Al saber la noticia del asesinato, mucha gente, sobre todo la gente mayor, debió pensar en “el Incidente del 1 de mayo de 1932” y “el Incidente del 26 de febrero de 1936”. Eran levantamientos liderados por jóvenes militares ultraderechistas que estaban descontentos por la extrema pobreza de las regiones agrícolas y por los políticos corruptos. Fueron asesinados ministros y políticos de alto nivel. Los levantamientos, finalmente, fracasaron, pero pusieron de relieve el poder militar y aumentaron la influencia del ejército sobre la política del país. Por consiguiente, la militarización de Japón era inevitable y el país fue conducido a aquell guerra trágica.
Teniendo en cuenta que reforzar el Ejército de Defensa Propia (EDP) será uno de los temas que se discutirán en la mesa sobre la tensión política en Asia Oriental y sabiendo que el autor del crimen había servido al EDP durante tres años, era por completo normal hacer esta asociación. Sin embargo, la investigación ha aclarado que el autor no tenía ningún trasfondo ideológico. Simplemente, su madre había sido engañada por una secta religiosa y él odiaba a Abe porque creía que tenía relaciones con esa secta.
Evidentemente, este crimen no tiene perdón, no porque la víctima fuera un exprimer ministro, sino porque era una persona.
Dicho esto, debemos ser cautelosos para no caer en la trampa habitual. En Japón existe una clara tendencia a ser demasiado generosos con los muertos y a considerarlos incluso sagrados. A veces llegan a indultarlos de los errores cometidos cuando estaban vivos. De hecho, muchos peatones entrevistados decían: «Era un gran político» o «Salvó el país del hundimiento tras la tragedia de la central nuclear de Fukushima».
¿El respeto a un muerto? Vale, pero indultarle de sus errores es otra cosa. Para mí, era uno de los peores primeros ministros después de la Segunda Guerra Mundial. Veamos algunos aspectos negativos de su política.
Tras la tragedia de Fukushima de 2011, declaró unas políticas económicas agresivas, conocidas como Abenomics. Resultaron un fracaso y sólo dejaron unas secuelas negativas, de las cuales la peor fue el aumento de la deuda pública, que ya era la más importante del mundo.
Como un impulso a la recuperación, Abe quería que Tokio fuera la sede de los Juegos Olímpicos de 2020 a todo precio. Con ese objetivo, aseguró al Comité Olímpico Internacional que la central de Fukushima estaba bajo control. Pero en realidad la central sigue teniendo problemas muy graves.
El Acta sobre la Protección de los Secretos Especialmente Designados de 2013 y la adopción del “derecho legítimo de defensa colectiva” de 2014 también eran sus legados. La primera permite al gobierno limitar libremente el derecho a saber de los ciudadanos. Según la segunda, Japón podrá atacar al enemigo de un aliado nuestro. Estas dos decisiones tan importantes fueron tomadas en el consejo de ministros sin pasar debidamente por el debate parlamentario. Hay quien dice que el asesinato de Abe representa una crisis de la democracia, pero sólo con estos dos ejemplos ya se ve que Abe era la mayor amenaza de la democracia.
Aparte, hubo dos casos altamente sospechosos de corrupción. En ambos casos, Abe negó claramente ante el Parlamento que estuviera implicado. Incluso llegó a declarar que dimitiría no sólo como primer ministro, sino también como diputado si lo que afirmaba no era verdad. La falsificación y la destrucción de los documentos, efectuadas «voluntariamente» por los altos funcionarios, le salvaron la piel.
Todos los políticos cometen errores. Sin embargo, es necesario distinguir los errores de las mentiras. Quizás el pecado más grave de Abe fue deteriorar la imagen de algunos políticos mintiendo descaradamente.
La reforma de la Constitución japonesa pacifista para hacer de Japón un país «normal», o sea capaz de atacar a un enemigo por iniciativa propia, había sido la prioridad absoluta de la vida política de Shinzo Abe. Sin embargo, hasta hace poco era muy difícil porque los recuerdos de la trágica Segunda Guerra Mundial estaban todavía demasiado vivos en el pueblo japonés. Sin embargo, la situación empezaba a cambiar por la tensión cada vez más fuerte en Asia Oriental. Y ahora, con el asesinato de Abe y la victoria abrumadora de su partido en las elecciones del 10 de julio, con “votos de pésame”, sus sucesores reformistas lo tendrán todo mucho más fácil. ¿Y quizás al final…?
¿Todo esto nos recuerda algo? Sí, aquellos «incidentes» mencionados al principio. Las circunstancias son totalmente distintas, pero en el fondo veo el mismo ultranacionalismo.
ARA