Los vientos que soplan

Durante los primeros días del corriente mes de julio ha tenido lugar en Navacerrada la octava edición del Campus FAES, esa especie de universidad de verano en la que el laboratorio de ideas del Partido Popular despliega sus poderes y -hogaño más que nunca- elabora doctrina al servicio de la inminente llegada al Gobierno de Mariano Rajoy y los suyos.

Ya en su discurso inaugural como presidente de FAES, José María Aznar marcó el tono al dar a entender que, con el actual escenario político vasco, ETA se siente ganadora; lo cual nos dejó en la duda de si lo criminal era ETA, o es la aspiración independentista pacífica de una parte de aquella sociedad. Pero, sin desdeñar la presencia como ponente de Manuel Pizarro -aquel que juró “no ser nunca empleado de La Caixa”, ¿recuerdan?-, lo más goloso del programa (al menos, para el paladar de este articulista) era el curso titulado Claves políticas para España; dentro de él, y entre otros asuntos, debía debatirse sobre la “racionalidad” y la “viabilidad” del Estado autonómico.

Gracias a dos damas, María Dolores de Cospedal y Esperanza Aguirre, esas expectativas no se vieron defraudadas. La secretaria general del PP y flamante presidenta castellano-manchega culpó a las autonomías de la “maraña administrativa” y la “maraña de regulaciones que, a la larga, lo que hacen es poner trabas a la unidad de mercado”, y sentenció que el Estado autonómico ha olvidado su objetivo y su finalidad, “que no es otra que la de vertebrar administrativa y políticamente España; es decir, la nación española”. Dentro de esa concepción, el derecho al autogobierno ni está, ni se le espera.

Pero fue la mandataria madrileña quien desplegó un discurso más elaborado en la materia, y lo hizo partiendo de la historia. Por cierto, que no sé cómo Gonzalo Anes no la coopta para la real academia del ramo; con sus ideas y siendo, además, condesa, reúne todos los requisitos…

En su excursión al pasado, doña Esperanza Aguirre aludió al “Estado centralista que venía desde la Nueva Planta de Felipe V (y que, por cierto, tan provechoso había sido para catalanes y vascos)”, quiso subrayar que los Estatutos de autonomía republicanos no se tradujeron “en una situación envidiable para sus ciudadanos” y dijo que, en la Constitución de 1978, “nacionalidades era una forma eufemística de denominar a las regiones (sic) que habían alcanzado Estatuto de Autonomía en la II República”. Sin embargo, “las llamadas nacionalidades han seguido un proceso galopante de exigencias y, por qué no decirlo, de provocaciones”, verbigracia “el nuevo Estatuto de Cataluña, los referendos de independencia en muchas ciudades catalanas (en los que participa hasta el presidente de la Generalitat), o la legalización de Bildu”.

Ante tamaño desmadre, y con la crisis económica como coartada, la presidenta Aguirre propuso -eso, durante unas jornadas en las que denostar al PSOE cada tres frases era casi un ritual- “la restauración del consenso entre los dos grandes partidos, el socialista y el nuestro”. De no hacerlo, advirtió, “la política nacional pasará a ser una sierva de la de las comunidades. De hecho, muchas veces ya parece que España es la decimoctava comunidad autónoma”. Merced a ese consenso, en cambio, “se podrían devolver al Estado algunas competencias, (…) se podrían restaurar esos cuerpos de funcionarios nacionales que han desaparecido e, incluso, se podrían abordar reformas constitucionales para cerrar el proceso descentralizador que ahora permanece abierto”.

Con tales ideas en la maleta se prepara Mariano Rajoy para instalarse en La Moncloa dentro de unos meses. En cuanto al único que puede impedírselo, Alfredo Pérez Rubalcaba, la reforma de la ley electoral que acaba de proponer no hace sino confirmar el tufo jacobino -bueno, entre jacobino y sans-culotte, por mor de los “indignados”- que desprende su candidatura.

Y luego hay quien se extraña de que, en cada sondeo, aumente el número de catalanes favorables a la independencia.

 

El País de Cataluña