Lo nuestro, un conflicto global

Ahí está la manera habitual de analizar el conflicto político entre Catalunya y España, siempre en términos estrictamente locales. Unas veces, observado con una perspectiva temporal larga de 300 años, otras poniendo el acento a partir del 2000 con la política antiautonómica de la mayoría absoluta de Aznar o situando el foco en el fracaso de la reforma del Estatut del 2006 y la posterior sentencia del 2010. O puede mirarse más de cerca –para los cortos de vista– y sugerir que se trata de una rabieta provocada por una huida hacia delante del presidente Mas. Sin embargo, póngase la carga de la prueba en España o en Catalunya, en los líderes a uno u otro lado, en la “sacrosanta” Constitución o en el derecho “inalienable” a la autodeterminación, la vista no se levanta de la piel de toro.

Y sin embargo sería conveniente alzar los ojos y situar este conflicto en una perspectiva global. Lo pensaba al leer la cita de Henry Giroux que hace Zygmunt Bauman en su ensayo póstumo Retrotopía (Paidós, 2017). A pesar de mi escasísima sintonía de siempre con Bauman –este libro no es excepción, sino la confirmación definitiva–, en cambio la cita de Giroux me ha parecido sugerente. Dice Giroux en ‘America’s addiction to terrorism’: “…inherente al mismo orden social, existe […] una especie de violencia que ya no depende de la ideología, sino de la expansión de un Estado punitivo, donde cualquier cosa, cada vez más, es objeto de criminalización porque supone una amenaza a la élite económica y a su control del país […] El neoliberalismo inyecta violencia en nuestra vida y miedo en nuestra política”.

Para mi gusto, suprimiría el “cada vez más”, e incluso desvincularía la tesis de Giroux del neoliberalismo. El Estado es punitivo por definición, y ante cualquier amenaza a sus intereses económicos –que son los de sus élites– y al control del país, siempre opta por criminalizar e inyectar violencia a la vida cotidiana y miedo en la vida política. Lo único que cambia con el tiempo es la capacidad de disimulo con que lo hace. Pero por lo demás, es una exacta definición del conflicto creado en torno a las apelaciones a la soberanía indisoluble del pueblo español y de las aspiraciones de independencia de los catalanes.

El Estado español aceptó resignadamente el modelo autonómico de 1978 por la necesidad de hacer posible una transición sin ruptura. Por eso luego intentó reducirlo todo a una mera descentralización administrativa. Pero el desarrollo de la autonomía, particularmente en Catalunya, derivó hacia un poder político regional no tan sólo con capacidad decisoria, sino también con una fuerte base simbólica. El poder autonómico se había ido cargando de autoridad política y de libertad económica, hasta el punto de poner en riesgo los intereses de unas élites españolas poco estrictamente empresariales y muy estrechamente vinculadas al Estado y a sus profundas estructuras funcionariales. Y, de ahí, la criminalización de las aspiraciones nacionales y la inyección de violencia jurídica sobre las élites políticas catalanas y de miedo en la vida cotidiana como vía para retomar el control de la situación.

Bauman cree que existe un “retorno a Hobbes”, aunque a mí me parece que el Estado nunca se marchó. Simplemente, la globalización, por el hecho de ablandar las fronteras estatales, ha hecho fácil y plausible la emergencia de las demandas de un poder de proximidad, más sensible a los intereses de las comunidades. En Catalunya, históricamente con factores nacionales necesarios pero no suficientes como para reclamar un Estado propio, los nuevos tiempos han hecho que el Estado punitivo apareciera no como protector, sino como abusador. Acuérdese de que precisamente las primeras manifestaciones soberanistas estuvieron ligadas al caos de Cercanías de Renfe y a los graves fallos en el sistema eléctrico en Barcelona. Es decir, a la falta de garantías en los servicios públicos básicos, que excesos como los de las líneas del AVE acababan de poner en evidencia. La globalización ha hecho que la creación de un nuevo Estado sea enormemente más viable tanto desde el punto de vista político como económico. Además, para vehicular esta aspiración ya no son necesarios los grandes medios de comunicación controlados por las élites, sino que hay bastante con las redes sociales. Independizarse, hoy día, es sencillo y va a favor de los tiempos, aunque con una mentalidad antigua no se quiera ver.

Lisa y llanamente, lo que pasa aquí tiene mucho que ver con lo que, si se analiza bien, pasa en el resto del mundo: debilitamiento de los ‘establishment’ políticos; hundimiento de los partidos clásicos; cuestionamiento de las estructuras funcionariales; aparición de circuitos de comunicación política fuera del control estatal… No es una cuestión de viejos nacionalismos: simplemente, se están redimensionando las fronteras de los viejos estados.

LA VANGUARDIA