Toda la prensa, de aquí, de allá, de Europa, Asia y América, ha dedicado durante días y días informaciones y comentarios al caso caso desesperado de las finanzas públicas de Grecia, y a la condición inestable y peligrosa de sus vecinos meridionales, Italia, España y Portugal. Quiere decir que, finalmente, el estado real de la cuestión aparece a la vista del público: el estado circunstancial provocado por esta ya célebre crisis, y el estado histórico y profundo, del que cuesta más hablar. Que Grecia, sus gobiernos sucesivos, su administración, el país entero, ha vivido muchos años por encima, como suele decirse, de sus posibilidades, es un hecho que todo el mundo conocía, en los despachos de Bruselas y en los ministerios de Atenas. Que los gobiernos griegos falseaban estadísticas y cifras para hacer ver que eran disciplinadamente europeos y gestores rigurosos, también lo sabía todo el mundo, y disimulaba. Pero no pasaba nada: viva la alegría, gastamos dinero en las Olimpiadas de Atenas hasta dejar el tesoro público en la ruina, y ya pagarán los alemanes, como siempre. Y cuando por fin el gobierno (le ha tocado con un gobierno socialista, heredero de un gobierno conservador irresponsable, y de otro gobierno socialista más irresponsable todavía) tiene que intentar salvar el país del naufragio, ya tenemos los sindicatos en la calle, amenazando con la parálisis final. Por cierto, ¿quién piensan que tiene que continuar pagando, cuando el gasto público que no quieren recortar es tan peligrosamente superior a los ingresos? Allá, en la mitad oriental del Mediterráneo, pagar impuestos está muy mal considerado, engañar la hacienda pública es un deber nacional, la cultura del individuo avispado que busca sólo el propio beneficio es una tradición antiquísima, buscar el provecho con la influencia personal y la amistad con el político o con el funcionario, es el camino natural de la vida. Todo muy antiguo, desde Ulises el de muchas ideas, el de múltiples engaños y muchas caras. Y todo muy repetido en esta mitad meridional de Europa, llamada mediterráneo. En Italia, sobre todo de Roma hacia abajo, donde el Estado es simplemente una ubre que van ordeñando quienes saben como hacerlo. O un gran embudo donde el norte y el centro van colocando dineros, y los dineros salen por el pico y ya no se sabe donde van a parar y cómo se pierden. Hagan ustedes un viaje de Turín a Palermo, pasando por Nápoles y por Calabria, observen el panorama, y sabrán de que hablo. En esto, y sólo en esto, tienen parte de razón los exabruptos populistas de Umberto Bossi y desagradable compañía. Y en este Reino de España donde, según acabo de leer, los funcionarios y otros dependientes de la administración pública han aumentado un 30% los últimos ocho o diez años. Dónde, para poner un ejemplo inocente, en Andalucía, Castilla-La Mancha y Extremadura, cobra sueldo del presupuesto el 25% de la población activa, y en Cataluña sólo el 8 o el 10%. Unos son muy listos, los otros no tanto: unos pagan, otros no.
Y esto es Europa, también: los del norte pagan, los del sur cobran. Los alemanes o los holandeses trabajan, administran seriamente los caudales públicos, no practican el deporte del engaño al estado, no despilfarran el dinero fastuosamente, y pagan. Los griegos, los españoles, y gran parte de los italianos, piensan que son más listos y más espabilados, ven el estado y la administración pública como un cuerpo extraño, piensan que la economía “sumergida” es una prueba de inteligencia colectiva, y gastan alegremente las subvenciones de