Entiendo que España se haya conmocionado con la desgracia de Lorca, entiendo que Zapatero y Rajoy y los Príncipes de Asturias hayan visitado la población para dar ánimos a sus habitantes, entiendo que los medios de comunicación españoles -así como los catalanes con una línea editorial no independentista- hayan ofrecido una extensa cobertura, entiendo el minuto de silencio en las plazas de los gobiernos autonómicos y los ayuntamientos españoles, entiendo que también lo guardaran en la Plaza de Sant Jaume los políticos centralistas, federalistas e incluso los que se pasan la vida en misa y repicando, y entiendo que estos mismos políticos, en señal de duelo, anularan sus actos de campaña durante un día. Todo esto lo entiendo. Lo que no entiendo es que ERC detuviera también su campaña, no entiendo que Jordi Portabella, Oriol Amorós y Toni Strubell se unieran al minuto de silencio y no entiendo que el diario ARA haya tratado la noticia como si el terremoto hubiera pasado en Mollerussa, dedicándole páginas y páginas e incluso dos portadas con foto a toda página. No hay por donde cogerlo, no lo entiendo.
Como podéis comprender a mí no me gusta que la gente lo pase mal, ni en España ni en ninguna parte. Ahora bien, las desgracias que pasan en mi país me saben peor, como a todo el mundo. La solidaridad también tiene fronteras, por eso España ha abrazado a Lorca y Portugal no. A veces, cuando la tragedia es verdaderamente masiva, el duelo se internacionaliza. Ni es frecuente ni es el caso. Si la solidaridad no tuviera fronteras deberíamos estar siempre en las plazas guardando un minuto de silencio, allí, todo el día, fijos como estatuas. Ningún día habría campaña y las banderas siempre estarían a media asta. No es así, obviamente. Por eso no entiendo que el independentismo catalán llore por Lorca y no llore por los choques de trenes en Francia. ¿Cuál es tu país, independentista?
El hecho de formar parte del estado español nos obliga a determinadas cosas, a muchas de hecho, pero también hay un cierto margen para que podamos ejercer nuestra libertad, y en este espacio debemos ser coherentes con nuestras aspiraciones nacionales. No podemos viajar con nuestro falso DNI catalán, pero si en el extranjero nos preguntan de donde somos no estamos obligados a decir que somos españoles. Debemos aceptar que el castellano es oficial en Cataluña, pero nadie puede impedirnos que hablemos siempre en catalán. Etcétera. Hay cosas que, hasta que no tengamos un estado, nos las tendremos que tragar. Ahora bien, cuando España no tenga el poder de hacernos suyos, cuando podamos elegir dónde estamos, cuando nuestra nacionalidad dependa exclusivamente de nuestra voluntad, lo que no podemos hacer, por el amor de Dios, es comportarnos como si fuéramos españoles.