La trampa del referéndum

Tras el éxito sonado de la convocatoria de la manifestación a favor de la independencia de Cataluña del 11 de septiembre de 2012, se escuchan numerosas voces a favor de la convocatoria de un referéndum para decidir democráticamente el destino de Cataluña. Y me pregunto: ¿por qué es necesario un referéndum?

 

Desde la Fundación de Estudios Históricos de Cataluña siempre hemos defendido que, pese a la visión de la historia de nuestro país que españoles y franceses nos han querido imponer, Cataluña -la parte que pertenece al Estado español- no es España, ES DE ESPAÑA, fruto de una conquista militar. No fue una adhesión o una unión voluntaria de la que ahora nos arrepentimos. Un país ocupado como lo fueron, por ejemplo Francia, Bélgica, Holanda, Noruega o Polonia desde 1939-1940 como consecuencia de la invasión por parte de los ejércitos alemanes. Tras la derrota de los nazis, en 1945, todos estos estados recuperaron automáticamente su soberanía. A nadie se le ocurrió proponer un referéndum para legitimar la nueva situación.

 

Si Cataluña es un país que perdió su soberanía por la fuerza de las armas y fue ocupado militarmente desde 1714, debería tener la misma consideración que los países ocupados por los alemanes durante la segunda guerra mundial. La anexión de Cataluña fue consecuencia de una agresión militar y fue seguida de un trato de país conquistado con ejecuciones, torturas, exilio, cárcel y expolios de todo tipo que, con pequeños intervalos, se ha prolongado durante la mayor parte de estos trescientos años.

 

El olvido de nuestra historia explica la aceptación acrítica de un procedimiento independentista que implica la legitimación de las razones de los ocupantes según las cuales Cataluña es una parte inseparable de España de la que forma parte por propia voluntad y desde tiempos inmemoriales .

 

Los catalanes, por tanto, de ninguna manera deberíamos sentirnos obligados a sustentar nuestro derecho mediante una consulta popular. Simplemente, sería necesaria una proclamación de nuestro parlamento, consensuada con las potencias europeas y mundiales, que restituyera, automáticamente, la soberanía perdida hace 300 años.

 

Aparte de ser un acto de absoluta justicia histórica, esta vía nos ahorraría un desagradable proceso previo a la consulta, atizado por el Estado español con todos sus recursos, lleno de trampas, de amenazas y de mentiras, que tendría como objetivo sembrar el miedo y la división entre la población catalana.

 

 

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