Les contaré un debate que tuvimos ayer en la redacción de VilaWeb y que creo que es significativo. Hablábamos de si hacer noticia o no de un vídeo, otro, donde se ven algunos individuos retirando lazos amarillos. La cuestión era que uno parecía que era un diputado del Parlamento de Cataluña, pero había que comprobarlo con detalle, estar seguros al cien por cien antes de publicarlo.
Entonces se me ocurrió preguntar quién había hecho el vídeo y la respuesta me dejó helado: lo había hecho Ciudadanos, el partido mismo. A partir de ese momento el debate dio un vuelco. Si era un vídeo del partido nadie podía discutir que aquello no era información sino propaganda y hacer propaganda no es la función de un diario, al menos no de VilaWeb. La cuestión ya no era si esa persona era un diputado o no, sino por qué quería que le hiciéramos propaganda. Y si esto, hacerle propaganda, era nuestro papel. La respuesta obvia fue que no.
Pero si me lo permiten quisiera llevar la anécdota más allá. Porque creo que como sociedad hemos caído en una trampa preparado hábilmente por la extrema derecha, pero que podemos esquivar con facilidad. Y opino que debemos reflexionar.
Todos, esto es también una autocrítica, damos una importancia desmedida a la agresión contra los lazos amarillos. No digo que no sea grave. Al contrario. Y no digo que no se tengan que tomar medidas. Al contrario. Digo que el llanto constante contra las guerrillas ultras lo único que consigue es exactamente lo que ellos quieren: hacer ver que son muchos más que no son y que puedan aparentar esta fractura de la sociedad por la que trabajan constantemente y que no se ve en la realidad.
Yo no he visto a nadie, con mis ojos, arrancando lazos amarillos. La mayor parte de los lectores no habrán visto nunca a nadie arrancándolas. Y sin embargo, gracias a los vídeos, van consiguiendo que los tengamos en la retina como si medio país se dedicara a ello. Fíjese en ellos: ellos rehuyen la batalla de la calle porque saben que allí no pueden competir. Ellos perdieron la batalla electoral con una contundencia que todavía les tiene aturdidos. Ellos soslayan la batalla de los balcones porque saben que son minoría. Ellos renuncian a ponerse lazos de otros colores porque saben que no podrían competir. ¿Y qué campo de batalla eligen entonces? Aquel en el que, haciendo lo mínimo, saben que nosotros mismos amplificaremos su actuación hasta que parezca que son muchos. Los expertos nos dicen que no llegan ni a cien los participantes en las guerrillas ultras que cada noche van a un lugar u otro. Pero nosotros hacemos que parezcan muchos más amplificando cada acción suya. Este es un grave error que yo ya viví en Valencia durante la transición de los años setenta y que -con mucha alarma- veo que hoy repetimos.
¿Esto significa que no tenemos que hacer nada, que debemos renunciar a los lazos? De ninguna manera! Esto significa solamente que tenemos que saber cómo hacemos las cosas. Y hay un ejemplo, el famoso caso Tortosa, que nos debería hacer pensar. Otra estrategia de la extrema derecha consistía en enviar a Inés Arrimadas a provocar incidentes en tantas poblaciones como fuera posible. Para crear la imagen de crispación y poder vender una realidad inexistente. Pero cuando en Tortosa descubrieron que hacerle el vacío era la mejor respuesta, aquellas acciones se acabaron. Ahora se pasea, nadie le dice nada y no hay ninguna noticia.
Esto, esta reacción inteligente, creo que lo debemos traducir también al debate sobre los lazos. Hemos de poner más y más y más lazos amarillos, muchos más y por todas partes. Y cada vez que ellos los arrancan hemos de volver a colgarlos, sin perder nunca la paciencia, cada noche si es necesario. Y es trabajo de los ayuntamientos y la policía impedir la presencia nocturna de encapuchados armados en nuestras calles y pararlos. Cada vez que salgan. No porque arrancan lazos, sino porque son grupos organizados de encapuchados armados que claramente son una amenaza para la convivencia.
Y es en este contexto y haciendo esto -y aquí hago la autocrítica periodística- donde los diarios debemos dejar de magnificar escenas que no serían noticia si el sujeto de la actuación no fuera un lazo amarillo. Desde el periodismo, pero también en las redes sociales, hacemos el monstruo mucho más grande que es en realidad. Y nosotros ahora tenemos la responsabilidad de devolver las cosas a su lugar.
No hablo de ninguna manera de autocensura ni de dejar de explicar qué pasa. De ninguna manera. Cuando algún caso, por la violencia provocada o por cualquier otra característica, sea noticia será noticia, también en VilaWeb. Pero proporcionalmente a su importancia, como hacemos en cualquier otra situación. No magnificar más la actuación de una gente que basa toda la estrategia precisamente en la confianza en que les hagamos de altavoz, magnificándolos. No dejaremos que ellos decidan por nosotros qué es noticia y qué no lo es.
Recuerden finalmente, por si nadie quiere iniciar un debate sobre el modelo periodístico que creo que nos interesa a todos, que ya hace años que el famoso informe de la Comisión sobre la Libertad de la Prensa, el llamado ‘informe Hutchins’, advirtió a los periodistas de que no basta con explicar los hechos con exactitud, sino que hay que tener en cuenta siempre cuál es la verdad sobre los hechos y por qué los presentamos a los lectores. Y eso quiere decir que hay que tener en cuenta siempre las intenciones que se esconden detrás de los hechos y los intereses que pretenden hacer que los pongamos en nuestras pantallas, que les sirvamos a nuestros lectores con prioridad respecto de otros contenidos. En VilaWeb hemos reflexionado y a partir de ahora mismo adoptaremos una política estricta, todavía más atenta y reflexiva, sobre cuándo es noticia la actuación de los grupos ultras y cuándo no y sobre cómo evitar que nos utilicen, una política que nos gustaría mucho que el resto de la sociedad, y especialmente nuestros colegas de los otros medios, pudieran compartir.