La ventana Overton
«La FAES de Aznar programó una estrategia de modificación de la ventana utilizando todos los recursos del Estado español, incluidos los medios de comunicación»
A algunos lectores, esta expresión quizá les resulta familiar. Es el título de un thriller político de Glenn Beck publicado en junio de 2010. Beck se inspiró en un concepto formulado por Joseph P. Overton, que fue vicepresidente del ‘Mackinac Center for Public Policy’, un ‘think tank’ de ideología liberal situado en Michigan, en Estados Unidos. Overton, que murió en 2003, definió la estrategia política que da nombre a la novela de Beck y a este artículo. Consiste en hacer que gradualmente la sociedad vaya aceptando políticas impopulares a fin de promulgarlas eventualmente en leyes. Overton parte de la premisa de que la política siempre viene después de la opinión, y que, por tanto, el instrumento más importante para cambiar las políticas, en un sentido u otro, es incidir en la opinión. Hay ideas que años atrás eran políticamente inviables y que se han convertido no ya en aceptables sino en normativas, incluso de cumplimiento legal. Por ejemplo, la legalización del matrimonio homosexual, la obligación de separar la basura, o la flexibilización del despido en el trabajo.
Es importante señalar que el concepto de ‘ventana Overton’ es neutro respecto al eje izquierda-derecha. El espectro de posibilidades, representado en línea vertical de menos a más libertad, mide las políticas dependiendo del grado de intervención del Estado. Pero no es en ningún caso un gráfico de la naturaleza de las políticas, sino del marco del discurso relativo a cómo son toleradas en un momento determinado. Lo que hace años podía parecer radical, hoy puede ser considerado conservador, y viceversa. La ventana sólo pretende ser un instrumento analítico para medir la viabilidad de un proyecto político, aunque, evidentemente, también puede utilizarse como indicador de los esfuerzos que hay que hacer para alterar las perspectivas de éxito. No sólo para hacer aceptable una política que antes no lo era, sino también para expulsar del discurso público posturas que antes eran perfectamente asumidas. Otro caso, el derecho de autodeterminación de los pueblos ibéricos, que pasó de ser de aceptación oficial en el PSOE, y por tanto del centro de su ventana Overton, a ser expulsado de la misma, y apartado a la categoría de ideas de las que no se puede ni hablar.
Que Cataluña es una sociedad distinta a la española lo demuestra la gran diferencia entre las ventanas Overton respectivas. Lo que es inimaginable en la ventana española se ha convertido en central a la catalana. Tan central que es incluso oficial para el gobierno catalán y la mayoría parlamentaria. Es curioso cómo la trayectoria del derecho de autodeterminación ha ido en direcciones inversas en cada una de las dos. Durante el último franquismo y la primera transición, los liberales españoles (las izquierdas, por decirlo ‘grosso modo’) lo tenían incorporado a su doctrina. Les parecía tan evidente, tan de izquierdas, que les habría dado vergüenza negarlo. En cambio, para la opinión catalana, más miedosa, la independencia era inimaginable. Por eso aceptó un estatus de escasa ambición y unas condiciones fiscales lamentables.Durante décadas el gobierno catalán excluyó la independencia del discurso político, con el visto bueno de la mayoría social. Más adelante, comenzó a ser posible hablar teóricamente, y la independencia ingresó en el discurso académico primero, y mediático después. El libro de Xavier Rubert de Ventós, ‘De la identidad a la independencia‘ , marcó un punto de inflexión. A partir de aquí y con la aportación cada vez más frecuente de datos del expolio fiscal y con las políticas cada vez más agresivas de España, la secesión empezó a parecer una idea sensata, que se fue convirtiendo en popular entre 2010 y 2014, en el que la opinión empujó al gobierno de la Generalitat a organizar un referéndum él mismo.
