Vuelven a convulsionarse los cimientos del Estado de derecho. Montenegro ha accedido a la plena soberanía y una vez más la intelligentsia española insiste en que no hay nada en esta situación que pueda equipararse a Navarra. Afirman que Montenegro fue un Estado anteriormente a su integración en la ex-Yugoslavia. Es inquietante contemplar el cambio del mapa de Europa en el espacio de dos décadas y más, todavía, analizar el proceso histórico que han seguido tantos territorios y pueblos hasta alcanzar el reconocimiento actual como naciones y Estados soberanos. La mayor parte de los Estados de Europa central y oriental no tenían definida su conciencia nacional, ni referentes históricos claros con anterioridad a 1850. Vagas referencias a formaciones políticas medievales que no alcanzaron la forma estatal sino en contados momentos, bases humanas y culturales indefinidas, carentes de cualquier estabilidad en la ocupación de un territorio que se pueda afirmar que correspondiese a un pueblo determinado. De todo ello no queda sino el nombre de algunos grupos humanos; como mucho agrupamiento coyuntural de gentes de diversas tribus, pero que hoy sirven para dar nombre a formaciones estatales reconocidas internacionalmente ¿Que son los lituanos o los ucranianos, eslovacos, eslovenos, y más al sur, rumanos, búlgaros o serbios?
El caso de Montenegro es más llamativo. Agrupamiento de tribus montañesas, carente de otra estructura organizativa que el clan, era un obispo quien les daba la forma más compleja de organización administrativa, falto, por lo demás, de cualquier organización institucional, sistema jurídico y de la más elemental administración, salvo la propia de la organización tribal y todo esto hasta 1830 cuando menos ¿Se quiere comparar esta realidad con las formas estatales que se crean en Navarra en lo más profundo de la Alta Edad Media y que se mantienen hasta 1839? Navarra es un Estado reconocido internacionalmente hasta los tiempos modernos. Todavía a mediados del siglo XVII Hobbes se refiere a él en su famoso Leviatán como un caso inicuo de destrucción de su soberanía por la connivencia entre el Papa y el rey de España. Su sistema institucional, por lo demás, se mantendrá vigente hasta la primera mitad del siglo XIX, cuando España, de manera unilateral, suprima el órgano legislativo navarro que eran las Cortes, porque España defendía que no podía existir sino un órgano de soberanía para el conjunto de la nación. España reconocía implícitamente que las Cortes de Navarra habían legislado con carácter soberano. Abundando en la materia, la misma comisión redactora de la constitución española de Cádiz reconocía que el Consejo real y Corte de Navarra constituía la instancia judicial superior, sin remisión a ninguna otra española; todo ello basado en su propio sistema jurídico, que es para los teóricos contemporáneos la muestra más definitiva de que existe un Estado propio. No deja de llamar la atención que la creación del estado montenegrino tuviera lugar en el mismo momento en el que se destruía el de Navarra. Por tanto, políticos e intelectuales españoles, conviene que sean más exactos, al menos en lo que se refiere a la realidad histórica.
Todas las limitaciones que puedan existir en relación con los nuevos Estados quedan minimizadas ante la realidad de los pueblos que luchan por la libertad frente a aquellas naciones que se empeñan en proyectos de grandeza obsoletos -tales España o Francia- en un Mundo en el que emergen de continuo nuevas realidades políticas y potencias emergentes. Lo más grave de la cuestión son los esfuerzos llevados a cabo por los viejos Estados europeos para manipular el proceso, atendiendo a sus intereses coyunturales. A raíz del ocaso de la U.R.S.S. los europeos occidentales impulsaron la independencia de los países bálticos y la comunidad de Estados soberanos, porque ayudaban al desmantelamiento de la potencia soviética y consiguientes transformaciones socio-económicas. Con ello desaparecía un polo histórico del poder en el este europeo ¿Qué trayectoria como Estado han tenido Estonia, Letonia y Lituania que las haga más aceptables que Irlanda o Navarra? Los occidentales, no obstante, observaron con preocupación la desintegración de Yugoslavia, que se encontraba más cercana a Europa occidental y podía resultar ejemplarizante para otros Estados similares. Permitieron, por ello, la destrucción de Bosnia y arreglaron, finalmente, el nuevo mapa territorial balcánico, atendiendo a los intereses particulares de las potencias en la zona.
Montenegro quedó como un fleco unido a Serbia. A decir verdad, los montenegrinos no manifestaron en el momento de la desintegración de Yugoslavia un deseo claro de independencia y se resistieron junto con los serbios a disolver el Estado. Al final se ha impuesto la fuerza de las cosas. La desacreditada Serbia -otrora apoyada por las potencias en su resistencia al desmembramiento del Estado- no es la mejor compañía para presentarse ante Europa y constituye un lastre que conviene soltar. El acceso a la independencia ha sido modélico. ¿Por qué no iba a serlo, sino se interfiere sobre la capacidad de decisión de una colectividad nacional? Hoy Serbia no está en condiciones de reaccionar. ¿Cuál fue la razón que le permitió llevar la guerra de exterminio contra Bosnia? La respuesta en ciertos Estados de la Unión europea, como España y Francia. El tiempo ha hecho asumible lo que hace dos décadas se veía peligroso. La política es el arte de lo posible, pero para que ciertas cosas, como la libertad de los pueblos, sean posibles, a veces tienen que sobrevenir tragedias como lo son siempre las guerras por la independencia y soberanía. La responsabilidad del conflicto debe recaer en quien se empecina en negar al otro lo que considera un derecho irrenunciable para él mismo. Serbia es culpable, pero me pregunto si no lo son más los responsables europeos que no exigieron se aplicase de inmediato el derecho de autodeterminación a Bosnia, la principal pagana del conflicto balcánico.
La reacción de Javier Solana calificando de delirium tremens la pretensión de comparar los casos de Montenegro y Euskal Herria -Navarra- muestra a las claras que el nacionalismo español es el peor de los alcoholes para hacer frente a las cuestiones políticas más obvias. España siempre ha mirado desde la distancia los conflictos independentistas que se extienden por la superficie de la Tierra. Cuando la epidemia aparece cerca, se toma conciencia de que uno puede también llegar a ser afectado. Primero vendrá la reafirmación, proclamando que los casos no son iguales; ni Irlanda, ni Montenegro son Euskal Herria. La realidad, no obstante, es tozuda. Euskal Herria es un contencioso enquistado en España. Nunca ha cesado el enfrentamiento entre España y Navarra. El Pueblo vasco es reconocido internacionalmente con sus peculiaridades culturales y políticas ¿Piensan algunos que es evitable el final de un proceso histórico? El problema es España por su decisión de impedir lo que ha tenido lugar en todas partes; de ella también dependerá que la solución sea la de Bosnia, o la de Montenegro.