Una vez Junts ha dejado meridianamente claro que sin ellos, la suma ERC + CUP no hace mayoría independentista en el Parlamento y que ha pasado el duelo público por no haber retenido la presidencia y no haber podido impedir el ‘sorpasso’ de ERC; una vez ERC haya entendido que las formas son importantes y que comenzó las negociaciones con un grupo con 9 diputados, en vez de hacerlo con otro que tiene uno menos que ellos, 32, no parece el más adecuado para no irritar el segundo grupo, más aún si quiere su apoyo para la presidencia; una vez la CUP se haya aclarado, y deberá hacerlo, qué papel quiere jugar, en adelante, dentro la mayoría parlamentaria progubernamental; una vez ya tengamos president y govern y el baile de bastones haya finalizado la actuación; una vez los ‘hooligans’ de todos los bandos hayan entendido que hacer huelga de expresión oral y escrita es un derecho que conviene ejercer; una vez la gente haya conseguido sentarse un poco más tranquila, superado un nuevo episodio de desconcierto independentista, una vez todo esto esté ya terminado, quizás ya habrá llegado el momento de hablar, finalmente, de política.
Tenemos una correlación de fuerzas, en el Parlamento, y, por ello, en nuestra sociedad, más favorable que nunca en la historia a las tesis independentistas, con una mayoría clara sobre las que les son contrarios. Este mismo resultado, en cualquier votación en unas elecciones o en referéndum, darían en resumen la victoria democrática a los que superan el 50%, sin lugar a dudas ni discusión. Es cierto que un 52%, tal vez, es todavía un porcentaje no lo suficientemente sólido como para ser asumido como incuestionable y definitivo para la mayoría de la población, actualmente. Pero no se dice lo suficiente cuán menor aún es el 48% restante, todo el cual no es, exactamente, anti-indepentista y que sería antidemocrático por completo que la opinión de ésta tuviera más valor que el de la mayoría y se acabara imponiendo para mantener inmodificable la situación.
Marta Rovira, secretaria general de ERC, hablaba hace poco de liderazgos compartidos, una salida inteligente al callejón sin salida actual de batalla de siglas y dirigentes. Y hay que reconocer que los resultados electorales ayudan a hacerlo posible. El govern de Cataluña ha de ejercerlo la Generalitat, de acuerdo con la mayoría gubernamental que han dado las urnas. Y es el President que, previsiblemente, escogerá el Parlament quien debe presidirlo: Pere Aragonés. De ninguna manera no se puede despreciar la legitimidad del resultado electoral actual, apelando a legitimidades democráticas anteriores. Dicho esto, teniendo en cuenta que, ahora y sobretodo, la Generalitat está sujeta a los límites de la legalidad española y sus cargos a la represión desatada por el Estado con todos los medios, aquí es donde entra en juego el Consejo para la República.
Este organismo, totalmente fuera del alcance de la ley española, tiene las manos completamente libres para actuar en el exterior por la causa de la independencia. Y es el político catalán más conocido internacionalmente -y a quien, al instante, se asocia con la independencia- quien debe presidirlo: Carles Puigdemont. No hacerlo, despreciando su figura por cálculos partidistas, sería un error tan grande como no escoger a Aragonés de president de la Generalitat. Govern y Consell son necesarios, tienen funciones y ámbitos de acción diferentes y ninguno de ellos puede ser ni la competencia, ni el contrapoder del otro, porque en uno y otro deben estar presentes los mismos agentes si se quiere que Govern y Consell sean de todos y no sólo de una parte. Más que nunca, hace falta generosidad, patriotismo y sentido de Estado por parte de todos los actores.
Desde la prisión y desde el exilio se puede analizar la situación, dar orientaciones útiles a la Generalitat y hacer propuestas de futuro, pero no se puede caer, desde allí, en la tentación de pretender gobernar Cataluña. Las limitaciones legales y de movilidad que sufren presos y exiliados políticos no dejan margen de maniobra alguno para una dirección regular, persistente y diaria de la política catalana.
Pero, así y todo, los unos necesitan a los otros, como el país los necesita a todos. Al Govern de Cataluña cada partido debería llevar las personas más competentes y preparadas de que disponga en su ámbito ideológico, incorporando también independientes que aporten conocimiento, experiencia y mirada transversal. En un proceso como el nuestro, el Departamento de Asuntos Exteriores es fundamental y tendrá un papel clave de cara al futuro, por lo que hay que poner a su frente a la persona con el perfil y la preparación más adecuadas. Como también, por razones muy diversas, en Interior. Y lo mismo habría que decir de la dirección del Consejo por la República, un instrumento libre de la tutela española, que debe ser de todos y en el que cada fuerza política, cada movimiento social, debe estar representado al máximo nivel posible para que tenga credibilidad. La necesidad de contar con el compromiso activo de nombres independientes de diferentes orientaciones políticas es también una evidencia.
Nuestro caso, sin embargo, demuestra, desde el primer momento, que un proceso de emancipación nacional sólo tiene posibilidades de éxito si no se limita a las instituciones y se basa en el pueblo. La independencia del Principado de Cataluña, núcleo territorial central de la nación catalana, se ganará con la Generalitat como Gobierno, el Consejo para la República como instrumento de acción internacional y, sobre todo, la gente en la calle. Ninguno de los tres protagonistas lo conseguirá por separado, sino que tan sólo una acción coordinada de los tres lo hará posible, una acción que debe formar parte de una estrategia nacional unitaria, acordada entre todos que prevea los pasos a dar y tenga también en cuenta la mejor estrategia electoral en nuestro Parlament, pero también, y muy principalmente, en los parlamentos español y europeo.
Un frente unitario independentista nos debe permitir visualizarnos no como partido, sino como minoría nacional en el marco estatal español y continental europeo. La unidad de acción entre Govern, Consell y pueblo en la calle constituyen la triple alianza imprescindible para avanzar hacia la victoria de la libertad, con tanto realismo como decisión, sin echar campanas al vuelo, ni frenos de mano. Y el primer paso para devolver la calma, la confianza y el optimismo a la gente no es otro que la constitución, sin más dilaciones, de un gobierno independentista de amplia concentración nacional. Tenemos prisa para llegar a la independencia. Pero la tenemos, también, para combatir la pandemia, la emergencia social, climática y lingüística, con las herramientas afiladas y los mejores segadores (1). Cuanto antes, mejor.
(1) Referencia al ‘Els Segadors’, himno nacional de Cataluña: «Per quan vingui un altre juny / esmolem ben bé les eines» («Para cuando venga otro junio / afilemos bien las herramientas»).
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