La implantación de los Mossos d’Esquadra como policía integral de Cataluña es, junto a TV3, el legado más importante de Jordi Pujol. Su origen real, sin embargo -es la policía más antigua de Europa-, se remonta a 1719, cinco años después de la derrota nacional ante las tropas de Felipe V, y responde a la necesidad borbónica de reprimir a los catalanes no claudicantes. De hecho, las consecuencias políticas, culturales y sociales de aquella victoria no sólo se mantienen vigentes tres siglos después, sino que los Mossos, fieles a su espíritu fundacional, siguen siendo un cuerpo represor de las libertades nacionales de Cataluña y un aliado uniformado de los intereses nacionales de España. Su retorno, con competencias en orden público y seguridad ciudadana, comienza en 1994 con el proceso de substitución de los cuerpos de seguridad del Estado. Es un retorno que genera muchas simpatías, ya que la policía -como también una televisión propia- constituye un elemento clave de la representación oficial de una nación. Pujol lo sabe y ornamenta con ello el maltrecho universo simbólico de los catalanes, pero, como veremos, se trata de un caballo de Troya, porque hay múltiples aspectos de TV3 y de los Mossos que evidencian la dependencia emocional que Pujol tenía y tiene de España. El nombre lo dice todo. ¿Qué nación le pone por nombre Tres a su primer canal de televisión? España desde luego que no; pero tampoco lo hace el País Vasco, a pesar de compartir con Cataluña un mismo ámbito estatal. ¿Hay algo más ridículo que concebir ETB3 sin la existencia de ETB1 y ETB2? Pues bien, el nombre de TV3, en lugar de TVC1, dice a las claras cual es el verdadero país que los autodenominados nacionalistas catalanes tenían en la cabeza cuando crearon dicha emisora. Es desde ese pusilánime esquema mental, que la televisión de Cataluña nacía como una prolongación de Televisión Española: puesto que ya existía la 1 y la 2, se imponía la 3. Y cuando crearon un segundo canal le pusieron 33. Que bonito. Al final, entre el nombre, el desprecio por la lengua, unos contenidos españolizados y un mensaje descaradamente españolizador, TV3 se ha encontrado consigo misma y se ha convertido en el tercer canal de Televisión Española. No es extraño que su pérdida de audiencia comience a ser espectacular, las copias no seducen.
Por lo que respecta a los Mossos, también su nombre esconde la trampa del «sí, pero no». Es la manera de conseguir que la representación nacional de los catalanes sea más teatral que real. Así, mientras la policía española sigue siendo «la policía» -no los «muchachos de herraje», por ejemplo-, la catalana responde al pintoresco nombre de Mossos d’Esquadra. Exactamente igual que en todos los ámbitos de representación política: en Cataluña no hay gobierno, ni presidente del gobierno, ni vicepresidente, ni ministros; hay Generalitat, presidente de la Generalitat, conseller de presidencia y consellers. Es decir, la prueba más fehaciente de que la nación verdadera no es la propia sino la española. Pero el nominal no es el único elemento que contribuye al descrédito de los Mossos, también está el de haberse convertido en el garante principal de la unidad de España en Cataluña aun cuando no hay ni una sola rama del independentismo que practique la violencia. En otras palabras, los Mossos d’Esquadra tienen fichados y controlados a todos los miles de jóvenes mínimamente comprometidos con la lengua y la cultura del país.
El caso que relato a continuación tuvo como protagonista a Guim Pros, un joven vinculado a la formación independentista Maulets. Una noche, cuando volvía a casa en su furgoneta, fue interceptado por una patrulla de los Mossos y obligado a detenerse en un descampado. Allí, mientras un policía comprobaba sus datos a través de la radio del coche, el otro se dedicó a rastrear sin ningún resultado el interior de la furgoneta al tiempo que le decía: «¿Cómo lo llevas, eso de ser de Maulets? ¿No recuerdas cómo terminó el independentismo en 1992?». Es decir, que sabían muy bien quien era sin necesidad de verificar su documentación. Después, amenazándolo con una porra, le ordenaron que se quitara la ropa y cuando estuvo completamente desnudo le hicieron sentar en la parte trasera de la furgoneta mientras le enfocaban el pene con la linterna y se burlaban de él con comentarios sexistas. Finalmente, tras decirle que comunicara a los «suyos» lo que ocurre «cuando eres un Maulet» y de advertirle que los tienen controlados, lanzaron su ropa lejos de la furgoneta y se fueron. Pero la historia no termina aquí, porque, unos meses después, esta vez en la autopista, una patrulla formada por un hombre y una mujer le siguió durante tres kilómetros hasta que le hizo parar en un área para camiones. El ritual fue el mismo, pero como eran las cuatro de la tarde y había gente alrededor no le hicieron desnudar. Los comentarios fueron estos: «Supongo que entenderás que no es casualidad que te hayamos parado otra vez, ¿verdad? Veo que no has aprendido». Pros, había pasado el fin de semana en casa de un familiar y llevaba una bolsa con ropa. La desperdigaron por el suelo y, como la otra vez, antes de irse, le dijeron que advirtiera a Maulets que estaban en el punto de mira.
Esta es la policía que se sienta continuamente ante los jueces acusada de vejaciones, malos tratos y tortura a detenidos; la misma policía que acusa de terrorismo y detiene sin pruebas a Núria Pòrtulas, una educadora social de 26 años; la misma policía que sale a la calle a manifestarse porque ya no puede soportar la presión social que hay contra ella; la misma policía que se irrita ante el rechazo generalizado que provoca su desprecio a los derechos humanos y a la dignidad de las personas y que exige para sí la presunción de inocencia que niega a los demás. Esta es la policía que dice haber nacido con «voluntad de estar arraigada a la cultura y al pueblo de Cataluña, al cual pertenece y al cual ha de servir».