En 2005 publiqué una novela titulada «Eneko Aritzaren hilobia», es decir «La tumba de Iñigo Arista». No es estrictamente una novela histórica, en el concepto, que se da a ese término en la literatura; se trata, por el contrario de un relato imaginado en el ámbito de luchas sociales y culturales. El tema, o mejor dicho la excusa de la novela la constituyen el yacimiento arqueológico descubierto inesperadamente en la Plaza del Castillo de Pamplona-Iruña y los jaleos surgidos al respecto así como su destrucción definitiva.
Dicho descubrimiento en el lugar conocido como la «sala de estar» de Pamplona-Iruña, que es la Plaza del Castillo ocurrió en 2001. Cuando se empezó la excavación para la construcción del parking subterráneo, aparecieron restos arqueológicos en cuatro niveles. En el más superficial aparecieron vestigios de las murallas, torres y fortificaciones de los barrios de la ciudad y de los episodios y luchas anteriores y posteriores a la conquista de Navarra. En el estrato inferior se encontraros dos cementerios contiguos; uno era una maqbara musulmana y el otro un cementerio cristiano. En un tercer nivel se hallaban los restos de unas termas romanas, conservadas en muy buen estado. En el cuarto e inferior de los niveles, se hallaban vestigios de la ciudad, que durante siglos y siglos como la ciudad de los vascones, con información de su trazado y hasta un menhir.
Lo que quiero dar a entender con la expresión de «inesperadamente descubierto» es que hasta aquel momento ni los «historiadores oficiales y oficialistas», ni los pomposos consejeros institucionales, ni la propia Institución Príncipe de Viana, con rango de Dirección General del Departamento de Cultura del Gobierno de Navarra, no solo no previeron este descubrimiento extraordinario, sino que no tenían ni pajolera idea de lo que acababa de aparecer. Lo cierto que aquel hallazgo en medio de Pamplona-Iruña nos sorprendió a todas y todos. ¿Qué había que haber hecho? ¿Qué es lo que se hace ante un descubrimiento de tal entidad en los países civilizados? Sin duda, se paralizan las obras, se analiza la importancia y el significado del hallazgo, se convocar a sabios y especialistas internacionales y se evalúa la posibilidad de conservación y explotación cultural, social y económica del yacimiento.
Pero en Navarra no se actuó así, sino que se consumó un destrozo cultural, un saqueo social y un gravísimo perjuicio económico secular. La alcaldía de Pamplona-Iruña la ostentaba Yolanda Barcina y la presidencia del Gobierno de Navarra Miguel Sanz, ambos de UPN. El PSN seguía jugando el triste papel de muleta de UPN. Se trató de criminalizar a una gran parte de la sociedad, que clamaba contra aquel desastre y se utilizó impunemente la falsa y habitual argumentación de imputación de la violencia. Algunas de las osamentas halladas en la maqbara de Iruña fueron llevadas, según dicen, con más que dudoso rigor en la cadena de conservación a la Universidad de Alicante, donde la Sra. De Miguel, de los «historiadores oficialistas» publicó su tesis de «osteoarqueología» en 2016. Hasta entonces nada; y desde entonces, solamente «osteoarqueologia». Resulta miserable que el irreparable daño cultural y económico a Vasconia, es decir, a Navarra perpetrado por UPN. Se hace propaganda esa tesis con el slogan de «Mortui Viventes Docent…» (o sea, los muertos vivientes enseñan…) Pero la verdad es que «Mortui sunt mortui, sed clamant…» (o sea, los muertos están muertos, pero claman…) Claman por haber sido profanadas sus tumbas, claman porque se ha perjudicado a la cultura, a la economía y a la convivencia de Pamplona-Iruña y de Vasconia entera y claman porque es una burla la pretensión de querer liquidar el debate científico sobre un yacimiento tan emblemático con la «osteoarqueología».
