La trampa de los muertos y el tabú que esconde

Ot Bou Costa

El 26 de octubre de 2017, la consejera Clara Ponsatí dijo al president Puigdemont: “Mientras utilices el argumento de que paramos para que no haya muertos sobre la mesa, no podremos ser nunca independientes. Porque no puedes garantizar que no los habrá. Y ellos siempre pueden amenazarte con muertes. Siempre. Por tanto, estás renunciando a la independencia, president”. Son las palabras textuales recogidas en el libro que acaba de publicar, ‘Muchos y nadie’ (la Campana). «Retirarse porque ellos amenazan es aceptar su violencia». No dice en ningún sitio que debamos ser violentos. Ni que tengamos que morirnos. No es ninguna propuesta. Es una posición ética reactiva, a donde sólo hay que llegar si el otro te amenaza con ser violento. Es tan evidente, tan básico lo que Ponsatí dice, que quienes se sorprenden sólo pueden hacerlo por dos motivos: o bien piensan que es imposible que el Estado español sea violento, en caso de una independencia unilateral, o bien piensan que es necesario renunciar a los objetivos democráticos si te amenazan con que te harán daño.

Ambas tesis son profundamente ingenuas. La amenaza de la violencia del Estado no es una fabulación delirante. Es la premisa sobre la que se ha edificado todo el retroceso de estos últimos años. El miedo prostituido es el cemento del nuevo autonomismo: sin el temor a represalias nadie retrocede. La violencia policial del Primero de Octubre no fue un estallido de rabia, ni un desliz de Mariano Rajoy. Fue precisamente una operación pensada hasta el último detalle para hacer explícita esa amenaza, fuese más o menos real. “Si por un referéndum habéis recibido tantos palos, imaginad a qué estamos dispuestos. Si vais más allá, iremos más allá nosotros”. Claro que previeron las portadas internacionales, el mensaje ya era éste: estamos dispuestos a asumirlas. La desproporción no fue un error, fue el sentido mismo de la represión. Hacía falta desproporción porque era necesario que el Estado pareciera más fuerte de lo que lo era. Era una apuesta emocional. Rajoy lo sabía. Y la ganó. Por eso es tan importante lo que dijo Ponsatí.

El argumento de que un baño de sangre es imposible es legítimo, pero implica que la unidad del Estado se basa en la sombra de una amenaza. Muy bien, esto segundo es lo que decía Ponsatí: que el arma principal del Estado español para decirnos que no intentemos la unilateralidad es la amenaza de una violencia potencial, que el Estado siempre podrá jugarla porque es un Estado, y que, por tanto, “retirarse porque ellos amenazan es aceptar su violencia”. Es decir, que no vas a hacer la independencia. El segundo argumento, que dice que la sola amenaza ya es motivo para rendirse, es diabólico. La pregunta que el lunes hizo Gemma Nierga a Ponsatí es una pregunta cambiada. “¿De verdad usted cree que la independencia de Cataluña es tan importante como para valer la vida de una persona?”, le dijo. Es una cuestión abstracta, moral. Si estamos de acuerdo en que el agresor es quien mata, la pregunta lógica sería otra. “¿De verdad usted cree que la unidad de España es tan importante como para valer la vida de una persona? ¿¿O para valer un exilio o una cárcel?”

El razonamiento de Nierga y el teatro moralista de los espantados muestran hasta qué punto se ha consolidado, mentalmente, la ocupación del país. Como hay argumentos que parece que sólo se entienden si el marco es hispanocéntrico, la pregunta podrían trasladarla a 1936. “¿De verdad usted cree que la República es tan importante como para valer la vida de una persona?” O podrían haberla hecho durante la mal bautizada transición, que tan ejemplar les parece y que también costó muertos. “¿De verdad usted cree que el regreso a la democracia es tan importante como para valer la vida de una persona?” Si la respuesta, bienvenida, fuera que la democracia es un sistema político y la independencia, en cambio, un proyecto que debe vehicularse por medio de este sistema, la observación me pondría francamente contento. Porque entonces seguro que estaríamos de acuerdo en que la independencia se debe poder conseguir democráticamente. Y una democracia que no lo permite, y que por no permitirlo amenaza con la violencia, sólo puede ser algo. Un Estado ocupante.

Las palabras de Ponsatí fueron clarísimas en todo momento, aunque hayan querido manipularlas. Cuando el periodista Fidel Masreal le dijo, al final de la entrevista, que manda Esquerra porque “alguien cree que la independencia puede alcanzarse de otra manera”, ella ya rebatió en cuanto no hablaba de cómo hacer la independencia, sino de cómo responder a la hipotética violencia del Estado. “Que yo responda sobre mi disponibilidad a pagar costes personales no es un proyecto político. Me ha hecho una pregunta de tipo ético. Y yo la he respondido. […] Si la interpretación es que yo soy partidaria de la violencia, en modo alguno”. No hay margen de duda. Es lo que se hizo el Primero de Octubre. Defender las urnas a pesar de las porras. Pero ha habido un intento capcioso de llevar las palabras de Ponsatí hacia el debate sobre cómo debemos hacer la independencia porque el debate sobre la violencia del Estado desemboca en un peligroso tabú, que es la legitimidad de la unidad de España y , por tanto, la ocupación.

Ayer, la portavoz del gobierno de la Generalitat, Patrícia Plaja, dijo : “Sobre las declaraciones de Clara Ponsatí, como saben, este gobierno siempre ha defendido trabajar en el objetivo para conseguir la independencia de nuestro país por vías pacíficas y democráticas. No se hará ningún tipo de apología de la violencia ni se compartirá ni se respetará, venga de donde venga. Nunca se comparte la apología de la violencia porque nada justifica los actos violentos ni una muerte”. Y el nuevo portavoz de Junts, Josep Rius, tres cuartos de lo mismo: “Respetamos las opiniones personales que la consellera Ponsatí haya podido emitir. Nosotros siempre hemos defendido la vía pacífica y democrática para conseguir la independencia de Cataluña”.

La amenaza de violencia hace que muchos catalanes que idealmente preferirían la independencia renuncien a ella de facto. Como esto es evidentemente impropio de una democracia, limita al máximo las opciones de justificar no haber hecho la independencia. Por eso no es sólo el unionismo el que necesita convertir ese debate en un debate de locos. También Esquerra y Junts necesitan hacer ver que Ponsatí no hablaba de la violencia del Estado, y la han acabado acusando indirectamente de partidaria de la violencia. El precio a pagar por tratar de justificarnos mediante la ética españolista siempre nos acabará trayendo sumisión o autodestrucción. Al fin y al cabo, cómo se preguntaba Ponsatí aquel 26 de octubre: «¿Cuál sería el coste de no haber obedecido el resultado del referéndum?».

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