Grupo de Lingüistas por la Diversidad (GLiDi)
Hace ya diez años que estudio el urdu, la lengua oficial de Pakistán y la principal de la ciudad donde vive mi abuela, y justo ahora empiezo a tener la sensación de utilizarlo con cierta fluidez. El ‘tempo’ de este aprendizaje lo ha ralentizado el hecho de que me he dedicado a estudiar muchas otras lenguas, entre ellas la lengua de mis raíces, el panjabi, pero también el hecho de que el urdu es una lengua difícil en la que he aplicado estrategias caóticas y algo naïfs. Al menos, espero que este artículo ayude al lector a elaborar un plan de ataque más sistemático si decide emprender la tarea de adquirir una lengua “difícil”.
Hay muchos mitos que corren sobre la dificultad de las lenguas, y he encontrado a menudo que los hablantes propagan la idea de que la suya es una de las más difíciles del mundo de forma abstracta y universal, como si la ONU hubiera publicado una lista oficial de lenguas complicadas. Muchos polacos me han dicho que su lengua es la más difícil del mundo, con la excepción de un tipo bebido que afirmó que, como soy “árabe” (que no lo soy), el polaco lo debo encontrar fácil, porque los polacos originariamente vienen de la península arábiga (no vienen, por si fuera necesario decirlo). Incluso me han dicho que el holandés, una lengua estrechamente emparentada con el inglés, es la «segunda lengua más difícil del mundo, después del chino», una afirmación que me deja perplejo.
Dejando a un lado las creencias populares, podemos decir que la dificultad de una lengua no es universal, sino que depende de la lengua de la que partimos. No se han observado diferencias en cuanto a la rapidez con la que los niños aprenden su lengua materna: si bien existe cierta variación individual, no se ha detectado ningún tipo de variación por comunidad lingüística. Por el contrario, cualquier adulto ya tiene una lengua, lo que hace que en ocasiones se transfieran las estructuras de la materna a la lengua meta. También influye la cantidad de palabras compartidas: si a un europeo aprender el mandarín puede parecerle una tarea gigantesca, para un hablante del japonés o del vietnamita, lenguas con muchos préstamos del chino clásico, el proceso de adquisición será más rápido.
El urdu es una lengua indoeuropea y, por tanto, está emparentado con el catalán, así como con la mayoría de las lenguas de Europa. Son visibles unas mínimas semejanzas en los numerales (siete, ocho y nueve son saath`, ‘aath’ y ‘nau’), las partes del cuerpo y el funcionamiento del subjuntivo. Pero hace milenios que el urdu y el catalán se separaron del tronco común, y desde entonces no han estado en contacto directo. Actualmente, la distancia estructural entre estos dos parientes lingüísticos es considerable, y se pone de manifiesto, por ejemplo, en el orden sujeto-objeto-verbo de las frases (yo naranja como) del urdu.
Mi estrategia inicial, probablemente aprendida de comentarios y blogs de internet, se basó en una especie de método “natural”. Tenía la actitud de que la mejor manera de aprender las palabras era por medio del uso real, es decir, sobre todo hablando y leyendo. Y siempre que podía hablaba en panjabi y urdu, durante visitas a Islamabad y también a Barcelona, en comercios gestionados por pakistaníes, utilizando los pocos recursos lingüísticos de los que disponía. Esto funcionó hasta cierto punto, y me permitió consolidar mi nivel de novato. Pero el código que acabé adquiriendo todavía dejaba mucho que desear, con huecos de vocabulario por todas partes y errores gramaticales en cada frase, por no hablar del nivel bajísimo de comprensión oral. Y la comprensión es clave: cuando la lengua meta tiene cierta inteligibilidad mutua o léxico compartido con una lengua que ya dominas, es posible aprender muchas cosas chapurreando con los nativos. En una visita a la Toscana, por ejemplo, pude aprender muchas palabras en italiano sin haberlas estudiado, dado que entre el contexto y las semejanzas con el catalán las frases eran fácilmente descifrables.
¿Cómo llenamos estos vacíos de vocabulario si una comprensión oral baja no nos permite aprender palabras directamente de los nativos? Otra idea que intenté poner en práctica fue la de la lectura llamada “extensiva”, o de leer mucho en la lengua meta por placer. El problema es que no es muy placentero leer en un idioma cuando hay que buscar cuatro o cinco palabras por frase en el diccionario para empezar a entender algo. Y el urdu representa un esfuerzo considerable para un occidental que lo quiera aprender: si los húngaros y vascos, con sus famosas lenguas “difíciles”, dicen ‘politika’ de la política y ‘demokrácia’/’demokrazia’ de la democracia, en urdu tenemos los préstamos del árabe opacos ‘siyaasat’ y ‘jumhuuriyat’.
Aquí hubo que dejar de lado el método “natural” y hacer lo impensable: memorizar muchos cientos de palabras de forma sistemática y consciente. En lugar de encontrar placer en la lectura, creé una especie de juego lingüístico: buscaba nuevas palabras activamente, y así, lejos de desalentarme, me entusiasmaba encontrar textos que contenían muchas palabras desconocidas. Incluso estudié las entradas del diccionario monolingüe de urdu de cada palabra nueva, añadiendo las palabras que no conocía de las definiciones en mis fichas de memoria digitales.
Es esto lo que me ha permitido, después de tantos años de aplicar estrategias aleatorias, empezar a entender muchas cosas en urdu y, ahora sí, consumir contenido por placer y sin estudiar de forma consciente. Últimamente, veo una serie turca doblada en urdu, en la que entiendo el 99% de los diálogos y muy rara vez apunto palabras nuevas, y noto que por fin puedo construir frases correctas en urdu de forma más o menos espontánea. Eso sí que representa cierto sacrificio: si un compañero de trabajo me pregunta qué pienso de la última serie norteamericana de Netflix que todo el mundo ve, no sabré decir nada, porque entre todas las lenguas que estudio no tengo tiempo para ver series en inglés.
Llámenme obsesionado, pero prefiero seguir cultivando mi conocimiento de esta lengua “difícil” (ahora ya no tanto). Difícil, insisto, de forma relativa: un hablante de persa o bengalí quizá habría tenido una experiencia más parecida a la que tuve con el italiano. A mayor distancia lingüística, más importante es un aprendizaje sistemático que enfoca lo diferente (sobre todo el léxico), sin abandonar del todo el contacto “natural” con el idioma. Si bien es cierto que, incluso con un buen sistema, aprender una lengua muy diferente a la propia es un camino largo, tampoco es necesario vagar por el desierto sin brújula. Largo no significa difícil, si se navega bien.
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