Los humedales tienen una importancia clave para la conservación de la biodiversidad, ya que son sustento para la gran cantidad de especies animales, como las aves, bien invernantes o reproductoras, los invertebrados, así como por ser áreas de gran productividad biológica
En determinadas épocas y lugares, no siempre ajenos a nuestros días y entornos, los humedales han sido objeto de políticas públicas. En el pasado, la desecación de marismas estaba relacionada, por un lado, con la lucha contra enfermedades infecciosas y, por otro, con las políticas de fomento. Antiguas leyes subvencionaban e incentivaban económicamente el desagüe, desecación y «saneamiento» de zonas húmedas, otorgando, incluso, a los particulares la propiedad de los terrenos «ganados» a las marismas o zonas palustres.
Como consecuencia de esta situación de amenaza que han padecido las zonas húmedas se ha ido desarrollando a nivel internacional un movimiento de concienciación que trata de asegurar la conservación de los humedales por los enormes beneficios que tienen, y su regeneración y recuperación.
Una fecha muy importante en la situación de los humedales fue el 2 de febrero de 1971 en que se firmó el Convenio de humedales de importancia internacional o Convenio Ramsar, firmado en dicha ciudad de Irán. Desde entonces se celebra todos los años en esa fecha el Día Mundial de los Humedales. Dicho convenio crea una lista de humedales de importancia mundial que recoge aquellos humedales de gran valor ecológico y a la que pertenecen actualmente seis humedales vascos: Urdaibai, Lagunas de Laguardia, Txingudi, Colas del embalse de Ullibarri-Ganboa, Salinas de Añana, y Salburua.
Tal y como se recoge en el Plan Territorial de Zonas Húmedas (PTS) de la Comunidad Autónoma del País Vasco (Decreto 160/2004, de 27 de julio), Euskadi cuenta con zonas húmedas relativamente abundantes; tanto en la desembocadura de los principales ríos de la comunidad (del Barbadun, Nervión, Butroe, Oka, Lea, Artibai, Deba, Urola, Oria, Urumea, Oiartzun y Bidasoa) como los lagos, lagunas y balsas naturales propiciadas por la conjunción del clima, el tipo de suelos predominantes y una orografía que lo favorecen. Sin olvidar balsas artificiales como antiguas explotaciones mineras, balsas de regadío o los propios embalses. En el Inventario de Zonas Húmedas de Euskadi del citado PTS figuran un total de 508 zonas húmedas, aunque su realidad es muy diversa, tanto por su origen, como por el grado de protección y ordenación de usos que se le aplica.
No obstante, las zonas húmedas costeras e interiores en Euskadi han sufrido numerosos impactos. En las zonas húmedas interiores los impactos ocasionados tienen que ver con la actividad agrícola ganadera. En cuanto a las zonas húmedas costeras, la presencia de núcleos poblacionales en prácticamente todos los estuarios vascos da lugar a una serie de impactos característicos. Además de las presiones asociadas a zonas industriales y con importante presión demográfica, son los usos agrícolas y la presión urbanística los que han transformado en mayor o menor medida gran parte de ellos.
Un largo proceso histórico de transformación de las rías, tal y como se señala en el Plan Territorial Sectorial de Zonas Húmedas (PTS) de la CAPV de 2004, ha desembocado en una situación que puede resumirse en la desaparición –irreversible en algunos casos– de 7 de las 17 rías con las que contaba Euskadi originalmente: Bilbao, Bermeo, Ea, Saturraran, Ondarreta, Urumea y Pasaia, cuya superficie representaba el 52% del total original. Entre las diez rías restantes el grado de alteración es variable.
Los humedales tienen una importancia clave para la conservación de la biodiversidad, ya que son sustento para la gran cantidad de especies animales, como las aves, bien invernantes o reproductoras, los invertebrados, así como por ser áreas de gran productividad biológica. La presión histórica a la que se han visto sujetas hace que su importancia actual para la conservación de la biodiversidad sea básica. Pero, además, juegan una función primordial ante las inundaciones, ya que absorben el agua; de protección, amortiguan las subidas del mar por temporales; de ocio, turismo e investigación; recarga de acuíferos; entre otras muchas cuestiones.
En los últimos años se ha abierto una importante amenaza, y, es que los estuarios del norte peninsular, y, entre ellos los vascos, son muy vulnerables al aumento del nivel del mar, por lo que es muy importante desarrollar instrumentos de gestión que incorporen los efectos del cambio climático para orientar medidas de adaptación y mitigación desde una visión integradora de todos los intereses –social, ecológico y económico– que coexisten en las zonas costeras.
Según la Estrategia del Cambio Climático del País Vasco-Klima 2050 del Gobierno Vasco aprobada en 2015, con respecto a la costa, los mayores impactos esperados por el cambio climático son los derivados del ascenso del nivel medio del mar, las variaciones en el clima marino extremo (oleaje y mareas meteorológicas), y el calentamiento del mar y cambio en el régimen de las precipitaciones. Sus efectos más importantes, tal y como se señalan en la citada estrategia climática para finales del siglo XXI, pueden ser el retroceso de entre el 34% y el 100% de la anchura actual de las playas por ascenso del nivel del mar; avance de la cuña salina en los estuarios con impactos en el alcantarillado y emisarios; las aguas costeras experimentarán un calentamiento de entre 1,5 y 3,5°C para 2100, con consecuencias en el desplazamiento de las poblaciones de especies (peces y zooplancton), y potencial entrada de especies de climas más cálidos; los cambios en las precipitaciones conllevarán modificaciones de hábitats salinos y cambios en la circulación de nutrientes, la producción planctónica y menor concentración de oxígeno disuelto; y un 7% de los humedales costeros y marismas de su superficie actual podría verse afectada para finales del siglo XXI. La respuesta de las marismas y humedales y otras comunidades intermareales a dicho ascenso podrían tener lugar a través de la migración natural hacia el interior, aunque en muchos casos se verá impedida por barreras fijas artificiales y naturales, con el consiguiente impacto en la biodiversidad.
Ante esta situación, uno de los enfoques más importantes debe ser el incremento de la resiliencia de los humedales. Ello supone asegurar el estado de conservación en las mejores condiciones posibles de los valores naturales, productivos y científicos de cada una de las zonas húmedas, la restauración y recuperación de humedales deteriorados como ya se viene haciendo en los últimos años, y tener muy en cuenta que las zonas húmedas en buen estado cumplen un papel muy importante como sumideros de carbono, es decir, como absorbentes de los gases de efecto invernadero en la atmósfera que son los que provocan el cambio climático, mientras que las que están degradados son productores de CO2.
*Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente
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