En la tesis de De Miguel «se elucubra» con una datación de la maqbara de Pamplona-Iruña, restringida al siglo VIII y con el presunto origen africano o bereber de alguno de los esqueletos analizados… Pero obviamente la carencia de rigor en la cadena de custodia de las pruebas, sumada a la parcialidad de la «osteoarqueologia» resulta insuficiente para sacar esas conclusiones, por otro lado muy interesadas. En la novela de 2005 se elucubra –novelísticamente– con la sustracción de diversas osamentas y elementos del yacimiento, ya fue evidente la falta de seguridad en su custodia y si no que se pregunte a los camioneros. Además se toman en consideración los datos históricos aceptados de que el clan o linaje de los Eneko, que dominaron Iruñea y Vasconia desde por lo menos mediados del siglo VIII hasta el 905, mantuvo su alianza con los Omeyas hasta el año 860/862 aproximadamente, siendo así que Iñigo Arista murió en 851, al parecer como consecuencia de las heridas sufridas en la batalla de Albite, conocida como de Clavijo del 850, donde fue derrotado junto con su hermano de madre, Muza Ibn Muza, líder de los Banu-Qasi.
Utilizo la denominación Vasconia, porque en la época a que se refiere la novela y este artículo no estaba «inventado» aún el nombre Navarra, que se generalizaría cuatro siglos más tarde. Aunque seguramente tampoco llamaban Arista –término utilizado en latín cuatro siglos después por Ximenez de Rada– a Eneko Enekoitz, que era el emir Wannaqo Ibn Wannaqo para los omeyas. Pero sobre todo, como reflexión cultural de que el único mejor museo del mundo, que podríamos llegar a tener en Pamplona-Iruña sería el museo de Vasconia-Navarra. El atractivo cultural específico de tal museo, como centro de la memoria y del saber, vendría determinado por la convivencia de religiones y culturas, con la supervivencia del euskara como elemento inquiridor o catalizador de tal convivencia. Justo la antítesis y lo contrario de lo que simboliza la imagen de Santiago Matamoros, como banderín de la Reconquista.
Pero el yacimiento de la Plaza del Castillo no resultaba emblemático solamente para Vasconia o Navarra, sino que constituía un ejemplo internacional de dos cementerios de dos monoteísmos, que se hallaban juntos: la maqbara y el cementerio cristiano. ¿Y por qué? Seguramente porque correspondían al mismo clan o linaje de los Eneko, que fue aliado de los musulmanes hasta el 862 y luego de los cristianos. Una de los mensajes sugeridos en la novela es que el uso de la maqbara se habría prolongado por lo menos hasta esa fecha del 862 y que fue respetada por quienes luego tuvieron sepulturas cristianas. Pero claro; eso pone en jaque la idea de reconquista como quintaesencia patria, expandida por la «Generación del 98» con Pidal en cabeza, para sustituir a la vocación imperial, como catalizador nacional, ya que se acababa de perder el imperio de Castilla, cabeza de la Corona.
La ferocidad y el odio con que actuó UPN desde el 2001 fue terrible; aunque no es posible saber si fue porque barruntaban algo o era instinto de mantener el poder, o era exclusivamente por ignorancia. La excusa era la violencia de ETA, utilizada en beneficio propio, que es por lo que ahora la añoran. El daño social, cultural y económico originado a Navarra es enorme e irreparable. Por otro lado, se intentó hacer llegar al PSOE de Zapatero, que alardeaba ya con aquello de la hermandad de las diferentes culturas, la gravedad del asunto, pero fue en balde… Aún seguían sometidos a UPN, como cuando les regalaron el gobierno tras la manifestación de «Zapatero vete con tu abuelo».
Se han cumplido ahora veinte años desde aquel descubrimiento y el desastre posterior y se han publicado por lo menos dos buenos reportajes de Kepa Garcia y Pello Guerra. Yo por mi parte quiero recordando los esfuerzos de Miguel Angel Muez, entonces ya mayor, que con varios otros más jóvenes catalizó el impulso de la defensa de la Plaza del Castillo y de la cultura y convivencia.
Naiz