Madrid: botín, piñata y negocio

En Palermo, cerca del maravilloso Palazzo dei Normanni y de su espléndida Capilla Palatina, hay un Giardino degli uccelli o Jardín de pájaros. En una suerte de oasis urbano, no muy lejos del Jardín botánico de la Kalsa, donde el visitante puede admirar distintas especies de aves, muchas de ellas exóticas. Se trata de reminiscencias del pasado capitalino que la ciudad mantuvo durante siglos, asociada primero al Reino de Sicilia y más tarde al de Nápoles (y Dos Sicilias). La pérdida de la capitalidad –y de la subcapitalidad– ha implicado una prolongada decadencia, muy visible en la pauperización social o en el deterioro de sus centenares de magníficos palacios e iglesias. Pero si la incorporación al Reino de Italia, luego República italiana, ha significado para Palermo y Sicilia una evidente periferización, para Madrid su conversión en comunidad autónoma ha implicado un reforzamiento de su posición dominante como centro y capital del Reino de España. También ha aumentado los beneficios de las familias asociadas a la Marca España, que desde hace generaciones están vinculadas a la gestión del Estado.

Asociada al cambio de la capitalidad con Valladolid a principios del XVII, Madrid es uno de los primeros pelotazos inmobiliarios de la historia, cuyo principal beneficiario fue el Duque de Lerma, valido del rey Felipe III. Pero como ciudad, solo cobró verdadero impulso a partir de la centralización que impuso el franquismo –la primera fábrica madrileña de máquina-herramienta se había fundado en 1927–. La concentración de recursos que impuso la dictadura continuó con el felipismo, y durante el mandato del Señor GonzáleX se ubicaron en Madrid casi 4/5 partes de la inversión europea que fluyó en un volumen de recursos solo comparable al oro que los «conquistadores» extrajeron de América durante una colonización que duró siglos. El proyecto –Madrid/España– que todavía concentra allí el 75% de la inversión extranjera ha convertido a un villorrio árabe, Mayrit, y a su entorno, en la gran urbe ibérica. Semejante centralización de recursos explica un milagro económico que tiene como contrapartida la denominada España vaciada. La hegemonía madrileña también implica que Euskadi sólo reciba un 5% de semejante volumen de inversión, o que la que llega a Catalunya no alcance el 15% de lo que acapara la villa y corte. Cifras sobre un botín que Madrid no comparte ni quiere compartir, y datos que evidentemente no se mencionan en campaña.

Sin embargo, aunque ignorado por los medios capitalinos que nutren de información a toda la población del Estado, un estudio del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas ha advertido sobre los efectos de esa concentración de recursos en Madrid y ha detallado los desequilibrios de inversión productiva y presión fiscal que acompañan al efecto de la capitalidad (IVIE 2020). Lógicamente, para quienes la política es, sobre todo, una oportunidad de negocio, controlar Madrid resulta trascendental y, dada la dimensión de los recursos que se reúnen en ese pequeño territorio, que casi supera los siete millones de habitantes, procurarse el control sobre esa administración constituya a su vez un decisivo negocio político. Estar asociado a la piñata más importante de España supone una fuente inagotable de recompensas y privilegios, en particular para un grupo tan parecido a una asociación de malhechores como el PP, con sus tesoreros imputados por malversación, y sus presidentes autonómicos procesados durante los últimos 25 años. Fortalecer la capitalidad y el núcleo de negocios madrileño resulta fundamental para quienes se lucran administrando el patrimonio de la Marca España. También al «pueblo madrileño» y a sus residentes les interesa reforzar Madrid como centro de la españolidad, dado que las fuentes de empleo están estrechamente vinculadas al efecto de la capitalidad y la concentración de recursos. No debiera sorprender que el voto que interpreta que España es Madrid, un argumento supremacista para justificar acaparar recursos y privilegios, cuente con un respaldo mayoritario. El núcleo duro de electores madrileños lleva décadas respaldando políticas que, como en sanidad, educación o vivienda, ponen en evidencia las grandes desigualdades que el modelo neoliberal y patriótico asociado a la corrupción ha impuesto entre los capitalinos, pero tampoco la falta de asistencia hospitalaria a miles de ancianos abandonados en residencias durante el confinamiento ha condicionado la orientación del voto.

En algunos estados como España o Francia, la guinda y la mayoría de las velitas del pastel se concentran junto a la capital nacional, mientras que en federaciones como Alemania o EEUU los recursos se han repartido entre distintos territorios y ciudades. Así, en Alemania, Frankfurt es la capital financiera, München es referencia del audiovisual, Colonia/Düsseldorf lo es para la moda, Stuttgart, de la industria automotriz, Essen, para la industria pesada, y Berlín, capital prusiana, ha recuperado la sede del parlamento y del gobierno. En EEUU, Nueva York, Boston, Atlanta, Chicago o Los Ángeles son sedes de numerosas corporaciones, y el papel de Washington se centra en tareas de administración y gobierno sin acaparar sectores económicos. Por el contrario, quienes, desde Valencia, A Coruña, Barcelona o Bilbao apoyan el proyecto español contribuyen a la masiva concentración de recursos en Madrid. Los más exaltados incluso proponen la supresión de las autonomías, es decir, que los puestos de trabajo vinculados a la descentralización territorial también se trasladen a Madrid.

No mantener toda la administración del Estado en Madrid se ha subsanado concentrando allí la inmensa mayoría de la inversión pública y la que aportan las multinacionales, ser sede de las grandes empresas del Ibex o de los organismos de la administración central. El negocio vinculado a sectores como los bancos de inversión y fondos de capitales, grandes bufetes de abogados, gestoras inmobiliarias o los negocios asociados al BOE generan a su vez un tráfico de personas que alimenta a otros sectores, como la hostelería, la restauración o el entretenimiento que proporcionan a lugareños y visitantes las denominadas «cañas de la libertad». También la industria de la ficción comunicativa y de la información reside en Madrid, donde no hay sitio para otras culturas «españolas» que la dominante castellana. Así, aunque en Madrid es posible una escolarización en inglés, francés o alemán, en el publicitado crisol resulta imposible hacerla en euskara o catalán, como tampoco los efectos online de la pandemia o la digitalización han alterado la relación centro/periferia o la perspectiva entre Madrid y provincias, tal y como se refleja en el discurso de los tertulianos que copan las televisiones y radios que emiten desde zona nacional.

Mientras el foco ilumina a quienes dan espectáculo subidos a los caballitos, los que mueven el tiovivo siguen haciendo piña y negocios. Para el proyecto aznarista de Madrid 10 millones, que se alimenta de parasitar recursos y de la mano de obra precarizada, desplazada desde los Andes o el Magreb –que también sirve como espantajo para atraer votos ultras– se trata de aumentar el volumen y el peso hasta resolver definitivamente y por aplastamiento el orteguiano problema de la falta de vertebración territorial.

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