La visión de la historia vasca desde el aranismo

 


El artículo de Pablo de Iboa, dentro de la serie que este autor viene publicando (El nefasto siglo XIX en Euzkadi. Izaro News), es paradigmático en lo que se refiere a la distorsión de la realidad vasca.

Algunas referencias (el reconocimiento a Zumalakarregi, la comprensión de la enemistad española contra Euskal Herria, etc.) se entienden desde la perspectiva de una población que, al margen de discursos, ha sufrido en propia piel la violencia de ocupación de la tropa hispana. Pero la visión de fondo de la colectividad vasca y sus problemas está ideologizada y tergiversada.

De entrada, Euzkadi no es un país real. No existía nada parecido en la época que describe (y se ve esa distorsión, cómo se lo han sacado de la manga, en esta ucronía). Tomemos una cita: «El partido carlista, que pretendía ser el defensor de la tradición vasca, quebrantó continuamente las Constituciones de los Estados vascos durante la guerra de los seis años. Don Carlos María Isidro gobernó en Euskadi sin respeto alguno a los preceptos de dichas Constituciones».

Don Carlos no gobernó en Euskadi, sencillamente porque tal cosa no existía entonces. Es una invención posterior de Sabino Arana. Además, la alusión a las «Constituciones de los Estados Vascos» es otra impostura ideológica, porque ni existían Estados Vascos, ni los vascos disponían de Constituciones, en estos términos. El único Estado vasco era Navarra, y para entonces estaba conquistado (desde 1512 en su parte peninsular) y sin independencia.

Otra aberración conceptual: «Don Manuel Llauderfuc fue el último virrey legítimo que hubo en el reino de Navarra, pues fue el último que juró los Fueros. Los que le sucedieron, Sarsfield, Valdés, Rodil, Mina. Córdoba y Espartero, aunque llevaron el título, el ejercicio de su mando era ilegítimo, porque ninguno de ellos juró los Fueros». ¡Cómo un defensor de la nación vasca puede decir que un virrey español fue legítimo! La idealización que el nacionalismo aranista hace de los Fueros le conduce a formular semejante atrocidad. Ni aun jurando los fueros ningún español hizo otra cosa que mantener la dominación española. Cuando más, un virrey.

Otra cita que insiste en el ideario aranista, completamente miope en estas cuestiones, se refiere a la pretendida independencia originaria: «De la guerra carlista no se puede decir que fuera civil en lo que afecta a los vascos; era una guerra internacional, puesto que los vascos, que gozaban de independencia, luchaban con otro Estado, que se esforzaba en quitarles la libertad. Era una guerra por la independencia». Los vascos no gozaban de independencia en estas fechas, lamentablemente, y no hay más que ver el mismo siglo XIX (por no echar la vista atrás, a todas las guerras de conquista castellana) para tomar nota de los conflictos con España, a cuenta del traslado de las aduanas, la derogación de los fueros por el rey o la Constitución de Cádiz, etc. España hacía y deshacía en tierra vasca, pues la tenía conquistada desde 1200 y 1512, según los territorios. El resto es discurso foralista, una patraña urdida por ideólogos de la corona para justificar unas relaciones conflictivas e ilegítimas de siglos entre la población vasca y la monarquía española.

Con semejante distorsión ideológica no se puede encarar hoy la cuestión vasca y afrontar el futuro de libertad (sin intromisión ajena, española ni francesa) que necesitamos en Euskal Herria.

 

El nefasto siglo XIX en Euzkadi (5)

Don Tomás de Zumalakarregi. – Este General fue, sin duda alguna, el más prestigioso y de más talento militar que tuvo el Partido Carlista. Nació en Ormaiztegi el día 20 de Diciembre de 1788. En 1808 se encontraba en Pamplona siguiendo sus estudios cuando supo que las tropas de Napoleón sitiaban Zaragoza. Se alistó como voluntario en el ejército español que defendía la ciudad. Ya desde los principios de su vida militar llamó la atención de sus compañeros de armas. En las luchas contra los Mariscales franceses fue aprendiendo la táctica de la guerra. Las Cortes de Cádiz le reconocieron el grado de comandante.

