La formación del nuevo govern del Principat catalán ha estado presidida por la sorpresa. Si la mayoría de analistas apostaban a tenor de los antecedentes de la campaña electoral por la edición de un pacto PSOEvergente, al final todos los pronósticos han saltado por los aires.
En primer lugar hay que resaltar que el «gran derrotado», el candidato Montilla, ha resultado el gran vencedor a priori de estas elecciones, a la vista de los acuerdos postelectorales. Probablemente ha sido menospreciada su capacidad de maniobra y su dependencia hacia Madrid ha quedado en entredicho al menos en un principio. Seguramente las cosas no sean tan sencillas, y ni la «autonomía» del PSC sea tan clara ni la «humillación» de Madrid sea tal. La apuesta del PSOE era por un pacto con los conservadores catalanes, pero el PSC (no olvidemos que es un partido político diferenciado del PSOE) era consciente de que esa alianza significaba su suicidio político. De ahí que astutamente, al menos a la vista de los resultados, Montilla y su equipo hayan acelerado las negociaciones para la formación del gobierno de la Generalitat, «aprovechando» la presencia de Zapatero en Latinoamérica y advirtiendo al resto de dirigentes socialistas en el estado que se abstuvieran de aparecer por el Principat este fin de semana.
El dirigente catalán ha sabido poner los intereses del PSC por delante de los de Madrid, y eso probablemente, junto a su capacidad negociadora» le permitirán gobernar durante los próximos años y al mismo tiempo fortalecer su imagen como sustituto de un peso pesado como Maragall.
La gran derrotada ha sido la coalición conservadora de CiU, que ha pesar de resultar ser la primera fuerza tras las elecciones, no ha podido sumar los apoyos suficientes para formar gobierno, cosas del «destino democrático» al que tanto apelan y que en ocasiones (sobre todo cuando no alcanzan el poder) parecen olvidar. CiU ha jugado fatal sus cartas, la campaña ha sido penosa. Si la presentó como un plebiscito entre «el tripartito y CiU» el fracaso salta a la vista. La prepotencia desplegada, el exceso de confianza y la fractura generacional han sido los factores que han «derrotado» a los conservadores catalanes. Además su oferta de última hora hacia ERC para formar gobierno (cuando habían dejado clara su apuesta por la PSOEvergencia) ha sido la excusa perfecta para que los republicanos rechazasen esa alianza.
La llave ha vuelto a estar en manos de ERC, aunque con mayor claridad de la esperada a tenor de los resultados. Si la maniobra de última hora de CiU ha sido el empujón que necesitaban, los republicanos no olvidan que los conservadores habían optado en ocasiones anteriores por el PP (pudiendo negociar con ellos) ni el pacto entre Mas y Zapatero para «cepillarse» el Estatut. Son conscientes que estos años deberán maniobrar con cuidado, pero la imagen que logran puede darle un importante empujón para consolarse como la fuerza de izquierdas y nacional que pretenden ser en Catalunya. De momento, han situado a Carod de nuevo en la Generalitat y además le acompañará Joan Puigcercós con una cartera muy importante de cara a las relaciones internas del govern y por su relación con los ayuntamientos del Principat.
ICV ha respirado tras los primeros augurios que les situaban fuera del govern a pesar de sus resultados. Llama la atención de todas formas que se hagan con la cartera de Interior, a la que talvez pretendan dotar de un carácter «ecopacifista» en línea con su apuesta programática. Y tanto PP como Ciutadans han desempañado estos días el papel que les tocará durante los próximos cuatro años (a excepción de intervenciones artísticas y cirquenses de los segundos).
La clave para entender estas manobras reside en la sorpresa que ha supuesto el candidato socialista a la hora de articular su propuesta de govern. Además es importante tener en cuenta que los tres partidos del nuevo ejecutivo han aprendido en principio de los errores del acuerdo anterior. Si hace tres años en primer lugar se negociaron los puntos programáticos, luego se cerró el acuerdo de gobernabilidad y finalmente se decidió que ya se vería la marcha del gobierno, en esta ocasión se han invertido las prioridades y se han dejado para el final el acuerdo programático.
De cara al futuro el reto está en mantener la estabilidad del govern, y parece que los primeros pasos de los socios del pacto quieren «romper» con la mala experiencia del pasado, de ahí su cambio de nombre «govern de progrés» o «Entesa nacional de progrés» y que a pesar de las críticas iniciales desde Madrid, el maquiavélico Montilla ha sabido articular en torno a su figura. La presentación oficial del mismo ayer, con toda la parafernalia mediática y con una cuidada fotografía, ha servido para acallar las críticas que desde Madrid se hacían a Montilla, al que acusaban de haber cedido el protagonismo a ERC e ICV.
Los primeros meses del govern no serán fáciles, con algunos sectores socioeconómicos y convergentes dispuestos a lanzar torpedos para desestabilizarlo, pero si el acuerdo fructifica, los grandes derrotados serán los conservadores catalanes que verán nuevamente el partido desde el banquillo, a pesar de sus «esfuerzos» para gobernar el oasis del Principat. Las próximas elecciones locales servirán para tomar el pulso de la situación, teniendo en cuenta que la diferencia entre socialistas y republicanos se ha reducido de 38 a 16 escaños en los últimos años y que los republicanos pueden absorber parte del voto comarcal más catalanista del PSC. En esas elecciones también se podrá ver la materialización de los esfuerzos de las candidaturas independentistas de las CUP, pero eso será dentro de unos meses. De momento en el Principat la tortilla electoral se ha mostrado la otra cara.
* Txente Rekondo. Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)