Los lugares de la memoria

LA expresión «memoria histórica» se ha hecho un hueco entre nosotros, si bien reducida a lo acontecido durante la guerra civil y más en concreto a lo ocultado o no suficientemente divulgado durante los años del franquismo y la transición, que pareciera todavía perdura. Por tratarse de un relato de y sobre los vencidos ha terminado por convertirse en una expresión controvertida y a veces paradójica. Controvertida porque su simple mención genera confrontación entre quienes entienden la memoria histórica como restitución de la verdad y quienes la perciben como un personal enjuiciamiento por lo que ellos o sus padres hicieron. Y paradójica porque si la memoria, en tanto que colectiva, cohesiona al grupo; la historia se nutre de una observación individual del conjunto. O, al decir del historiador francés Pierre Nora, «mientras la memoria brota de los grupos a los que mantiene unidos, la historia pertenece a cada uno y a nadie, y por lo tanto tiene vocación universal».

A la búsqueda de un punto de encuentro entre memoria e historia, Pierre Nora concibió un proyecto historiográfico titulado Les lieux de mémoire (Los lugares de la memoria). Se inició con una convocatoria a 120 historiadores, en su mayoría franceses, todos de gran nivel, que participaron en la redacción de las 128 entradas que componen la obra, dividida en tres grandes apartados. En La République aborda las formas simbólicas -los tres colores (la bandera), La Marsellesa; los monumentos (el Panteón de París, los dedicados a los caídos…); las biografías (los centenarios de Voltaire y Rosseau, los funerales de Victor Hugo, la vida republicana…)-. En La Nation trata la geografía, las fronteras, los paisajes de pintura; la historiografía, las glorias de Francia (Verdún), la Académie Francaise (la palabra, las artes…) o la imagen del Estado (Versailles). En Les Frances (las Francias, obsérvese el plural, muchísimo más amplio, que desarrolla todo lo demás), incluye desde el «oficio de notario» a la «región», de la «gastronomía » a «la galantería», de Carlomagno a Juana de Arco, y constituye una perfecta descripción de la geografía mental y moral de cada habitante de Francia.

El proyecto de Nora comenzó en 1984. Eran tiempos de duda y pérdida de confianza de Francia que, habiendo permanecido casi inmutable desde la III República hasta la V República (1870-1958 ), se fue modernizando, empequeñeciendo y fragmentando, todo a la vez. Relegada a una segunda fila en el concierto internacional; por detrás de Alemania en la economía continental europea; marcada por la descolonización y enfrentada entre izquierdas y derechas, laicismo y religiosidad, resultaba incapaz de asumir con franqueza su propia historia, en particular el régimen de Vichy y la colaboración con los alemanes. Sobre este último punto es muy significativo que, habiéndose escrito la obra durante la presidencia de Miterrand, este permaneciera evasivo en cuanto al exacto recuerdo y el reconocimiento de su personal papel, aunque fuese menor, en Vichy. Quizás por todo ello, Nora asegurase melancólico que «Francia ha tendido a concebir sus conflictos en términos históricos y su historia en términos políticos». Lo cual no se antoja tan original a la vista de lo que ocurre en nuestro propio país, donde la historia se usa como recurso político contra el adversario y la política se pretende fundamentar en la historia, toda una amalgama que conduce fatalmente a las guerras de la memoria donde «un falso pasado sustituye al real por razones del presente», como afirma Tony Judt en Sobre el olvidado siglo XX.

En 1.992, Nora culminó el trabajo finalmente convertido en siete volúmenes y 5.600 páginas. Desde entonces quedó acuñada la expresión «lugar de la memoria», definida como «cualquier entidad significativa, de naturaleza material o no material, que por la voluntad humana o la obra del tiempo se haya convertido en un elemento simbólico del patrimonio memorial de cualquier comunidad». De esa manera, cada «lugar» indicaría tanto emplazamientos o instalaciones como conceptos, palabras y acontecimientos, símbolos de identidad si nos ponemos más concretos.

En la obra llaman la atención las ausencias: la inexistencia de entradas específicas sobre Napoleón Bonaparte o su sobrino Luis Napoleón, de cuyos respectivos legados toda Francia es testimonio (el Código Civil o el recurrente bonapartismo reflejado en la irrupción de los generales en la política: Petain, De Gaulle) y más aún si hablamos de París (desde Los Inválidos al Louvre y los grandes bulevares y arterias comunicativas, obra de los arquitectos bonapartistas). Y tampoco existen entradas referentes a las minorías, y no solo me refiero a vascos, corsos o bretones, sino también a las religiosas, como judíos o protestantes. Doy un ejemplo: ningún trabajo específico sobre la masacre de los hugonotes el día de San Bartolomé de 1572.

