el estruendo glamuroso de una élite política y social, altiva y saqueadora, que resucita viejas glorias al sol de las montañas nevadas y de las banderas al viento. Los operarios y gentes del bien obrar son considerados peligrosos bolivarianos con dagas entre los dientes, gentes en ansiosa espera de un Mesías redentor, a la larga posible demagogo.

Madrid es hoy, al igual que las antiguas polis griegas, una ciudad-estado, gobernada por una oligarquía apaletada y altanera, enquistada camarilla que desprecia cuanto ignora, detesta la diferencia, desconoce el respeto, abuchea al Presidente del Gobierno y aplaude a una simbólica cabra.

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