“Por desgracia, la leyenda de San Fermín no es más que una composición tardía y totalmente desprovista de veracidad” (“Historia de los obispos de Pamplona”, tomo I, pág. 32, Ed. EUNSA e Institución Príncipe de Viana, 1979).
Así de simple y contundente.
Nos lo enseña D. José Goñi Gaztambide, el historiador más eminente de la Historia Eclesiástica de Navarra, Doctor y Catedrático de Historia, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Canónigo de la Catedral de Iruñea, en esa su obra más importante, de once tomos.
Dicho en cristiano: el tal San Fermín ni siquiera existió.
No es que fuese o no hijo putativo del gobernador Firme, que fuese o no obispo de Pamplona, que pasase o no a las Galias, que le azotaran y degollaran o que le arrastrase un toro por las calles, o que su vieja leyenda se desdibuje en la nebulosa de los tiempos… no: Es que no existió.
Sencillamente, es un bulo como una catedral, y ya está bien de tanto embuste, repetido, por encima, hasta la náusea.
A nuestro ilustre autor le avalan, entre sus fuentes principales, “Vies des Saints et Bienhereux” ( PP. Benédictins de Paris, tomo IX, Ed. Letouzey et Ané, Paris 1950), así como el “Dictionnaire d´Histoire et de Géographie Ecclésiastiques”, (tomo XVII, Ed. Letouzey et Ané, Paris 1971), inmenso y exhaustivo trabajo donde los haya, empezado en 1912 y que va actualmente por los 30 volúmenes, manantial de información obligatorio para cualquier interesado en la Historia de la Iglesia.
Pues eso: una mera “composición tardía y totalmente desprovista de veracidad”, o sea, puro camelo.
Más recientemente, otro insigne historiador, José Mª Jimeno Jurío, en “Historia de Pamplona y de sus lenguas” (págs. 42-51, Ed. Pamiela, 1995) ,vuelve a dejar bien claro el engaño, cerrando el capítulo -tan buenazo siempre él- con que, al fin y al cabo, “errare humanum est”. De acuerdo, pero empecinarse en el error es de necios.
Hace pocos años, Roldán Jimeno Aranguren, su hijo, zanjó definitivamente la cuestión en “Los orígenes del cristianismo en la tierra de los vascones” (págs 123-143, Ed. Pamiela, 2003), que viene a ser una síntesis y conclusiones de su Tesis Doctoral (con 26 págs. de Bibliografía). Revela todo tipo de inconsistencias, arbitrariedades y falsedades de la leyenda: el mutismo absoluto durante casi XII siglos; la imposible concordancia de las fechas; la historiografía amienense y la navarra. El relato en su conjunto, la documentación toda, en fin, que deja al descubierto la mentira.
Pero aquí, ya se sabe, cuando a algunos les interesa, por lo que sea, pasarse por la entrepierna 1.000 años de nada, es como saltarse un semáforo, y no pasa nada.
Ese es el “respeto” que merece semejante “brillante palmarés de San Fermín”, y no el solicitado por José Mª Romera, (“No me toquen al Santo”, ganador del III Concurso Periodístico Internacional San Fermín 1982).
Por no abrumarte con más citas librescas, lector amigo, sólo añadiré que en los últimos años no han faltado los artículos serios en periódicos y revistas que, para ser de divulgación, rebosan información y autoridad en su género, retratando claramente la mentira de San Fermín. Destacaré solo el del historiador Pello Guerra “SAN FERMIN. El santo que no existió” (ZAZPIKA/Gara, 28.6.2009).
¿Y la gente? ¡Ay, la gente! En la inopia está “la gente”. Lo he comprobado durante los últimos 20 años y afirmo que la ignorancia sobre el particular resulta entre pasmosa y descorazonadora. Más del 90%, no tiene ni noción. Claro que todos somos ignorantes desde la cuna; no nacemos sabidos y solo a duras penas, lentamente, vamos aprendiendo cosas en la vida, pero se me hace algo chocante tanto desconocimiento, a estas alturas de la película.
Familiares, amigos, conocidos y desconocidos, mujeres y hombres de toda edad y condición, desde titulados universitarios hasta lectores ocasionales de periódico en el bar; desde empresarios y gerentes de multinacionales, hasta “señores trabajadores” -que diría López de Arriortua-; pamploneses y navarros, en su mayoría, escandinavos, americanos, españoles, australianos… igual da: casi todos, en Babia. Mª Raquel García Alarcón lo señala en su Prólogo a la obra citada de Roldán Jimeno con estas palabras: “El caso de San Fermín es el paradigma de una devoción medieval, cuya base histórica…. sigue siendo aún hoy en día mayoritariamente ignorada por el gran público”, o sea, en román paladino, que “la gente” no tiene ni repajolera idea.
En descargo, todo sea dicho, de esta ignorancia popular, hay que reconocer que la abundante literatura sobre San Fermín es inversamente proporcional a la investigación sobre su figura. No ha habido una investigación seria, rigurosamente histórica, hasta hace cuatro días y, claro, una mentira mil veces repetida…. Más fácil aún si se le pone música popular y fiesta a tope.
La reacción tras la sorpresa e incredulidad iniciales ante la noticia, suele ser muy común : “¿Quién y cómo ha demostrado que San Fermín no existió?”. Es curioso observar cómo tanta gente se traga los cuentos, sin percatarse de que quien tiene que probar una cosa es quien la asevera, y no al revés. A nadie le corresponde probar que San Fermín no existió, sino que quien debe probar su existencia es el que la afirma, quien le venera, quien le reza, quien le canta y quien lo procesiona. Ellos son los obligados a fundamentar su aserto, pero se encuentran sin la más mínima base para ello, por lo que se ve. Es todo falso y, además, mentira, por la intención de engañar.
