Seamos sinceros: entre China y Estados Unidos hay una nueva guerra fría. La crisis de Covid-19 no ha hecho sino intensificar el antagonismo. Son pocos los países africanos o latinoamericanos -si es que hay alguno- en los que las dos superpotencias no se perfilen como grandes rivales. Cuando los soldados chinos e indios se enfrentan cuerpo a cuerpo en un combate brutal en una frontera disputada, Mike Pompeo, secretario de Estado norteamericano, se apresta a apoyar a los indios. Algunos parlamentarios británicos han constituido el ‘China Research Group’ (Grupo de Investigación sobre China), en el que la palabra ‘research’ significa investigación contra, como en el caso del ‘European Research Group’. Huawei es un problema en todas partes.
Cualquier analogía histórica es imperfecta, pero si una guerra fría es en esencia una lucha multidimensional y de larga duración librada en todo el mundo por dos superpotencias, nos encontramos ante una nueva guerra fría. La pregunta que nos debemos hacer los demás es qué tenemos que hacer frente a esta situación. ¿Esconder la cabeza bajo el ala y decir «Por favor, haced que se acabe de una vez»? Esta es ahora, en líneas generales, la actitud de la mayoría de europeos. ¿O reconocemos esta realidad y procuramos modificarla? Como, evidentemente, la segunda opción es la correcta, he aquí nueve lecciones que se pueden sacar de la primera guerra fría de cara a la segunda.
- Piensen a largo plazo. La primera guerra fría duró más de 40 años. China tiene unos puntos fuertes a su favor impresionantes: sus mismas magnitudes, el orgullo nacional, una innovación progresiva, un pueblo muy emprendedor y un partido leninista que ha estudiado sistemáticamente la caída de la Unión Soviética para no acabar igual. Tenemos por delante un largo recorrido. Necesitamos coherencia estratégica combinada con flexibilidad táctica.
- Adopten una estrategia de doble vía. Las políticas de distensión no fueron ajenas a la primera guerra fría; formaban parte intrínseca de la misma. A las democracias liberales les iba mejor cuando la política dura de defensa y contención se combinaba con la diplomacia y el compromiso constructivo. Se deben dejar muy claras las líneas rojas en temas como la seguridad de Taiwán, pero también debería quedar claro que estamos dispuestos a seguir colaborando con Pekín. La UE hace una buena descripción de China cuando dice que es un socio y, a la vez, un competidor y un «rival sistémico». Ante el grado de interdependencia entre China y las democracias liberales, y de amenazas planetarias como el cambio climático y Covid-19, la única vía inteligente para salir adelante es la combinación de rivalidad y cooperación.
- Estudien la dinámica interna del otro bando… La principal causa de esta nueva guerra fría es el giro que en 2012 adoptó la dirección del Partido Comunista Chino bajo Xi Jinping: más opresión en el interior, más agresividad en el exterior. Debemos entender por qué el partido-estado chino ha dejado de lado una estrategia progresiva, más pragmática -«atravesar el río tanteando las piedras paso a paso»-, que posibilitó el crecimiento pacífico del país durante décadas y le reportó un atractivo internacional generalizado a la época de los Juegos Olímpicos de Pekín. ¿Y qué fuerzas o circunstancias pueden hacer que Pekín vuelva a una vía más pragmática y progresiva? Necesitamos el máximo de conocimientos sobre la historia, la cultura y la política de este país, y sobre Asia en general.
- …pero no piensen que los haremos cambiar así como así. Una de las falsas ilusiones de la política occidental durante toda la primera guerra fría era la idea de que con nuestra política exterior podríamos cambiar de una manera inmediata e ineludible la política interior de los demás. ¿Se acuerdan de todas aquellas tonterías basadas en la psicología conductista sobre favorecer las palomas y debilitar los halcones? Como mucho, nuestras medidas serán sólo una causa secundaria de los cambios que se produzcan en el sistema y la sociedad de China. Eviten la arrogancia conductista.
