La crisis profunda en que vivimos no tiene nada de positivo, excepto las lecciones que se pueden extraer de ella. En este sentido, políticamente, queda claro que, desde el punto de vista del Estado, el autogobierno de Cataluña es una opción puramente graciable, graduable a voluntad y siempre temporal. En estos últimos años hemos aprendido que las instituciones catalanas decaen en sus funciones en caso de conflicto con el Estado y, ahora, también en el supuesto de una crisis profunda. Ni siquiera los ámbitos exclusivos más relevantes, como son sanidad, enseñanza o policía, se salvan de la ocupación por arriba en cualquier momento que se decida desde Madrid. Es así en los períodos en que el poder lo tiene el PP y también es así cuando gobiernan el PSOE y Podemos. Lo mismo vale para los represaliados políticos; son permanentes, al margen de quien gobierne. A partir de aquí, una negociación real no puede entrar en los parámetros políticos de ningún gobierno español.
Una segunda lección, dolorosísima, es que el Estado español no tiene ni voluntad ni recursos para proteger a su ciudadanía. Los miles de muertos y el primer puesto mundial en los rankings de Covid-19 demuestran que la reacción militarista y autoritaria del Estado no hace más que incrementar los plazos y el sufrimiento. Por otra parte, un Estado con los niveles de endeudamiento del español es incapaz de asegurar una reanudación creíble de la economía. Desde Madrid, lo único que se ha hecho es avalar préstamos con los fondos de los propios bancos. No hay más esperanza de que Alemania y los países del Norte de Europa se avengan a asumir -con la fórmula que sea- una parte de la deuda española, eternamente impagable .
Y en tercer lugar, queda claro que un paro total de la economía de una semana o diez días sería un peaje relativamente leve, vista la crisis actual. Un dato que no pasará desapercibido de cara a la reanudación, inevitable, del conflicto crónico entre Cataluña y España .
EL MÓN