Entendían que no hablara catalán, pero no entendían que no hablara castellano
Tal día como hoy del año 1518, hace 506 años, en Valladolid, las Cortes castellanoleonesas coronaban a Carlos de Habsburgo y de Trastámara rey de Castilla y de León, con la condición de que en un plazo de tiempo razonable aprendiera a hablar castellano, de que no nombrara a forasteros para los cargos relevantes del reino, de que prohibiera la salida de metales preciosos y caballos fuera del reino y de que tratara con más respeto a su madre, la reina Juana, que desde 1506 estaba incapacitada y se encontraba recluida en la torre del castillo de Tordesillas, sometida a un trato durísimo por parte de los carceleros nombrados por Fernando el Católico (el padre de la interna).
Carlos, llamado «de Gante» por su lugar de nacimiento (Gante, 1500), y también —pero erróneamente— «I de España y V de Alemania» (ni España ni Alemania, como realidades estatales, existirían hasta sus respectivas unificaciones forzadas de 1714/15 y 1871), era el hijo primogénito de Juana de Aragón (hija y heredera de los Reyes Católicos, y mal llamada «la Loca») y de Felipe Habsburgo (hijo y heredero de Maximiliano de Austria y de María de Borgoña, y que la historiografía castellana llama «el Hermoso»). Carlos había pasado a ocupar el primer puesto de la sucesión a los tronos de Barcelona y de Toledo tras la muerte de su padre y la incapacitación de su madre (1506), hechos que ocurrieron consecutivamente.
Carlos había pasado su primera infancia en Flandes (1500-1506), en la corte de sus abuelos paternos, pero tras la muerte de su abuela materna (Isabel, 1504) estaba previsto que viajara a la Península para educarse al lado de sus padres. No obstante, la muerte prematura de Felipe (muy probablemente envenenado por su suegro Fernando) y la reclusión forzada de Juana (urdida por el propio Fernando) aconsejaron a Maximiliano (el abuelo paterno) no enviar a Carlos a la Península. Por ese motivo, Carlos siguió viviendo y educándose en Flandes y nadie se preocupó nunca de que aprendiera el castellano o el catalán (las lenguas de los estados que habían gobernado sus abuelos maternos).
Después de la muerte de Fernando el Católico (1516), Carlos vino a la Península para tomar posesión de los dominios que había heredado. Y los estamentos castellanoleoneses, reunidos en cortes, comprobaron atónitos que el nuevo rey de Castilla y de León no sabía ni pizca de castellano. Esta situación ya se había dado en la Corona catalanoaragonesa: Fernando I, el primer Trastámara, llega a Barcelona (1412) sin saber ni catalán ni aragonés. Pero, en cambio, este hecho era totalmente inédito en la Corona castellanoleonesa, y provocó un gran descontento, ya que se entendía que el nuevo rey no hablara el catalán, pero no se entendía que no hablara el castellano.
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