- Recuerden que no nos dirigimos sólo a un Estado, sino también a una sociedad. Cuanto más criticamos -y con toda la razón- la política del partido-estado en Xinjiang, Hong Kong y el mar de China Meridional, más tendremos que subrayar que no atacamos el pueblo chino, propietario de una cultura y una historia ricas y fascinantes. Todas las acciones y declaraciones se valorarán según su incidencia en la sociedad china y en el partido-estado. Al fin y al cabo, China la cambiarán los chinos, no nosotros.
- China no es la Unión Soviética. Aprender de la primera guerra fría también significa darse cuenta de que esta vez es diferente. Del mismo modo que la Unión Soviética fue una mezcla de política leninista e historia rusa, China también mezcla el leninismo de Xi con la cultura y la tradición chinas. Francis Fukuyama afirma que China fue «la primera civilización mundial que creó un estado moderno» y que durante siglos tuvo «unos regímenes centralizados, burocráticos y basados en los méritos personales». Sus puntos fuertes y débiles también provienen de una combinación de leninismo y capitalismo sin precedentes históricos. Hay otras comparaciones históricas muy ilustrativas, como por ejemplo Alemania del Segundo Reich antes de 1914, económicamente moderna pero conflictiva desde el punto de vista social, que hizo frente a la Gran Bretaña imperial igual como Pekín hace frente a unos Estados Unidos imperiales.
- Si no sabe qué hacer, haga lo que sea más correcto. Vemos horrorizados la tragedia de Hong Kong, la opresión totalitaria de los uigures en Xinjiang y la mordaza con que silencian a los valientes disidentes que actúan por su cuenta. El gobierno británico ha actuado correctamente cuando ha ofrecido a tres millones de honkongueses una vía para obtener la plena ciudadanía británica, aunque ello no impedirá la asfixia lenta de la espléndida síntesis de Oriente y Occidente visible en esta ciudad de rascacielos. El comité noruego del Premio Nobel actuó con acierto cuando concedió el premio de la paz a Liu Xiaobo, pero no pudo salvar a este patriota chino valiente y lúcido de una dolorosa muerte en prisión. El Ayuntamiento de Praga, la ciudad de Václav Havel, hace bien de apoyar al Dalai Lama aunque el dragón saque chispas.
- La unión hace la fuerza. En estos momentos, las democracias liberales están hechas un lío con respecto a China. Pekín tiene infinidad de oportunidades para dividir y dominar. En un documento oficial reciente en que se expone el nuevo «planteamiento estratégico» de Washington de cara a la otra superpotencia, se dice que el primer objetivo de la política de Estados Unidos es «potenciar la resiliencia de nuestras instituciones, alianzas y asociaciones», pero Donald Trump hace todo lo contrario. Para ofrecer una respuesta eficaz de doble vía al desafío chino debe haber una unidad estratégica que tenga un ámbito geográfico superior al de la alianza de antes del 1989, formada por la Europa occidental y EEUU. A comienzos del año próximo, la UE, el Reino Unido post-Brexit y una nueva administración norteamericana deberían sentarse con representantes de otras democracias para definir los puntos que tienen en común.
- Las guerras frías se ganan en casa. En la primera guerra fría, lo más importante -con diferencia- que hicieron las democracias liberales para imponerse fue ofrecernos unas sociedades prósperas, libres, abiertas y atractivas. Lo mismo ocurrirá esta vez. Un exalumno mío chino ha escrito un trabajo fascinante sobre las actitudes de sus compatriotas cuando regresan a su país procedentes de las universidades occidentales. He aquí su conclusión: la experiencia de vivir en Occidente no les convierte -como sería de esperar- en unos demócratas liberales prooccidentales modélicos, sino que se convierten en «disidentes por partida doble»: son muy críticos con el sistema occidental y también con el chino. En última instancia, lo que les convencerá no será nuestra política exterior, sino lo que hagamos en nuestro país.
Ah, y una última cuestión: hablo de «nueva guerra fría» porque mi trabajo como analista político es llamar a las cosas por su nombre. Esto no quiere decir, sin embargo, que los políticos occidentales tengan que utilizar una expresión con connotaciones tan negativas. Los líderes prudentes no dicen todo lo que saben.
ARA