¿Y los curas? ¿Y los obispos? A buenos hemos ido a parar. Ellos son los mayores responsables del timo. Ni euskaldunes como Cirarda, ni tocados con tricornio de la Guardia Civil como Sebastián, ni generales del ejército español como Pérez.
Respeto, naturalmente, aunque no comparto la opinión de quienes piensan que los susodichos desempeñan su papel, y es normal que perpetúen la mandanga. Eso ni es evangélico, ni pastoral, ni edificante, ni sano. Ellos predican que “la verdad os hará libres” (Juan 8,32), pero nos pretenden embaucar con una mentira, y la mentira es destructiva y nos esclaviza.
Hace falta jeta para que en pleno 2015 un obispo se proclame “sucesor de San Fermín, primer obispo de la sede pamplonesa”. Es que hace falta morro. O son más ignorantes de lo que aparentan o son unos falsarios, o ambas cosas a la vez. Tampoco son de recibo las palabras del obispo Cirarda en su prólogo a “San Fermín, patrono”, de Jesús Arraiza (Colección Breve, “Temas pamploneses” nº 13, Ayuntamiento de Pamplona, 1.989): “Este libro no descifra las incógnitas que sólo podremos aclarar en el cielo, cuando hablemos con nuestros santos, como esperamos”. Ocurre que muchos no queremos esperar tanto, monseñor, así que ¿tendría a bien, excmo. y rvdmo. señor, mandarnos una postalica desde el valle de Josafat y adelantarnos algo sobre el tema, si es que ya ha hablado con él?
A estas alturas, se preguntará el lector por qué y cómo pudo surgir la leyenda. Aunque no hay respuesta segura, los historiadores vienen a coincidir en la hipótesis de que la estafa partiese probablemente, de algún clérigo medieval que, en su afán por dotar al cristianismo navarro de la más sólida tradición apostólica -ser “cristiano viejo” era más que un grado-, se saltó mil años de silencio en la historia, sacándose de la teja -que es como la chistera de los curas- la gloriosa (?) leyenda de San Fermín, entre una sarta de burdas contradicciones y tal cúmulo de falsedades que, como va dicho, no resiste la crítica histórica más elemental. El fenómeno es muy común, no privativo de Navarra. Si eso lo salpimentamos con un poco de politiquilla nacionalista: ¡Ahora os vais enterar, so gabachos, que si vosotros nos mandáis a San Cernin de Toulouse a cristianarnos, nosotros os mandamos a un obispo y nos lo martirizáis, paganos de m…!, ya tenemos la historieta montada. Hipótesis, sí, pero aceptable.
Total : reliquias (!) de S. Fermín, sepulcro de S. Fermín, capilla de S. Fermín, imágenes de S. Fermín; tesoro de S. Fermín; parroquia de S. Fermín; cofradía de S. Fermín; patronato de S. Fermín; hornacina de S. Fermín, S. Fermín de Aldapa; calle S. Fermín; S. Fermín de los navarros… ¿para qué seguir?
En fin, pronto tocarán a divertirse, porque llegan las antiguas y famosas Ferias y Fiestas de nuestra antigua Iruñea, perdón, de San Fermín, el que no existió.
Chupinazo, Vivas y Goras, campanas al vuelo, Vísperas, procesiones, misas, bullicio, juerga, excesos, sueño, dianas, encierros, corridas, música, gigantes y cabezudos, estruendo, sudor, peñas, barracas, bailes, hurtos, quiebra presupuestaria, fuegos artificiales, conciertos, comidas sin comedimiento y bebida hasta convertir la ciudad en el mayor urinario público del mundo, huida masiva de nativos e invasión de foráneos, escapada obligatoria al “Tributo de las tres vacas” el 13 de julio en el collado de Ernaiz, y así hasta el “Pobre de mi”.
¡Ah!, y emoción, eso sí, mucha emoción, porque mira que la jotica al santico morenico, junto al pocico, y la lagrimica por la mejillica abajo sobre la piel de gallina… ¡ay, qué emoción! (Pampurrias es lo que dan).
Por eso yo, en vez de rezarle a un santo que no existió, os pediría a vosotros, amigos irunshemes, que no engañásemos más a nuestros hijos y nietos. Ellos no son culpables de las empanadas mentales de nuestros antepasados ni del vértigo que nos pueda provocar esa especie de vacío bajo nuestros pies al descubrir la macana de San Fermín. Los peques merecen cariño, respeto y buena educación, no mentiras, además innecesarias, porque para pasárselo en grande corriendo ante los kilikis, yendo a las barracas, visitando los corralillos, rompiendo alpargatas, viendo el encierro, desayunando con churros, compartiendo alegrías con los primos del pueblo y los amigos, trasnochando un poco, como los mayores, para eso y mucho más, no hay que inventarse ningún santo de pacotilla, cargando sus mentes de tanta escoria. Por la salud de todos, amén.
Termino, y que no se me enfade alguno, por favor. Relájese y no se me encienda, sr. Romera, por eso de que “aquí se consiente mucho, pero ojo en materia de cultos, al Santo no me lo toquen, no me toquen al Santo, que me enciendo” (art. citado). Descuide, que será usted debidamente complacido. Imposible tocarle al santo, puesto que no existió.
Es una trola, y dicho queda.
Así que, amigos, ¡a disfrutar de las fiestas!