Una vez, Fraga dijo que para que la ikurriña fuera legal antes habría que pasar por encima de su cadáver. Cené con él hace unos años (hoy lo reconozco después de tantos remordimientos) en el Galeusca que se celebró en Santiago. Es cierto que se aplicó un sinfín de pastillas con la sopa, pero aún no era fiambre y la ikurriña lleva un buen ciclo permitida, al menos en muchos espacios. En otra ocasión Iturgaitz, tan remoto en el tiempo que he olvidado su nombre, afirmó que las elecciones regionales eran, en realidad, plebiscito: independencia o solera de España. Triunfaron los partidos de Lizarra-Garazi, que eran los destinatarios de su rotunda afirmación. Y, a pesar, nuestra casa sigue siendo propiedad borbónica. Fernando Iwasaki, un peruano de origen asiático, ofreció una lección magistral hace 15 años (esta vez lo recuerdo porque tengo la ficha) a responsables periodísticos, judiciales y policiales: para acabar con ETA hay que buscar el enfrentamiento civil. De aquella sandez surgió el Espíritu de Ermua y del mismo la reciente UPD del triunvirato Rosa Diez-Savater-Vargas Llosa. Nacieron en el siglo equivocado. Tenemos memoria, afortunadamente: los joseantonianos nos dejaron el país cubierto de difuntos furtivos, en las cunetas. ¿Quién es víctima? Primer punto de Falange: «Creemos en la realidad suprema de España. Afirmarla, elevarla, perfeccionarla es el deber urgente de todos los españoles». Fraga, Iturgaiz, Savater…
Felipe González, Ricardo García Damborenea, Antonio Ibáñez Freire («aunque se escondan en el centro de la tierra), Andrés Cassinello («prefiero la guerra a la alternativa KAS»), Rafael Vera, Narcís Serra, Luis Carrero Blanco, Rodolfo Martín Villa («ganamos dos a uno»), Agustín Muñoz Grandes, Jaime Mayor Oreja, Pepe Barrionuevo, José María Areilza («vaya que si ha habido vencedores y vencidos»), Javier Corcuera, Carlos Arias («españoles -suspiro-, Franco ha muerto»), Juan José Rosón, Ángel Campano… ¿cuántos han pasado por la cúpula de la hispanidad? Rojos, amarillos, azules o escarlatas, ¡qué más da el color! Ante la realidad suprema que es España el resto es nimiedad, una pequeña estrella en la inmensidad de la galaxia rojigualda.
En fecha distante, aunque no lejana (octubre de 1958), un diario egipcio, cuyo nombre no viene al caso, informaba que la millonaria griega Eva Chrisenti, residente en Alejandría, había dado con una fórmula magistral. La agencia alemana DPA, que recogía la noticia, titulaba en su crónica: «los negros podrán ser blancos gracias a una fórmula revolucionaria» y abría un par de párrafos delirantes en los que recogía la noticia de una sustancia que, inyectada en el ser humano, lograba cambiar la pigmentación de la piel. El invento, que ya había sido patentado, «puede poner fin a todos los conflictos raciales de la tierra», sentenciaba La Voz de España, que es el diario más cercano al que he echado mano para meterme semejante chute.
Lo anormal del tema, que ya habrá percibido el lector, tiene que ver con la mentalidad anormal, valga la redundancia, de la inventora de la pócima, de la agencia que la trasmite y del diario que la comunica. El cambio de pigmentación se admite de negro a blanco, y no por ejemplo, al revés. Esos tres agentes sólo concebían que la humanidad fuera blanca y, con eso, habrían desaparecido «todos los conflictos raciales». Necedad elevada a su máxima expresión. Y, sin embargo, los medios de la época, capitalistas los unos, académicos los otros, falangistas finalmente los de aquí, le dieron portada.
De la misma manera, el «conflicto vasco» se entiende en clave de transformación de negro a blanco. No pasa siquiera por la imaginación de las sesudas y especialmente dotadas mentes arriba citadas (algunas bien es verdad en proceso de compostaje) que los negros deseen seguir siendo pues eso, negros. Me parece tan evidente que no acierto a entender el empecinamiento falangista hispano. Y, quizás, esa torpeza se encuentre en las tesis del eminente psicólogo Cyril Burt, que explicaba científicamente la diferencia abismal de coeficiente intelectual entre blancos y negros (a favor de los primeros, por supuesto), o en la agudeza intuitiva del mago de las palabras que fue Borges, cuando dijo que «los vascos me parecen más inservibles que los negros». Pues será eso.