Estos particulares olvidos de la memoria resultan más llamativos si consideramos que, hasta donde alcanza la memoria, Francia «ha estado dividida entre el norte y el sur por la línea que va de Saint Maló a Ginebra, que en la geografía económica del siglo XIX marcaba la separación entre la Francia moderna y atrasada; entre los francófonos y los hablantes de menospreciados dialectos regionales; entre la corte y el campo, la izquierda y la derecha, los jóvenes y los viejos (no deja de tener significación que la edad media de los miembros de la Asamblea Legislativa de la Revolución Francesa fuera sólo de veintiséis años), pero sobre todo entre París y provincias» (Judt).

¿Cómo explicar los lugares del olvido, la negación de la memoria? Me arriesgo con la siguiente explicación: La III República, nacida tras la derrota de la guerra franco-prusiana, pretendió y consiguió refundir las Francias. Los eficaces instrumentos de cohesión fueron el Ejercito Nacional y la Escuela Nacional. El Ejército, de leva obligatoria, actuó como un crisol de identidad que transformaba a los campesinos en nacionales franceses de obediencia y convicción tras su paso por la milicia. Para entenderlo en detalle resulta de interés la lectura del ya clásico De campesinos a franceses, la modernización de la Francia rural 1870-1914, de Eugéne Weber. La Escuela Nacional completó la labor del Ejército por medio del aprendizaje y uso de la lengua obligatoriamente común, el francés, que era minoritaria al inicio de la III República. La labor de culturización se completaba con la historia y la geografía. De tal que Histoire de France, de Ernest Lavisse y Tableau de la géografie de la France, de Paul Vidal de la Blanche, se convirtieron en catecismos de credo republicano y nacional francés. Y todo ello sin olvidar el futuro, la acción dirigida a los más pequeños. El Tour de la France par deux enfants de Augustine Fouillée, publicado en 1877, fue lectura obligatoria y doctrina para los escolares durante décadas.

En nuestro país, a falta afortunadamente de un Ejercito vasco en funciones de aglutinante nacional y con unas Escuelas vascas felizmente alejadas del adoctrinamiento, la labor de enhebrar los lugares de la memoria debería recaer sobre los estudiosos. En un artículo anterior, La Chanson de Roland: Errolanen abestia (DEIA, 12 de febrero de 2011), escribía: «Los pueblos que no tienen quien escriba su historia están condenados a la manipulación de la misma (…) es, por tanto, asunto primordial tener medios de comunicación propios, y divulgadores de historia que entrelacen los lugares de nuestra memoria». José Félix Azurmendi, siempre al quite, me preguntaba si por debajo de esa frase había una propuesta de acción. Desde luego que sí. Estaba pensando, y ahora propongo, una convocatoria institucional dirigida a historiadores y especialistas para elaborar Los lugares de la memoria vasca. Sé de la dificultad del empeño en un país donde aún no existe una «cierta idea de nación», donde memoria e historia se contraponen al gusto de cada cual. Si en un principio fue el verbo, la palabra; nuestro propio nombre propio es controvertido. El uso de Euzkadi, Euskadi, Euskal Herria, País Vasco, Pays Basque, País Vasco-Navarro, Vasconia, Vascongadas, es una elección-exclusión ideológica por parte de quien lo pronuncia, incluido mi ordenador que se rebela ante la grafía euskérica. ¡Qué decir de un himno sin letra, con una sintonía contestada! ¡Y de una superficie geográfica que se contrae o expande a gusto del usuario! Por no hablar de la población, que se contabiliza con un tímido dos millones (CAV), alcanza un audaz seis millones (descendientes de vascos en España, argumento ultimísimo de la derechona española) y llega a la estratosfera si añadimos la diáspora.

Tratando de aportar algo, he consultado con Juan Luis Goikoetxea, erudito tan profundo como modesto, al punto de ver su cara transida al rojo ferrari en cuenta lea su nombre en estas líneas. Opina Goikoetxea que la traducción al euskara de Lugares de la memoria sería «asaben oroitzapenako eusko lurrak», porque incluye el doble significado de lugar, como emplazamiento físico y como consecuencia del maridaje entre símbolos, identidad e historia. Además, tiene una ventaja añadida por tratarse de una fórmula histórica: el lehendakari Aguirre, en su juramento de Gernika, utilizó tales palabras en distinto orden pero con igual intención. Otra ventaja, la mayor, es que gran parte del material está ya escrito. Las entradas correspondientes a historia económica, antropología cultural, instituciones, linajes… están hechas a través de la labor de personas como Monreal, De la Granja, Agirreazkuenaga, Chueca, González Portilla, Manterola, Lizundia, G. Arregi, G. Jáuregui, Larronde, Letamendia, Egaña y tantos otros que si no alcanzan los 120 franceses de Les Lieux de Mémoire se le aproximan bastante. Allí donde la sociedad vasca no ha superado la controversia, ¿sabrían ellos ponerse de acuerdo?

 

Publicado por Deia-k argitaratua