Los militares españoles es mejor que no nos hablen de valores…

Las comparecencias de prensa del gobierno español son cada día más indignantes. En la de ayer el protagonismo fue del jefe del estado mayor de la defensa, Miguel Ángel Villarroya. En aquella hora en Madrid ya moría por Covidien-19 una persona cada quince minutos y, mientras tanto, la comparecencia de prensa oficial del gobierno español, en lugar de ocuparse del gravísimo problema sanitario que vivimos, se convirtió en una apología del militarismo, completamente fuera de lugar.

Villaroya es un catalán nacido en el Montsià que mientras Franco agonizaba decidió incorporarse al ejército español, concretamente en la academia del aire. Una decisión que explica qué clase de persona es, especialmente ante todos los que aún podemos recordar el ambiente que se vivía en aquellos años y la imagen y la realidad de aquel ejército. Con los años este general ha ido escalando hasta que hace dos meses el gobierno socialista le nombró máximo responsable militar. Y en virtud de esta posición aparece en las conferencias de prensa.

En la intervención de ayer, lo transcribo de manera literal, Villaroya dijo, sin un ápice de vergüenza, que la lucha contra el coronavirus ‘es una guerra de todos los españoles’ y llegó a afirmar: ‘Desde mi experiencia, en este momento de contienda bélica, son muy importantes los valores militares: disciplina, espíritu de sacrificio y moral de victoria’. Paso por alto la definición, más que desafortunada, de la actual crisis sanitaria como una guerra. No es ninguna guerra y en ninguna parte del mundo salvo España los militares aparecen al frente de la crisis. Pero que hoy un militar español nos hable de valores creo que supera los límites de lo que una sociedad sensata puede llegar a aceptar. Por mucha paciencia que tengamos.

Porque el ejército español no es precisamente ninguna institución modélica. Hace poco vimos como 29 generales, un almirante, 105 coroneles, 15 tenientes coroneles, 12 comandantes y 14 capitanes incluso se atrevían a firmar un manifiesto para defender la figura de Franco y pronunciarse contra la exhumación de aquel dictador. Lo que, en definitiva, no confirma sino lo que los datos electorales han puesto de relieve: la correlación entre la presencia de instalaciones militares y el aumento significativo del voto a la extrema derecha.

Pero no se trata de una cuestión ideológica y nada más. Es que los militares españoles no tienen precisamente una hoja de servicios muy digna de presentar ante la sociedad. Sus submarinos no flotan. Y las fragatas se hunden. Y los barcos que tienen que salvar pilotos estrellados -que no se sabe cómo es que se caen tantos- se embarrancan. Y los misiles de sus aviones se disparan sorprendentemente a pocos metros de la frontera rusa y ponen en peligro la Estonia que en teoría quieren defender -defender-, en cambio que no diga nada sobre Cataluña, dejémoslo claro. ¡Incluso se han llegado a encontrar en el buque insignia de la armada 127 kilos de cocaína! Hay 56 pilotos del ejército del aire -precisamente el que dirige Villarroya- investigados por una trama de facturas falsas. Y los miles de millones que el Estado español gasta en tropa y armamento casi solo aparecen en titulares para relatar cómo se han tirado a la basura.

Como explica bien el teniente Luis Gonzalo Segura (1), esta gente es capaz de hacer barbaridades tan grandes como dañar un barco de setenta millones de euros, convertido en chatarra por la negligencia de un mando que lo hizo encallar en un lugar donde era evidente que se encallaría; o enviar un barco a recoger unos inmigrantes, en una acción propagandística, y darse cuenta, una vuelta al puerto, que no podían entrar porque no habían tomado sus medidas.

Y todo ello sin hablar todavía de qué ha representado esta gente históricamente. El ejército español es un ejército que sólo gana contra su población. La última victoria de la que podría presumir es precisamente la que sostuvo contra el poder legítimo, entre 1936 y 1939. Y más vale que no lo hagan, por favor. El resto es todo deprimente o ridículo, como el sainete aquel de la invasión de la islita de Perejil en 2002. Queda para la historia la derrota de Sidi Ifni en 1958 contra Marruecos y la traición al pueblo saharaui, ya bajo la dirección del corrupto Juan Carlos, como últimos hitos de una historia que es cualquier cosa salvo ejemplar.

Es verdad que, después de esto, y en el contexto de la integración en la OTAN que precisamente forzaron los socialistas, el ejército español ha participado en operaciones internacionales, en las que se ha querido lavar la cara para hacer ver que es lo que no es. No sé si recuerde nada destacado de estas operaciones, pero si se toman la molestia de rascar un poco encontrarán, por el contrario, relatos poco edificantes. Como los que describe, por ejemplo, el libro de L. Paul Bremer ‘My year in Iraq’ (Simon & Schuster, 2006).

Bremer, que fue nombrado por Bush administrador de Irak después de la invasión, no es que sea tampoco ningún ejemplo de nada. Al contrario. Pero por su papel de gobernador de hecho de Irak pudo captar bastante bien el papel que hizo el ejército español. Y dejó escritas, a la hora de retratar la participación española en la batalla de Nayaf, perlas como esta: ‘Su actuación es indignante […]. Se mantienen escondidos dentro de los tanques sin hacer nada mientras los otros combaten […], no tienen ningún tipo de compromiso’.

Es increíble que en un momento tan grave como el actual el Gobierno se dedique a hacer anuncios publicitarios en lugar de tomar las decisiones sanitarias que haría falta para salvar las vidas de la gente. Y todavía se atreven a hablar de valores…

(1) https://www.akal.com/autor/luis-gonzalo-segura/

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