El impacto de la moción de censura presentada en el Parlamento de Cataluña -estrictamente hablando: el resultado del acto de campaña- que Ciudadanos puso hace unos días al presidente Quim Torra -estrictamente hablando: el PSC de Miquel Iceta-, habrá tenido tan poca vigencia como haya tardado en publicarse la sentencia del Tribunal Supremo. Lorena Roldán de Ciudadanos, como aquella Cecilia que retocó hasta desfigurar la imagen del Ecce Homo de la iglesia del Santuario de la Misericordia de Borja, para justificar su numerito, embadurnó el paisaje de Cataluña hasta hacerlo irreconocible. Por tanto, más allá de sacar la basura, no vale la pena perder el tiempo valorando una gesticulación tan agria que no debía provocar entusiasmo ni entre los propios seguidores.
En cambio, me interesa un cuestión colateral que suscita el discurso compartido -la «lucha compartida», que dirían los amigos de Òmnium- de toda la derecha española, es decir, del PSOE a Vox. Me refiero a la insistencia en la idea de la existencia de una Cataluña confrontada, dividida, de familias que no se entienden, de gente que se señala por la calle… Una sociedad xenófoba, etnicitada, racista. Un lugar de mal vivir, cuyo pronóstico debemos a José María Aznar, en un claro ejercicio de autocumplimiento de profecía. Nada podía hacer más previsible la hipotética división de los catalanes que intentar provocarla con todos los aparatos disponibles en el servicio del Estado. Y si no se conseguía, imaginarla, inventarla, pintarla, explicarla y hacerla creer, incluso al margen de la realidad.
Así pues, ¿Cataluña vive en un clima de ruptura de la convivencia debido al independentismo? Quienes lo sostienen, además de afirmarlo obsesivamente, no aportan ningún dato para sostenerlo. Yo, en un marco más académico, podría aportar muchos, en sentido contrario, para demostrar que el clima de convivencia es el de siempre. Pero es que, en primer lugar, la confrontación política no sólo no es negativa, sino necesaria, siempre que se pueda canalizar democráticamente. Y si democráticamente hubiéramos podido dilucidar cómo canalizar la confrontación entre independentistas y unionistas, la división de criterio no habría terminado, pero se habría resuelto por mucho tiempo a efectos políticos.
En segundo lugar, en todo el mundo avanzado hay división de opiniones, un mundo plural y diverso, algunas de las cuales llevan a duras confrontaciones. Basta con leer los periódicos para ver cuáles son las nuevas radicalidades ideológicas que a menudo derivan en comportamientos sectarios profundamente iliberales, sostenidos desde una superioridad moral que los lleva a actitudes autoritarias. Pero a nadie se le ocurre hablar de una ruptura de la convivencia porque haya animalistas y cazadores; veganos y carnívoros; abstemios y amantes del vino, seguidores del Barça y del Espanyol, por poner algunas divisiones de que, por otra parte, tampoco España -ni el resto del mundo- están exentos.
Es obvio, en tercer lugar, que en Cataluña hay, efectivamente, varias Cataluñas. ¡Faltaría más! Las razones de la complejidad social, cultural, económica y política de Cataluña son múltiples y conocidas, y entre los expertos hay un consenso general de que se trata de una complejidad tan positiva como necesaria. Tal como escribe Matt Ridley en ‘The Rational Optimist’, «el intercambio es a la evolución cultural lo que el sexo es a la evolución biológica», y es que, dicho de manera gráfica, «las ideas tienen sexo unas con otros, y esto explica la increíble evolución cultural». Sí: la promiscuidad de ideas es francamente positiva. Y, en este sentido, quien quiera impedir la confrontación de ideas, con conciencia o no, no sólo quiere empobrecer Cataluña, sino que impediría su evolución cultural, social, económica y política.
Sí, Cataluña -como ocurre en Francia, y los Estados Unidos e incluso en España (¡aunque ahora los disidentes de la sagrada unidad no osen ni abrir la boca!)- son muchas cataluñas. Cataluñas de intereses contrapuestos, de ideologías incompatibles, de creencias discordantes, de tradiciones contradictorias, de idiomas varios… Y es innegable que la gestión de tanta diversidad es difícil aquí y en todo el mundo civilizado y democrático. Aún más: es una obviedad que tanto en una Cataluña española como en una Cataluña independiente, las dificultades de la gestión de la diversidad serán las mismas. Con una sola diferencia: que por tradición migratoria, por cultura integradora, por posición geoestratégica, por haber tenido que progresar sin la protección de un Estado propio o por una histórica apertura económica, Cataluña tiene ya una larga experiencia en este terreno. Es por ello que algunos pensamos que la independencia podría servir, no para homogeneizar el país, sino para garantizar una mejor y mayor pluralidad de Cataluña -¡sí, aún más confrontación!-, cosa que la pertenencia a un Estado de proyecto nacional homogeneizador, unitarista y monolingüe, dificulta mucho.
EL TEMPS
Publicado el 14 de octubre de 2019
Núm. 1844