LA cuestión más frecuente sobre la Transición española que asoma en la mayoría de los ámbitos sociales trata sobre cuándo acabó, en qué fecha se puede dar por finalizada. Las respuestas son variopintas, pero la generalidad acota las fechas que tienen relación con el golpe de Estado de 1981 o la victoria socialista en las elecciones de octubre de 1982. Pero ¿cuándo empezó a gestarse la Transición? No fue un aquí te pillo, aquí te pongo. La Transición se había fraguado mucho antes de la desaparición del dictador.
El camino de la Transición estuvo lleno de obstáculos y problemas. Al igual que Ulises en su regreso a Ítaca, aquélla tuvo que enfrentarse a numerosos episodios que la pusieron a prueba. La provocación que sufrió la tripulación de la nave de Ulises, el encantamiento de las sirenas fue repelida porque les taponaron las orejas con cera; pero los navegantes de la nave que transportaban la tan deseada libertad se dejaron engañar por los cantos atrayentes. Ulises se ató a un mástil, previendo que el deseo de escucharlas fuera nefasto para su regreso. La Transición ató al mástil a la tradición y dejó a la libertad con los oídos sin taponar.
En las transiciones políticas en general, y más la que nos corresponde, es capital considerar los efectos perversos que las acciones de los humanos, en relación con la realidad, consciente o por casualidad, se sirven de una coyuntura que ejerce de trampolín. En este caso, la Transición fue el engaño, la coartada, para la autotransformación del franquismo hacia una democracia de masa, de control y de opinión (sin la participación de los partidos políticos, quedando los ideales y orientaciones políticas dentro del corsé franquista, de manera que la población quedó al margen de la transformación).
Ese camino idílico y encantador que nos han ofrecido desde las esferas del poder, ese itinerario que la Transición realizó atada al mástil, no tiene nada que ver con la reconciliación entre vencedores y vencidos unidos con el objeto de construir una verdadera democracia ejemplar, que sirviese de modelo a otras muchas. No. Lo único que se consiguió por este camino fue entretener con razones aparentes y engañosas a las fuerzas populares, que fueron la fuerza motriz que movía la nave.
Tan solo recordar que todas las transiciones ocurridas entre los años 70 y 80 del siglo XX se hicieron bajo el control de Estados Unidos. No son pocas, aunque nosotros nos quedamos con la de Portugal, Grecia y España, no debemos olvidarnos del deshielo de los países comunistas de la Europa Central y Oriental y su progresivo acceso al sistema democrático. Europa Occidental vivía por aquellos años un desencanto político que apartaba a la sociedad de los partidos, los cuales sólo luchaban por conseguir el control de sus respectivos Estados. Bajo esta coyuntura, todas las transiciones parten desde una misma estructura: todas se hacen desde el poder (socio-político) dominante; los actores principales son las organizaciones políticas formalizadas, partidos e instituciones legalizados (quedan fuera las fuerzas populares, antes mencionadas); el instrumento privilegiado no es la confrontación, sino el pacto. Para que éste funcione se pide la condonación y el olvido de unos actos que tienen su protagonismo en los autocráticos; finalmente el pacto está garantizado por grupos de personas que pertenecen a la escala media de la sociedad del respectivo país, que avalan simbólicamente la posibilidad de cambio, con antecedencia democrática en sus actos públicos.
El origen de la Transición española, que no es innovadora, parte a comienzos de los años cincuenta del siglo pasado, el gobierno norteamericano desarrolla una nueva táctica en Europa tras la II Guerra Mundial, con actitud más proteccionista. Se desarrollan reuniones con los representantes de los diferentes países europeos, y allí se encontraba Nicolás Franco Bahamonde, embajador en Lisboa, negociando. Estas reuniones fueron el antecedente del Club de Bilderberg, mayo de 1954, para el Time «se reunían para planificar acontecimientos mundiales», que dieron paso a la Comisión Trilateral (el supergobierno del mundo) por donde pasaron dirigentes españoles, como Manuel Fraga y Leopoldo Calvo-Sotelo. Poco a poco se iban construyendo en los astilleros las diferentes naves de tránsito. Cabe afirmar, como argumenta Vidal Beneyto, que la intervención militar en España era insostenible, como prueban los documentos oficiales de los Estados Unidos referentes a este tema. Los contactos de Vernon A. Walters, perteneciente al servicio de inteligencia USA y enviado personal de R. Nixon, con el general Franco y la cúpula del Ejército español «permiten afirmar que la permanencia de España en la órbita occidental estaba asegurada después de la desaparición del dictador».
En el famoso Contubernio de Múnich (1962) se pusieron en contacto el antifranquismo en el exilio y los movimientos antifranquistas del interior del país. Las negociaciones incluían las intenciones de Alemania, Francia, Italia y USA que necesitaban integrar plenamente a España en sus estructuras económicas y militares. La coyuntura anticomunista necesitaba todos los remos y la nave española navegaba al ritmo que imponían los dirigentes mundiales. Estos hechos nos indican que la Transición no fue dirigida ni ideada aquí, por lo menos, tanto como nos lo han hecho creer. En 1974, las Juntas Democráticas negociaron la Transición, fue un proceso dirigido por las élites políticas del franquismo, que cooptaron a los reformistas de izquierdas al proceso. Manuel Vázquez Montalbán defendía que «los sectores sociales que ganaron la guerra civil volvieron a ganar en la Transición empleando a los reformistas del franquismos y a los reformistas de la izquierda». Desde 1953 la baza de seguir con la monarquía dinástica estaba aprobada, el único cambio que Franco propuso, y que fue aprobado, fue cambiar a Juan de Borbón (tildado de moderado) por Juan Carlos (amamantado por él). Luego, la banalización de la dictadura se ha transformado en naturalización histórica del franquismo y de su transición.
En la leyenda de Jasón y los Argonautas, los marineros se salvaron por los cantos de Orfeo, que distrajeron a las sirenas y así se salvaron del desastre, éstas derrotadas se convirtieron en piedras. La Transición española encalló, y los engaños de las sirenas suenan encantadores rebotando en las piedras de una libertad pactada.