Hallándose de servicio en el Ferrol con el grado de teniente coronel, fue acusado de favorecer a don Carlos, siendo destituido por ello. Se retiró a Pamplona. Cuando en Navarra estalló el alzamiento carlista, los jefes de las partidas proclamaron a Zumalakarregi como general en jefe. Hasta aquel momento los carlistas no eran más que una masa desorganizada: Zumalakarregi la transformó en un ejército disciplinado, que pudo luchar en eficacia, contra los mejores generales del ejército español; el carlista que operaba en el País Vasco llegó a componerse, de 30.000 hombres; él era el dueño del País Vasco; los liberales no poseían más que el suelo que pisaban.

Zumalakarregi demostró ser un gran talento militar. Sus victorias fueron cuantiosas. Don Carlos, contra el parecer del mismo Zumalakarregi, le obligó a sitiar Bilbao. Durante el cerco fue herido por una bala en la pierna. Retirado al pueblo de Zegama (Gipuzkoa), murió a los pocos días (1835). El carlismo perdió entonces su mejor defensor. «El vacío que en su partido dejaba aquel hombre extraordinario, tuvo mayor eco y fue más exactamente apreciado por la opinión pública de Europa que lo estuvo por la menguada corte del pretendiente, a cuyos secuaces; le quitó un gran peso de encima con la desaparición del hombre ante cuya superioridad habían tenido que. bajar la cabeza», (Lafuente: Historia de España).

Era riguroso sin crueldad, aunque alguna vez se excediera en los castigos. Su ejemplo arrastraba a sus soldados a las mayores heroicidades. Sus alocuciones eran enérgicas. «Vale más no existir que existir llevando escrito en la frente el baldón de cobardía» decía a sus soldados (29 de Diciembre de 1833). Su recuerdo se mantiene aún como la de una esperanza fallida.

Don Rafael Maroto. – El sucesor de Zumalakarregi fue el español don Rafael Maroto, nacido en Lorca (Murcia). Antes de declararse, la guerra carlista había servido a España en las luchas que en Perú y Chile se sostenían contra la dominación española. Nombrado jefe del ejército carlista que operaba en el País Vasco, fue mal recibido por su carácter violento; los fracasos militares aumentaron el descontento. Pronto comenzó una lucha sorda entre Maroto y otros jefes del ejército. Maroto prendió a sus émulos, los generales García, Sauz y Guergué, al brigadier Carmona, a Uriz e Ibáñez. Los generales y Uriz fueron fusilados en Estella, sin forma alguna de proceso y sin que fueran escuchados. Poco después hizo lo mismo con Ibáñez (Febrero de 1839). Don Carlos destituyó a Maroto de su cargo de jefe del ejército y lo declaró traidor; pero ante la actitud de Maroto, cambió de conducta, y aún volvió por su honor en documento dirigido a su ejército.

Maroto estaba en inteligencia con el jefe del ejército isabelino desde el mes de Enero; dejóse derrotar varias veces por sus enemigos; no obstante, seguía mandando a los soldados vascos y excitándoles a proseguir la guerra. Tuvo una conferencia con el jefe isabelino en la ermita de San Antolín de Abadiano. Don Carlos, sospechando la fidelidad de su general, le depuso y nombró al conde de Negri; pero fue prendido por Maroto. Poco después se firmó la paz en Bergara. Maroto entró a servir de nuevo en el ejército español con el grado de Capitán General; murió en sus posesiones de Chile en 1847.

Tal fue el jefe que dirigió a los vascos después de la muerte de Zumalakarregi. Un traidor.

Carácter de la guerra por parte de los vascos. – Si la mayoría de los «vascos abrazó la causa del pretendiente al trono español, lo hizo porque vio en su triunfo el mantenimiento de su libertad. En la conciencia del pueblo estaba que su derecho era perseguido. Al momento de morir Fernando VII lo manifestó el virrey de Navarra a la Diputación: «En el estado de guerra en que se halla Navarra no hay fueros». El virrey Sarsfield se negó a jurar los Fueros. Don Manuel Llauderfuc fue el último virrey legítimo que hubo en el reino de Navarra, pues fue el último que juró los Fueros. Los que le sucedieron, Sarsfield, Valdés, Rodil, Mina. Córdoba y Espartero, aunque llevaron el título, el ejercicio de su mando era ilegítimo, porque ninguno de ellos juró los Fueros. Sarsfield fue asesinado bárbaramente por sus soldados en Pamplona (1837).

De la guerra carlista no se puede decir que fuera civil en lo que afecta a los vascos; era una guerra internacional, puesto que los vascos, que gozaban de independencia, luchaban con otro Estado, que se esforzaba en quitarles la libertad. Era una guerra por la independencia.

