Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra». Así termina la más famosa de las novelas de Gabriel García Márquez, con quien hace pocos días tuve la suerte de compartir un rato tan agradable como enriquecedor.
Desde luego, alcanzar un Nobel requiere, primero, buena pluma -por norma general y, en este caso, con excepciones que no son honrosas de oficio-, pero ayuda pertenecer a una comunidad lingüística muy amplia, basta ver la nómina de galardonados, y sin duda tener la cobertura política de un Estado.
Lengua masiva y Estado son un ecosistema favorable para el desarrollo del arte de las palabras que, a diferencia de la plástica o la música, no depende de un lenguaje universal y requiere decodificadores para alcanzar más share, por decirlo en el código televisivo al uso.
Este ecosistema favorable permite respirar con todo el oxígeno que se quiera. Hacer experimentos, probar, avanzar asumiendo riesgos, enriquecer el léxico, nuevas palabras, nuevos significados… Publicar mucho, a muchos, con mucha difusión, y conseguir que haya escritores que puedan ganarse lícitamente la vida con su trabajo. Esto, en otras circunstancias como la nuestra, la de Catalunya, no la de Macondo, no es tan así. Pondré un ejemplo reciente. Un escritor de mi país me comentaba que por hacer el mismo libro, idéntico libro, ni un miligramo menos de trabajo intelectual, en castellano le pagaban exactamente diez veces más que en catalán.
A ese escritor, paradigma ciertamente generalizable, por lo tanto, escribir en catalán -a pesar de más de veinte años de gobierno nominalmente nacionalista, según decía- todavía le exigía militar y naturalmente hacerlo fuera de horas, para poder ganar un sueldo que le permita vivir y sufragarse la neura de escribir en su propio idioma, en el que ha construido su imaginario y a través del que llama a las cosas con un nombre y no con otro. No les estoy hablando de un poeta hermético.
La literatura catalana, en estas condiciones, no tiene un Nobel simplemente porque no se lo ha podido permitir, no porque no lo haya merecido. ¿Resiste José Echegaray ser literariamente comparado con Joan Maragall? Vivieron exactamente el mismo periodo. ¡La ficha policiaca franquista de Salvador Espriu, uno de nuestros mejores y más traducidos escritores, tenía anotado como antecedente penal haber sido objeto de una candidatura popular al galardón!
De todo esto surge el título de mi artículo, que lo he querido en castellano, en un precioso castellano que admiro y disfruto. La feria del libro de Frankfurt y, especialmente las actividades que se organizan en la ciudad y en toda Alemania de manera paralela, es la gran oportunidad para la eclosión de la literatura catalana. Quizás como la que tuvo en sus mejores momentos, cuando los decasílabos de Ausiàs March navegaban por el Mediterráneo, incluso superior a lo que se llamó Renaixença, más bien a la baja, en razón no de su valor en sí misma, sino del oscuro periodo que la precedió.
El diccionario de la RAE da por literatura el arte que emplea como medio de expresión una lengua. Qué lástima que todavía haya que luchar por lo evidente y que tenga que recordarlo toda una consejera de Cultura de la Generalitat, para defendernos ante quien nos acusa de marginar el castellano. Jamás lo hemos hecho, aunque sólo fuera por dar la razón a los chistes que nos ponen de avaro subido y querríamos al castellano aunque sólo fuera porque nos enriquece el patrimonio. Me decía Raimon que la biodiversidad se ha hecho un merecido lugar en el vocabulario político de nuestro tiempo, pero que deberíamos respetarla no sólo en lo que se refiere a flora y fauna, sino también en los logros de la humanidad. Y las lenguas minoritarias son patrimonio de la humanidad, un patrimonio además vivo y activo.
Afortunadamente, el término cultura, de mayor campo semántico, da cabida a toda manifestación intelectual o artística, se exprese en la lengua que quiera. Sabemos, pues, que hay una cultura catalana escrita en diversos idiomas, y nos gustará que pronto la haya también en las múltiples lenguas que la aldea global nos ha traído. Un gran político socialista, Rafael Campalans, ya liberó del esencialismo el concepto del ser catalán, y lo extendió a los de vivir y trabajar, idea que hizo suya la Assemblea de Catalunya, añadiendo todavía otro verbo, el querer, el que conjuga la libertad. Posteriormente otros hicieran apropiación indebida de todo esto.
Pero si hablamos de literatura, sin menospreciar a nada ni a nadie, hablamos de literatura. Y en el gran escaparate de Frankfurt 2007 expondremos prioritariamente la literatura catalana, que es su invitada de honor, como ya dio a entender el president de la Generalitat en sede parlamentaria.
La feria de Frankfurt es esencialmente de libros, por eso es lógico que invoquemos esa prioridad de la literatura catalana. Porque es nuestra obligación con la lengua, con los escritores y con la industria, para optimizar el ecosistema y situarnos en el mercado europeo. Pero sabemos que literatura es cultura, y seremos sensibles, como siempre, insisto, lo hemos sido, con todos los colores de nuestra cultura, parafraseando otra vez a Raimon.
Tenemos presentes a los escritores bilingües. A Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza en castellano; Renada-Laura Portet y Pere Verdaguer en francés; Antoni Canu y Rafael Caria en italiano. Por citar sólo algunos ejemplos de convivencia lingüística de los territorios en los que se habla catalán. Y también podrán tener su espacio los escritores monolingües en castellano, en italiano y en francés, idioma que por cierto dio también un premio Nobel de Literatura catalán, Claude Simon, que naturalmente no se nos ocurrió adjudicarnos.
Sea como fuere, también es cierto que serán los editores los que decidirán cuál es su participación en su espacio concreto de la feria. Ellos son los que escogerán las obras y autores que les parezcan idóneos para sus intereses, porque Frankfurt es, ante todo, una feria comercial, en la que se venden y compran derechos.
Frankfurt, a pesar de esto, es un reto, la oportunidad que abría este artículo con la voz de Gabo, una oportunidad tal vez irrepetible a medio plazo, para no dar una idea equivocada de lo que deben ser la cultura y la literatura catalanas, elementos fundamentales y constitutivos de la cultura europea. Y eso es en Frankfurt, capital de la cultura alemana y europea, que debemos dejarlo bien establecido. Es una responsabilidad de la Generalitat, las instituciones, los editores y los escritores catalanes.
JOSEP BARGALLÓ VALLS, conseller primer de la Generalitat de Catalunya