‘Les cartes sont jouées’

En relación a la guerra de Ucrania, la expresión del título encaja: la partida está jugada y sólo hay que esperar el resultado. Puede añadirse que el resultado es previsible, una afirmación que se basa en la historia y los datos.

La historia. El 30 de noviembre de 1939 la URSS atacó Finlandia. La razón, manifiestamente falsa, la seguridad de San Petersburgo a 32 km de la frontera. La URSS fue expulsada de la Sociedad de Naciones el 14 de diciembre de 1939. La guerra, con una proporción de fuerzas finesas y de la URSS de 1 a 4 (150.000 a 600.000 hombres), duró hasta el abril de 1940, en el que se firma el Tratado de Moscú. Finlandia perdió el 11% del territorio, el 30% del PIB y el 12% de la población. La URSS perdió unos 120.000 soldados, unos 1.000 aviones, unos 1.200 tanques y el prestigio militar y organizativo internacional por la constatación de la incapacidad de vencer a un pequeño país dotado con un pequeño ejército que defendía su territorio. El héroe de la guerra fue el mariscal finlandés Mannerheim, que no quiso traspasar la frontera rusa ni ayudar a los ejércitos del Tercer Reich, que atacaron a la URSS en agosto de 1941. Mannerheim llegó a ser presidente… y mantuvo la neutralidad de Finlandia hasta la Guerra Fría.

Todo es paralelo a la guerra de Rusia contra Ucrania en curso. La falta de motivo de la guerra, la incapacidad militar de Rusia, la destrucción y muerte causados, la condena internacional de la agresión, las figuras de Mannerheim y Zelenski, elementos clave para evitar la derrota de los atacados, Finlandia y Ucrania…

Los datos. Rusia es un Estado corrupto y autoritario construido sobre la falsedad, so pena de prisión hasta 15 años para quienes disientan. Con un PIB sólo un 16% superior al de España y una renta per cápita de 1/3 de la española, no tiene la capacidad de ganar la guerra, como mucho puede repetir el fracaso del enfrentamiento con Finlandia 1940. Esto el presidente Putin lo ha entendido. Es consciente de su situación y, en consecuencia, simula una falsa fortaleza. La situación de debilidad y aislamiento en la que ha colocado a Rusia condicionará su acción política y militar futura.

Ha reducido la agresividad verbal desplegada en los primeros meses de la guerra. De querer destruir e invadir Ucrania ha pasado a concentrar su ofensiva militar en el este y sur con un único objetivo, cerrar el acceso de Ucrania al mar, que es improbable que logre. De amenazar a Suecia y Finlandia si se unen a la OTAN, ha pasado a advertir que no tolerará la instalación de armamento en estos estados si efectivamente entran a formar parte de la alianza.

La UE ha declarado que dejará de importar hidrocarburos de Rusia a partir de 2028. La dependencia europea de Rusia en cuanto a materias primas, energía y alimentación se ha roto como consecuencia de la desconfianza. Rusia pierde por años una ventaja estratégica, económica y comercial. Cuando la confianza se pierde, recuperarla es un lento proceso.

Esto lleva indefectiblemente a Rusia a convertirse en un apéndice de China –no podrá vender sus materias primas a nadie más– y a aumentar el riesgo de inestabilidad interna. Sus colonias, grandes extensiones territoriales despobladas entre los Urales y Kamchatka, y no separadas de la metrópoli por el océano, como fue el caso de España, Reino Unido y Francia, pueden convertirse para China en una área de natural expansión y vecindad conflictiva.

Si la UE no es capaz de priorizar la federación de su núcleo duro, Benelux, Alemania, Austria, Italia… por encima de su expansión hacia el este, la consecuencia es que nos encaminamos a un mundo bipolar –EE.UU. China– y no tripolar con Europa, y por tanto más inestable y confrontado.

La agresión rusa a Ucrania ha sido una opción equivocada de Rusia, por la confrontación que ha supuesto con Europa, por el desprestigio mundial de la guerra y sobre todo por el debilitamiento de la opción tripolar en el mundo. Tiene un alcance mundial y llevará a Rusia a la irrelevancia como poder político. Está en proceso conseguir el objetivo contrario a lo pretendido, es decir, la importancia renovada de un gran imperio ruso. El peso político de Rusia está indefectiblemente ligado a la colaboración con Europa y no a la confrontación y la guerra. La política de corto vuelo ligada siempre a las autocracias, a los intereses de la clase dirigente, le ha hecho perder importancia y relevancia. Es la historia repetida de Francia en 1870, Alemania en 1914 y Japón en 1940.

Existe un constante paralelismo histórico entre Rusia y España: la desproporción entre una gran ambición política en los objetivos y la debilidad de los medios para conseguirlos. Ocurrió con España en el siglo XVII –mantenerse como primera potencia en Europa– y ahora con Rusia en el siglo XXI –ser el tercer poder entre China y EE.UU-.

Este fracaso ruso tiene consecuencias funestas para Europa si los europeos no somos capaces de fortalecernos a través de una federación efectiva y actuar como una unidad política, tanto de objetivos como de medios. Se ha dicho que Rusia forma parte de Europa, y cultural y sentimentalmente es cierto, pero factual y económicamente, no. Ahora se ha demostrado una vez más.

ARA