Al otro lado ha pasado lo contrario. La FAES de Aznar programó una estrategia de modificación de ventana utilizando todos los recursos del Estado español, incluidos los medios de comunicación. El proyecto no era sólo expulsar del espacio del discurso nociones antes toleradas por la sociedad española, sino introducir y hacer cada vez más aceptables actitudes e ideas que eran inaceptables pocos años antes. A finales hemos visto convertirse en política de Estado lo que habría sido impensable en una época no muy alejada. Todo lo que ha pasado desde la agresión policial del primero de octubre, la pasión persecutoria del ‘a por ellos’, el violento discurso real del 3 de octubre, la criminalización de más de la mitad de la sociedad catalana, el aplicación ilegal del 155, la permisividad de la violencia neofranquista, los encarcelamientos ‘contra legem’, los intentos de forzar la jurisprudencia europea, las llamadas a un alzamiento militar, y en fin, la declaración del nuevo secretario general del Partido Popular profundizando en la fundación de Tabàrnia, o sea, del Ulster anunciado por Ciudadanos; todo esto, que ahora es aceptado e incluso aplaudido por la sociedad española, es resultado de una calculada estrategia de recentralización de lo que había sido inaceptable durante la transición y toda la década de los ochenta. El cambio ha sido gradual, pero el resultado es espectacular. La semana pasada el ‘World Values Survey’ (WVS) informaba que un 40% de los españoles preferiría un régimen autoritario a un sistema democrático. La encuesta de 2010 a 2014; por lo tanto es muy probable que el porcentaje haya aumentado el último año a consecuencia del referéndum y la resistencia del independentismo a pesar de la represión.
Ya hay suficiente perspectiva para entender que en España la democracia ha sido sometida a una involución de largo recorrido. El 23-F fue su globo sonda y el fracaso (relativo) de los golpistas indicó que la apuesta autoritaria era prematura. Pero entonces se puso en marcha un proceso inexorable que llega hasta hoy. A consecuencia de la sentencia del tribunal de Schleswig-Holstein, se ha introducido otra idea, hasta ahora excluida del régimen del discurso, a vigilar. La idea de un posible Spanexit, o sea, la salida de la legislación europea para poder ignorar la comunitaria y retener Cataluña a cualquier precio. Llegue o no a convertirse en política de Estado, habrá que estar atento a la evolución de esta idea dentro de la ventana Overton española.
Una estrategia relacionada con la ventana Overton es el ‘portazo en las narices’.Consiste en hacer una demanda exorbitante sabiendo que no tiene ninguna posibilidad de ser aceptada. La idea es ablandar al interlocutor para que acepte otra más moderada, que no se habría aceptado si la hubiera presentado de entrada. Es la estrategia del 155, con el encarcelamiento de los políticos y el desencadenamiento de la violencia ultra. Consciente de que los catalanes no aceptarían excluir la autodeterminación de la negociación, España creó condiciones inaceptables a fin de, más adelante, poder hacer una oferta que los catalanes ‘no podrían rechazar’: la liberación de los presos tras rebajarles la pena o indultarlos, la restitución de la autonomía en términos si hace falta más restrictivos que antes, la retirada de la violencia ultra; en definitiva, la ‘normalización’ que el Estado quiere hacer pasar por sensata para que acabe cristalizando en una nueva situación oficial. El estado excluye férreamente la autodeterminación del discurso, tratándola no ya de radical sino de impensable, de algo de lo que no se puede ni hablar. Una negativa tan extrema delata el desplazamiento a que se ha sometido la ventana española. Sólo hay que recordar que hubo una época que el mismo Estado aseguraba que, en ausencia de violencia, se podía hablar de todo.
Lo que revela la ventana Overton son los límites de la opinión pública, y la manera de modificarlos teniendo en cuenta el factor tiempo. No es que una mentira repetida muchas veces se convierta en verdad, que también es una estrategia relacionada, sino que un concepto reiterado acabe siendo plausible. También intelectualmente somos rutinarios, animales de costumbres. Pero la ventana es manipulable en ambas direcciones. El poder tampoco puede actuar fuera de la ventana Overton. Decía el intelectual abolicionista Frederick Douglas que el límite de lo que el pueblo está dispuesto a aceptar como razonable es la medida justa de la injusticia que tendrá que sufrir. El límite de la tiranía lo marca la paciencia de los oprimidos. Por ello, la mayoría que ya ha dicho basta al Estado español sólo se ampliará a medida que otros aprieten el perímetro del abuso que están dispuestos a soportar.