Restos del castillo de Leguin. DNN
Coronando la sierra de Gongolaz, en término de Ardanaz y a tan solo treinta kilómetros de Pamplona, resisten las ruinas de lo que fue uno de los castillos más antiguos del reino de Navarra: Leguin, que domina Izagaondoa y Lónguida y controlaba las rutas desde Lumbier y Sangüesa hacia la capital.
Este 2024, el pasado 23 de julio, se cumplieron 1.100 años desde que la furiosa campaña de Abderramán III contra Pamplona derrocara sus muros, sin que instancia oficial alguna promoviese ni antes ni después un solo acto para conmemorarlo. Sólo la Asociación Grupo Valle de Izagaondoa recordó tal efeméride como lo merecía.
Once siglos pueden –increíblemente– no importar nada a quienes nos gobiernan, pero suponen más de un milenio en la historia del reino de Navarra, cuya defensa y columna vertebral estuvo forjada por las piedras hoy diseminadas de ese centenar de castillos de los que, por desdicha, en muchos casos ya no nos queda más que el topónimo. No es el caso de Leguin, porque bajo la maleza y, lo que es peor, bajo la desidia que soporta desde hace tanto tiempo ya, siguen pugnando por brotar de la tierra sus torres, muros y defensas, que rodean en líneas sucesivas y a lo largo de un desnivel de trescientos metros lo que queda del que fue uno de los castillos más estratégicos de dicho reino, situado a su vez –como su fortaleza hermana de Irulegi– sobre un muru vascón que vaya usted a saber qué secretos puede albergar también.
Mil años condensados en trescientos metros, apenas media hora de subida, que nos ponen en contacto con aquellos primeros reyes de Pamplona que salieron de los bosques para enfrentarse a sus enemigos. Los pinchazos de las ollagas y cardos que ocultan su casi inexistente sendero remedan hoy las lanzas y espadas de tantos ejércitos sitiadores que, en su día, enarbolaron las banderas de los poderosos califas de Córdoba o de los siempre ambiciosos reyes de Castilla, y que ahora se conforman con ondear las muy digitales y grises páginas del Boletín Oficial de Navarra, donde jamás hay espacio para Leguin.
Porque el 14 de junio de 2019 –hace más de cinco años ya– la Comisión de Patrimonio del Consejo Navarro de Cultura, en aras de conseguirle una mínima protección, solicitó al Gobierno de Navarra su declaración como Bien de Interés Cultural (BIC) del castillo de Leguin, sin que obtuviese ni entonces ni después respuesta oficial alguna a su demanda. Solicitud reiterada el 17 de marzo de 2021, aunque esta vez por los ayuntamientos, asociaciones culturales y particulares de los valles circundantes sin que hasta la fecha –más de tres años después– hayan obtenido contestación, a pesar de su condición de representantes políticos de aquellos lugares.
Aunque sí que se obtuvo una lacónica respuesta: “el Decreto 22/4/1949 protege suficientemente los castillos españoles, que además por la Ley 16/1985, están todos ellos considerados ya como Bienes de Interés Cultural”. La eficacia de tan añeja salvaguardia salta a la vista de cualquier montañero que frecuente las cimas donde se asentaron los castillos navarros…
No sé, puede que este contumaz abandono del Prepirineo se deba a ser una de las zonas más azotadas por la despoblación de toda Navarra, y por eso resulte fácil ignorar las demandas de lugares donde quedan muy pocos votantes, y quizás lo único que la Administración espere ya es a que no quede ninguno. O quizás sea porque la práctica inexistencia de parlamentarios/as forales de la zona impide apelar, legislatura tras legislatura, a uno que conozca o pueda importarle algo de lo que acontece en aquellos cada vez más desérticos valles. Naturalmente, así tampoco puede haber nunca “partida nominativa” que saque a Leguin de su marasmo.
Porque en los últimos años se ha intervenido de ese modo en construcciones similares, como el castillo de Ablitas, la torre de Velasco en Lodosa (declarada –ella sí– BIC por el Gobierno de Navarra), la torre de Ibero en Leitza, la torraza de Valtierra, o se ha proyectado la recuperación del castillo de Huarte. Localidades todas ellas, qué casualidad, mucho más pobladas que Izagaondoa, que sólo cuenta con 159 habitantes.
Y la recién creada Marca Navarra ¿tampoco tendrá un hueco para nosotros? Porque no se me ocurre un signo de identidad más indudable que nuestros maltrechos castillos. ¿Acaso lo único que se nos permita alegar ante el siempre impasible Departamento será lo mismo que dijo aquel general griego de hace 2.500 años: “pega, pero escucha”?
Claro que puede que lo que también explique este eclipse oficial sobre Leguin es que se trata de una propiedad privada. Ante esa sombría realidad, pues resulta evidente que sus propietarios ni se preocupan por su más que segura desaparición ni tienen miedo alguno a que el Gobierno de Navarra les presione lo más mínimo para que la eviten, quisiera recordar desde aquí a quienes tienen encomendada la gozosa tarea de velar por la conservación de nuestro patrimonio histórico-artístico que los tiempos del feudalismo pasaron ya, y que las piedras físicas pueden tener dueño –nadie lo niega–, pero que la riquísima historia que dichas piedras encierran nos pertenece a todos los navarros y navarras.
No pierdo la esperanza de que se nos haga caso y se acabe actuando de alguna manera en Leguin para que pueda volver a mostrar todo lo que esconde bajo su manto de olvido. Pero si siguiesen ignorándonos, haremos como dijo Arturo Campión ante las Cortes y “nos retiraremos a nuestra montaña para tomar consejo de nuestra energía, de nuestro valor y de nuestra desesperación”, recordando las veces que sea necesario que Leguin también existe, sobre todo a quienes parecen empeñados en que la infamante lista de sus destructores no siga estando encabezada por Abderramán III, Fernando el Católico, Cisneros o Villalba, sino por el no menos amenazador silencio administrativo.
https://www.noticiasdenavarra.com/opinion/tribunas/2024/12/09/leguin-existe-9025344.html
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