Cierto que los vascos se equivocaron en la elección del medio para conservar su derecho. Su error se comprende si se recuerda el estado general de los vascos. Pero a través del engaño se nota el carácter que revistió la guerra por parte de los vascos: carácter de defensa propia.

Su error indica también su obcecación. Don Carlos María Isidro en sus manifiestos a su ejército y a los españoles, nunca habló de los derechos de los vascos. No obstante, éstos se sacrificaron por él en una guerra sangrienta que duró seis años.

Zumalakarregi y don Pascual de Txurruka, coronel del ejército isabelino, vieron con alguna claridad el motivo que guiaba a los voluntarios. Zumalakarregi se lo manifestó al mismo don Carlos y Txurruka, en una carta dirigida a Arguelles, Olozaga y Gómez Acebo, políticos españoles. Cuando en 1837 preparaban las Cortes de Madrid una Constitución, D. Pascual de Txurruka, al leer en el proyecto que la futura Constitución negaba el derecho vasco, escribió una carta, que, decía entre otras consideraciones: ¿.Por qué luchan los vascos? Dícese por algunos que la guerra de las provincias del Norte es guerra de principios y no guerra de fueros; pero yo les contesto que los naturales de Vizcaya no se matan porque triunfen principios de absolutismo y de tiranía, sino porque los ambiciosos y los agentes del fanatismo les hicieron y continúan haciéndoles creer que iban a perder sus fueros. Esta es la base sólida y terrible de la guerra de estos países…». También el Gobierno español notó aquel carácter, como lo demostró lo sucedido con don José Antonio Muñagorri.

Era éste un industrial y escribano de Berastegi, que trabajó, unas veces por cuenta propia y otras por cuenta del Gobierno, por separar de la cuestión dinástica la cuestión de los fueros o de la independencia de los vascos. Su bandera fue de Paz y Fueros, con la cual quiso atraer a los vascos, que militaban en los dos partidos contendientes. El Gobierno de España supo aprovechar su actividad para que: los vascos abandonaran a don Carlos, pues se les prometía respeto a su libertad. Muñagorri no tuvo éxito en su iniciativa. Murió asesinado el 14 de Octubre de 1841.

La guerra carlista, identificando la causa de la libertad vasca con la de la sucesión a la corona de España, ha sido uno de los sucesos que han trastornado más profundamente, la mentalidad vasca. El descenso de la conciencia nacional desde la guerra carlista fue muy notable. Como el pretendiente al trono era extranjero, así como los, jefes que dirigieron el partido después de la paz, los carlistas vascos, aun los más ilustrados, se españolizaron cada vez más.

El partido carlista, que pretendía ser el defensor de la tradición vasca, quebrantó continuamente las Constituciones de los Estados vascos durante la guerra de los seis años. Don Carlos María Isidro gobernó en Euskadi sin respeto alguno a los preceptos de dichas Constituciones. El mismo Zumalakarregi, a principio de la guerra, 11 de Febrero de l834 cometió un gravísimo atentado a la Constitución de Navarra, declarando traidores y condenando a muerte a los miembros de la Diputación, por haber aconsejado a los navarros que defendieran el derecho de Isabel. Con su decreto conculcaba Zumalakarregi varios proyectos de la Constitución Navarra. Don Carlos VIII de Navarra y V de Castilla, por la gracia de Dios rey de las Españas, y en su real nombre D Tomás Zumalakarregi, comandante general del ejército de S. M. en este reino y en jefe de las provincias de Vizcaya y Gipuzkoa:

Por lo contenido en la alocución de 5 del actual inserta en el Boletín revolucionario, impreso en Pamplona el día 9, expedida por la Diputación de este reino de Navarra, se declaran traidores como incurridores en el delito de lesa Majestad al Padre Maestro don Fray Bartolomé Oteiza, abad de Fitero; a don José María Martínez de Arizala, a don Benito Antillón, a don José María Bidarte, al barón de Bigüezal don Fulgencio Barrera y a don José Basset, secretario. En su consecuencia, quedan condenados a la pena de muerte y confiscados todos sus bienes…

La Constitución de Nabarra exigía, entre otros requisitos: a) que los jueces fueran navarros; b) que los navarros no fueran juzgados por los virreyes; c) que los navarros no estuvieran sometidos jamás a la jurisdicción militar; d) que los navarros sólo podían ser apresados por oficial autorizado por la corte o el Supremo Consejo…