La victoria en cifras

Todavía no podemos analizar con suficiente distancia y objetividad todo el proceso político que ha hecho que -en números redondos- el 30 por ciento de los catalanes que en 1991 decían que en un referéndum votarían a favor de la independencia pasaran a ser más de un 55 por ciento en 2013. Ni por qué del 55 por ciento que decían que votarían en contra, ahora son poco más de un 20 por ciento. Estamos hablando de un proceso rápido, particularmente si tenemos en cuenta que las oscilaciones habían sido pequeñas hasta 2006, a excepción del 2003. Ese año, los partidarios de la independencia igualaron a los contrarios para situarse en un 43 por ciento cada uno. Fue la expresión estadística de lo que Enric Juliana había llamado «el catalán cabreado», a raíz de las constantes provocaciones de Aznar. De 2007 a esta parte, todo se acelera.

Digo que no es el momento de sacar conclusiones definitivas, sobre todo, porque lo que pasará durante los próximos meses nos ayudará a terminar de interpretar la consistencia y el sentido de estos cambios de criterio político. Por un lado, porque hasta ahora sólo se han podido contar opiniones expresadas sin riesgo, y lo que hay que medir son voluntades políticas comprometidas, lo que sólo se puede hacer con las garantías de una consulta formal. Por otro, porque necesitamos llegar al final del proceso para poder valorar con rigor hacia donde apuntaban los indicios previos, cuya interpretación ahora es resultado de todo tipo de especulaciones.

Ahora bien, de momento nos tenemos que guiar por pistas que sólo dan una información parcial de la realidad. Y, de las pistas que tenemos, podemos sacar algunas conclusiones provisionales. La primera es que la opción por la independencia es resultado del convencimiento de que las alternativas preferidas para responder a la insatisfacción con el autonomismo se han ido cerrando, mientras que la de la independencia se abría.

Veamos: en 2011 (Barómetro del CEO, 2a ola) había un 66,5 por ciento de catalanes que consideraban insuficiente el nivel de autonomía política, pero sólo un 25,5 por ciento pensaban que la relación con España podía pasar por la independencia y un 33 por ciento sugerían como alternativa «un Estado dentro de una España federal». Es cierto que los que decían que querían la independencia -que la votarían en caso de un referendo- ya eran el 43 por ciento, pero muchos todavía la debían considerar imposible. En cambio, en el último Barómetro del CEO (1a ola de 2014), mientras los insatisfechos son los mismos, un 66,6 por ciento, los que creen que la solución es un Estado independiente ya son el 45 por ciento, y los que confían en una España federal bajan hasta el 20 por ciento. Son datos que apuntan a mi idea de que el voto a favor de la independencia no es siempre un voto ideológicamente independentista, sino resultado de la evidencia de la falta de otras alternativas.

La segunda conclusión clara a que permiten llegar los datos disponibles es que el no a la independencia tiene una base mucho más identitaria, emocional, que el sí, que es fundamentalmente político y pragmático. Mientras un 90 por ciento de los que votarían sí-sí dan razones relacionadas con incrementar la capacidad de decisión política y la prosperidad y sólo un 17 por ciento también aducen razones identitarias (a la pregunta se puede dar más de una respuesta), los que votarían no-no, en un 46 por ciento, aducen razones identitarias (Barómetro del CEO, 1a ola de 2014).

La tercera conclusión es que es esta dimensión política y pragmática -que podríamos llamar propiamente cívica- la que explica la incorporación a favor de la independencia de proporciones elevadas de catalanes que no la entienden como una renuncia a su identidad de origen, y también explica el proceso de feminización del proceso. ‘Veu propia’ (‘Voz Propia’) y ahora ‘Súmate’ por poner dos casos muy significativos- son expresión de esta realidad (entre los nuevos favorables a la independencia, hay un 14 por ciento de nacidos fuera de Cataluña). Y las mujeres a favor -fundamental en el éxito de la Vía Catalana- ya han alcanzado la misma proporción que los hombres. Un independentismo ideológico no habría encontrado ni la atención ni la adhesión de los nuevos catalanes ni de las mujeres en un proceso en el que lo que se valora es la mejora de las condiciones de vida presentes, y sobre todo futuras, más que las reafirmaciones de catalanidad. Nada extraño, pues, en las figuras preeminentes de Forcadell y Casals.

He aquí, pues, la fortaleza democrática del proceso, he aquí por qué no tiene marcha atrás y he aquí por qué es un objetivo ganador.

Salvador Cardús
ARA