La unidad de España por delante del coronavirus

La frase «la Constitución no es un fármaco contra el virus», la pronunció hace unos días el presidente Torra ante la reacción nacionalista que ha tenido y que tiene ahora mismo el Estado español a raíz del avance del coronavirus. Es una frase espléndida que pasará a la historia porque en sólo nueve palabras desnuda de arriba a abajo la vergonzosa utilización que hace el Estado español de una pandemia para llevar a cabo una campaña de afirmación nacionalista.

Basta con poner a prueba al Estado español, ya sea en el ámbito político o en el de la salud, para que todo el maquillaje de 1978 salte por los aires y aparezcan sus esencias totalitarias. El paroxismo dictatorial contra el proceso catalán es una muestra fehaciente de ello. Pero el coronavirus le ha empujado a hacer en Cataluña lo que se había atrevido a hacer con el 155, que es, en nombre del Estado-Nación, retirarle competencias, desplegar el ejército y arrebatarle el mando de los Mossos y de las policías municipales para dejar claro quién es su propietario.

El dogmatismo del Estado español se sintió humillado en 2017 por dos hechos determinantes. Por un lado, por la imagen de Estado que Cataluña ofreció al mundo con la brillante gestión de los atentados de Barcelona y Cambrils -el Estado sigue encubriendo la conexión entre el supuesto cerebro de los atentados y el CNI-; por otro, por la celebración del referéndum del Primero de Octubre. Como en los vodeviles, donde la mujer engaña al marido delante de sus narices, también Cataluña paseó las urnas en las narices del CNI, de la Guardia Civil y de la policía española sin que fueran capaces de encontrar ni una. Y, por si fuera poco, también fue ante sus narices como el president Puigdemont marchó al exilio con gravísimas consecuencias para España, entre las cuales el actual descrédito internacional de su justicia. Sólo hay que ver los 33,3 millones de euros que en septiembre de 2019 el Estado destinó a una campaña de lavado de cara. Está convencido de que la democracia se demuestra poniendo anuncios en los periódicos, comprando mariachis y llenando las barrigas de los embajadores. Pero es dinero tirado, porque su praxis política tira por tierra todo el aparato propagandístico y, como Sísifo, está condenado a empezar de nuevo cada día desde el principio.

Los discursos de estos días de propaganda nacionalista de Pedro Sánchez son una muestra de ello. Sánchez es un hombre capaz de hablar horas y horas sin decir absolutamente nada. Nada de nada. El 18 de marzo repitió las palabras «España», «español» y «nación» hasta 24 veces. Y una docena más, «Estado» y «Constitución» . Y cuando se le preguntó -como se le preguntó de nuevo el día 22- por qué no hace caso del presidente Torra y de las autoridades sanitarias catalanas, que desde el día 13 le piden el inmediato confinamiento de Cataluña para evitar la circulación de trabajadores autónomos y de todos los asalariados que se sienten amenazados por la empresa, se hizo el loco y, con un gesto de la boca que le traicionó, repitió su estéril y vacuo comodín: «la enfermedad no entiende de ideologías». Como si el confinamiento de Cataluña fuera una cuestión ideológica y no una necesidad vital para salvar vidas humanas. Esta actitud de Sánchez dejó al descubierto hasta qué extremo el gobierno español ha hecho del coronavirus una cuestión ideológica y asquerosamente nacionalista. Desde su mentalidad dictatorial, el Estado cree que ceder al confinamiento de Cataluña equivaldría visualizarla ante el mundo como una nación diferenciada de España (!). En otras palabras, la unidad de España pasa por encima de las vidas humanas catalanas. ¿Qué hay más reprobable?

Hará falta, por tanto, que, llegado el momento, el gobierno catalán responsabilice al gobierno español y a su comité de emergencia -que según el epidemiólogo Oriol Mitjà, debería haber dimitido por los errores cometidos-, de las gravísimas consecuencias que el menosprecio a Cataluña tiene y tendrá, tanto en personas infectadas como en muertes. Sin olvidar la requisa de material sanitario a empresas, farmacias y pedidos catalanes dejando desprovistos a hospitales, como los de Manresa o Granollers. ¡En el de Granollers, el personal rodó un vídeo para denunciar que han tenido que hacerse batas médicas con bolsas de basura! Y es que el despropósito llega al punto de que el material requisado que va a Madrid, y del que sólo llegan fracciones, hace dos viajes: uno hacia Madrid, y otro de regreso. ¡Dos viajes!Y todo, además, a punta de tricornio, sin consultarlo con el govern catalán.

«Menos desinfecciones y más cerrar puerto, aeropuerto y vías férreas», exigía la Generalitat, por la sencilla razón de que no tiene ningún sentido desinfectar habiendo movimiento constante de gente. Y el president Torra preguntaba: «¿Cómo puede ser que desinfecten el aeropuerto y que sigan llegando aviones?» No es desinfectando sin parar un mismo espacio, como se evita la propagación del virus, es impidiendo la circulación de personas para que no haya que desinfectar. Es de puro sentido común. Pero pedir racionalidad al Estado español es pedir peras al olmo. Sólo hay que ver los exabruptos que, como respuesta, ha recibido el president Torra por parte del gobierno español a través de sus ministros, Salvador Illa (Sanidad), Margarita Robles (Defensa), Grande-Marlaska (Interior), y Arancha González Laya (Asuntos Exteriores). Le han llamado «mentiroso», lo que significa llamar mentirosos a los hospitales catalanes y a las autoridades sanitarias catalanas. Y como el Estado no tiene argumentos que justifiquen los despropósitos que está cometiendo, ha optado por tachar al presidente Torra de «desleal». Según el Gobierno español, el presiden Torra debería estarse calladito en un rincón de casa mirando como ellos hacen y deshacen en nuestra tierra, porque ellos y sólo ellos, a diferencia de nosotros, que somos estúpidos ignorantes, tienen derecho a decidir sobre nuestra vida.

Mientras tanto, Baviera y California, por ejemplo, se han declarado zonas confinadas y sus gobiernos, en buena lógica, han sellado sus accesos. Pero si Baviera y California fueran posesiones españolas no podrían hacer lo que han hecho. Y, por el mismo motivo, su material sanitario habría sido requisado, fragmentado y enviado a punta de tricornio a Berlín y Washington, respectivamente, para que, a continuación, este mismo material, ahora desde Berlín y Washington, retornara a Baviera y a California (!). Prestemos atención a la razón que ha dado Pedro Sánchez, el hombre que dice que «esto no va de ideologías ni de fronteras», para luchar contra el coronavirus. La dio el domingo 22 de marzo: «Quedarse en casa es un ejemplo de patriotismo». Todo un retrato. La pregunta es: ¿cuántos catalanes se deben infectar o deben morir aún, víctimas del coronavirus, en nombre de la «Sagrada Unidad de España»?

EL MÓN