Aún queda en mi corazón de viejo navarro, aunque sólo sea el eco en el subconsciente de lo que yo llamaría mi vieja conciencia. En un pensamiento impreciso que me duele en el alma, que está coagulándose en estos años sin forma precisa, pero que intuyo, dando los últimos coletazos de resistencia o de agonía que tuvo la última expresión en el ideario carlista, en lo que concierne a la defensa de los Fueros, que acabó con la participación y triunfo militar de 1.939.
Un siglo comprendido entre agosto de 1.839 (convenio de Vergara) y abril de 1.939, en que acabó la última guerra civil que nos legó cuarenta años de franquismo. Un siglo de protestas, deserciones, renuncias y por último la aceptación resignada de la pérdida de lo que tanto el carlismo defendió: los Fueros. La vieja resistencia carlista fue abatida. Los sucesos de Montejurra de 9 de mayo levantaron su Acta de defunción. Unos días antes, un amigo carlista me había dicho: «José Luis, el carlismo se muere.» Y no andaba descaminado.
Ya, para entonces, se ignoraba que Navarra fue reino, que acuñó moneda propia hasta 1.837 y la última reunión de las Cortes fue en 1.829. Todavía en 1.833 la Diputación reclamaba la condición de «reino propio y separado», y la legitimidad de las banderas de Navarra sobre las de Castilla. (No tenía entonces estos gobernantes de hoy). Tan sólo cien años después, en 1.939 el viejo rescoldo recibe el golpe mortal.
En la era de Franco, Navarra había renunciado a su vieja pretensión de reintegración foral plena y se sentía cómoda en el régimen. El proceso fue irreversible, en palabras de Fraga Iribarne, ministro de entonces y presidente del Gobierno de Galicia de hoy. La guerra civil fue una ruptura que dejó fracturas posiblemente imposibles de soldar.
Vino después la Transición. Una efervescencia, un hervor que, como un cohete, quedó tan solo en humo y en ruido.
La vieja armonía con las «otras provincias» secularmente llamadas «hermanas», no sólo se rompe, sino que se insiste en negar todo lazo siquiera sentimental, como si la historia no desmintiese esta tesis. Sólo ignorantes y necios la discuten.
El lazo que las unía, la lengua, la cultura, las costumbres, se trata de ignorar y negar. El odio a nuestra lengua madre, el euskara, del que nos debiéramos gloriar, es acosado vilmente por hombres nacidos en esta tierra con alevosía y premeditación, como cuclillos en nido ajeno.
La mayor parte de Navarra tenía la lengua euskara (Idoate). Todavía en 1.645 el euskara dominaba desde Tafalla a los Pirineos. El párroco de la Iglesia de San Juan Bautista de Estella, dice en esos días que la tercera parte de sus feligreses eran vascongados. No había distinción entre beamonteses y agramonteses a la hora de utilizar el vascuence. Así como las guerras carlistas supusieron un embrión de espíritu unificador de las cuatro provincias, la guerra del treinta y seis significó lo contrario.
Se pasó de una afirmación de hermandad, a no sólo la negación de la misma, sino a la aversión, casi odio, a un pasado que está escrito con letras de molde. Se reniega del mismo y parece intención de borrar esa relación histórica, cultural y de sentimientos que siempre fue afirmación rotunda mantenida por los habitantes de esta tierra sin distinción de ideología política o religiosa. Se ha pasado casi, y sin casi, a la persecución de cualquier rasgo que sea identificable con su identidad. Este proceso se produce con velocidad acelerada como si hubiese prisa por cerrarlo con grilletes.
Sólo nos queda la nostalgia de escribir Reino con «y» griega. pasando a ser recuerdo los últimos rasgos de las viejas instituciones casi medievales, como el derecho de los Municipios a elegir sus funcionarios. Ya no se hablará de contrafuero. Ya no habrá alcaldes como aquel que le contestó a don Manuel de Irujo, al preguntarle si sabía lo que eran los fueros. -«Los fueros son ¡los cojones de Navarra!» Porque ahora se ha demostrado que se bajan los pantalones. Hoy, nuestro propio presidente de Gobierno de Navarra nos dice que serán los partidos mayoritarios españoles los que ordenarán nuestras leyes. Y no hay navarros que levanten su voz contra tamaños contrafueros.
Nuestra cultura amenazada. El asalto global uniformante y desvalorizador de nuestras costumbres peculiares avanza peligrosamente, si no le salen al encuentro hombres, navarros de verdad, que le salgan al camino.
Publicado por Nabarraldek argitaratua