Los bienes públicos de la Humanidad

Desde hace algunos años la realidad se ha vuelto ‘comunista’. La Guerra Fría la gana el capitalismo pero la dinámica de las cosas impone unos problemas que sitúan en el centro de nuestras preocupaciones el cuidado de ‘lo común’ por encima de lo particular. La globalización es a menudo asociada con la privatización (con la liberalización económica o el desplazamiento de ciertos bienes y servicios hacia los mercados), pero también puede ser entendida como el incremento de lo público, el hecho de que las sociedades se hacen más interdependientes. La agenda política se ha llenado de problemas comunes, de bienes públicos de la Humanidad.

Los principales problemas de nuestras sociedades son sus bienes públicos y somos conscientes de que también han de ser comunes las estrategias con las que hacerlos frente. Problemas como la polución del medio ambiente, el cambio climático y la explotación de los recursos naturales, la integración financiera y los riesgos a ella asociados, la desigualdad global y la explosión demográfica, todas ellas son cuestiones que han irrumpido en la agenda política debido a que la mayor integración de la economía mundial las acentúa y modifica el contexto en el que tienen que ser tratadas. Los sistemas globales complejos, desde el financiero hasta el ecológico, vinculan el destino de las comunidades locales con el de comunidades distantes.

Lo estamos viendo últimamente en Grecia, pero también en Afganistán o en Colombia. La seguridad propia se diluye frente a la seguridad general: cada uno depende de todos los demás, la seguridad de cualquiera está en función directa de la seguridad de los otros, estén cerca o lejos. Nos interesa cada vez más lo que les pasa a los demás porque consideramos que ahí se contienen posibilidades y amenazas para nosotros. Tenemos ya experiencias concretas en el ámbito de la seguridad, la economía o el medio ambiente que acreditan la torpeza de perseguir únicamente lo propio y nos recomiendan aprender la inteligencia cooperativa.

Los grandes asuntos políticos se han disociado casi por completo del marco definido por los Estados en una triple dimensión: por la generación del problema (quién o qué tipo de conducta causa un determinado problema), el impacto del problema (quién sufre qué tipo de efectos negativos) y la solución del problema (a quién compete su resolución y de qué modo). Todo ello define un cuadro de interdependencia o dependencia mutua que implica vulnerabilidad compartida.

Se está modificando la idea que teníamos de los bienes públicos, vinculados hasta ahora con una soberanía estatal que se encargaría de garantizarlos. Poco a poco tomamos conciencia de que se trata de bienes que no son divisibles entre los Estados, como pasa con los que se refieren al medio ambiente, la seguridad, la estabilidad económica, que no se prestan a una gestión soberana sin provocar graves efectos perversos. Las crisis mundiales o los riesgos globales no afectan únicamente a las comunidades nacionales más directamente concernidas sino al conjunto de la Humanidad, por las consecuencias en cadena o los efectos derivados. En la medida en que son bienes comunes de la Humanidad, los bienes públicos dejan de ser solamente bienes soberanos.

Desde el punto de vista de lo que podemos con toda propiedad denominar los ‘bienes públicos comunes de la Humanidad’, la soberanía es un paso previo a la concertación para resolver los principales problemas que nos afectan, para la mayoría de los cuales una política aislada, unilateral, carece de sentido. Las decisiones fundamentales ya no son adoptadas en el nivel nacional, que con frecuencia no decide más que acerca de lo accesorio. En materia comercial, monetaria, fiscal o social, las decisiones se han vuelto profundamente interdependientes, lo que inaugura un modo de gobernanza que implica no solamente un reforzamiento de las coordinaciones intergubernamentales, sino también la constitución de espacios de movilización y de representación de intereses, de discusión y de debate público, que trascienden los territorios nacionales y las lógicas soberanas.

De este modo el principio de responsabilidad se impone sobre el principio de autonomía. Los Estados se ven obligados a reconquistar espacios de acción a cambio de aceptar entrar en el juego del poder compartido. La vulnerabilidad frente a los nuevos riesgos no es algo que modifique de suyo la soberanía legal sino la soberanía operacional; es decir, la capacidad de los Estados de hacerla valer en los asuntos ordinarios de la política. Aunque los principios y las declaraciones se mantengan en la inercia tradicional, la realidad es que los Estados hace tiempo que intercambian soberanía a cambio de poder.

La mutua exposición a los riesgos globales, en materia de seguridad, alimentación, salud, financiera o medioambiental, refuerza nuestra interconexión y contribuye a la configuración de la Humanidad como nuevo sujeto que se constituye no sobre bases metafísicas sino a partir del hecho de la interdependencia. Las lógicas de la interdependencia plantean dificultades inéditas a los Estados nacionales, modifican nuestros bienes y nuestros espacios públicos. El horizonte al que apunta todo ello es una política de la Humanidad; es decir, a la posibilidad de que la Humanidad como un todo (sea ello lo que fuere) actúe como tal, a la necesidad de configurar un nivel de gobernanza en correspondencia con la naturaleza de los bienes comunes de la Humanidad que se hacen valer cada vez con más insistencia en los espacios deslimitados de la globalización.

Publicado por Diario Vasco-k argitaratua