Hablar en público ya no es lo que era. Tanto si eres tuitero ocasional, como si escribes en una revista digital, como si te pilla un cámara de la APM por la calle, las posibilidades de ofender a alguien con lo que digas se han multiplicado. Desde la elección de los ejemplos que encabezan un artículo al género de las palabras, y qué decir de los chistes o las comparaciones, sentimos las miradas clavadas de una manera impensable hace 10 años. Según el enjambre de lo que la escritora Lucía Litjmaer llama con sorna «Feroces analistas», esto es una calamidad para la libertad de expresión perdida y Occidente se va al traste por culpa de la legión de neopuritanas (siempre son mujeres) escandalizadas o, lo que en términos técnicos se conoce en castellano como «ofendiditos». Es la dictadura de la «corrección política», el triunfo de una nueva forma de censura que acabará inexorablemente con la idiotización de todos nosotros. En su ensayo breve ‘Ofendiditos’ (Anagrama) Litjamer opina que los auténticos idiotas, moralistas y puritanos son los que criminalizan la protesta.
¿Hay que censurar el cartel de una exposición de Egon Schiele, contextualizar los cuadros de Balthus o cuestionar ‘Lolita’ de Nabókov? Más cerca de casa: Quim Monzó, con una debilidad conocida por este tipo de noticias, escribía hace poco sobre la iniciativa del Ayuntamiento de Calella de Palafrugell que ha impulsado un equipo de tres personas que quieren «iniciar un debate de carácter social sobre el contenido que aportan las letras de las habaneras. Tanto en cuanto a las más antiguas como las más nuevas, y sobre todo en todo lo que tiene que ver con la discriminación de género». ¿Hace falta? Tanto si estas empresas nos indignan como si nos entusiasman, se han multiplicado exponencialmente durante los últimos años y, contra ellas, ha emergido un discurso encabezado por figuras cuestionables desde Arturo Pérez Reverte a Donald Trump , pero también de otros de altura, como el mismo Monzó o intelectuales de la talla de Chatherine Deneuve o Catherine Millet, que firmaron un manifiesto muy crítico con el #Metoo. En los dos bandos hay genios y cretinos bien repartidos.
Lijtmaer pone el foco en las palabras: recorriendo artículos académicos, polémicas periodísticas e incendios en las redes sociales, la autora demuestra que la movilización de conceptos como «puritanismo», «corrección política» o «snowflake» (el precursor anglosajón de nuestro ‘ofendidito’ u ofendido), es un fenómeno reciente y, sin estar segura si se trata de una conspiración conservadora de escala global o de un simple efecto contagio, Litjamer deja claro que esta nube de palabras se han convertido rápidamente en comodines retóricos de nuestros debates sobre los límites de la libertad de expresión, la relación entre arte y moralidad o lo que cuenta o no como sentido del humor. Esta modernización del arsenal de descalificaciones demuestra que hay una guerra cultural de fondo y que los bandos saben que los insultos son una magnífica punta de lanza del ejército ideológico. ‘Feminazi’ contra ‘machirulo’ , ‘facha’ contra ‘pijoprogre’, ‘puritana’ contra ‘señor..’. los límites de mis improperios son los límites de mi mundo, así que vale la pena expandirse.
La gracia del ensayo de Litjmaer es que escribe con la misma ironía, mordacidad y ambigüedad moral que los feroces analistas consideran patrimonio suyo. La suya es una crítica sarcástica a la crítica sarcástica, en las antípodas de un panfleto moralista pseudopedagògico que da todas las respuestas sobre cómo debe ser el mundo. La tesis de la autora es simple: si los consensos por lo pronto se han roto, y cada vez hay más voces que protestan que hasta ahora habían sido silenciadas…. ¡celebrémoslo! Las ideas buenas no se debilitan con la crítica, sino que salen reforzadas, y cuanto más feroces y variadas sean las voces que ponen en cuestión los discursos hegemónicos, mejor será el destilado ideológico final. A los que se lamentan de que ya no se pueda decir nada sin que alguien se ofenda, Litjmaer les dice que, si tanto les escandaliza defenderse de la crítica, quizás el problema lo tienen ellos y sus creencias.
Por descontado que los límites legales del discurso del odio, el darwinismo dialéctico que propone Litjmaer es atractivo. Si el comité para la relectura feminista de las habaneras es una papanatas o no, ya nunca más se podrá sentenciar a priori: que protesten todos, que todo el mundo escriba artículos con ironía fina y, al final, el argumento más fuerte será el ganador. Como decía Marx y cita la autora, el capitalismo, la tecnología y la democracia han hecho evaporarse todo lo que era sólido. El resultado es un flujo incesante de críticas y contracríticas que llamamos democracia, que tiene muchos problemas, pero las alternativas para fijar los límites de las cosas han demostrado ser todas peores. Cuestionarlo todo da pereza, rabia y puede llegar a resultar asfixiante. Nadie dijo que sería fácil.
NÚVOL