Los hechos no importan: harán cualquier cosa para tratar de meter a Boye en la cárcel

El señor Antoine Quentin Fouquier de Tinville fue un político picardo, fallecido en 1795, que sirvió como fiscal en el tribunal revolucionario de la Convención Nacional francesa. Este tribunal acabaría siendo la pieza básica de la contrarrevolución robespierrista y la instauración de la dictadura. Aunque él mismo fue asesinado por las nuevas autoridades cuando ya lo habían utilizado.

Fouquier de Tinville ha pasado a la historia, sobre todo, por un comentario que hacía en los momentos álgidos, de una manera demasiado imprudente: “Dadme una frase, da igual de quién, que yo ya me encargaré de encarcelarlo”. No es de extrañar, pues, que su nombre haya quedado vinculado a las peores prácticas de la justicia, a la imagen del funcionario, y del político, violentamente inquisitorial, arbitrario, sin matices ni moral, que no respeta ni los derechos del acusado.

Identificar el mal que esta forma de comportarse representa fue precisamente la razón de su, digamos, resurrección mediática, en los años ochenta del siglo pasado. Raymond Aron, siempre elegante y culto, lo sacó a pasear a raíz de una polémica monumental con Bernard-Henry Levi. Aron los identificó como almas gemelas, y recordó a los lectores que la experiencia demuestra que «la democracia también puede convertirse en inquisitorial y totalitaria». Si no vigilas.

Y es siguiendo la herencia de Fouquier de Tinville como ahora los tribunales españoles han decidido que tratarán de encerrar en prisión al abogado Gonzalo Boye. No importa por qué. En este contexto, ayer supimos que la fiscalía le pide nueve años y medio de cárcel intentando involucrarle en un asunto de narcotráfico claramente fabricado con intencionalidad política. Y que sólo busca ponerlo fuera de circulación, inhabilitándolo como abogado y encerrándolo entre rejas.

En el caso de Boye, como en tantos otros casos que son una fabricación con fines políticos, los hechos no importan para el tribunal: “Dadme una frase, da igual de quién, que yo ya me encargaré de encarcelarlo.” Tal es la degradación del sistema judicial y democrático, de este sistema, que, como bien pronosticaba Aron, tiene fácilmente la tendencia a convertirse en un rodillo inquisitorial y totalitario.

Por eso mismo, la solidaridad con Gonzalo Boye es un imperativo colectivo que debemos asumir y llevar a la práctica sin fisuras. Esto implica, ya de entrada, no caer en las trampas que la escenografía preparada por los tribunales españoles pretende inferir. Que nadie se engañe: esto no trata de tráfico de drogas ni de blanqueamientos económicos. Esto trata de la acumulación de derrotas que Gonzalo Boye ha infligido a España defendiendo a los exiliados catalanes y de forma muy particular al president Puigdemont. Y de la desesperación a raíz del éxito de su estrategia. Y del miedo a hasta dónde puede llegar la derrota del Estado español y qué consecuencias tendrá. Puro Antoine Quentin Fouquier de Tinville. Sólo que, esta vez, en Madrid en vez de París. Y, por suerte, eso sí, sin guillotina.

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