Hace 50 años, el régimen franquista ejecutó por garrote vil al militante anarquista Puig Antich y a Michael Welzel, un ciudadano de la “Alemania comunista” que había matado a un guardia civil y se hizo pasar por polaco con el nombre de Heinz Chez. Entonces, las movilizaciones contra la Dictadura se centraron en el anarquista catalán por su carácter político, olvidándose del “polaco” porque era un delito común. Unos años después, Els Joglars llevó a escena “La torna”, obra teatral denunciado ese silencio interesado del caso Welzel, ya que, para Els Joglars, era precisamente lo que faltaba -“la torna”, según una tradicional costumbre catalana- para comprender el verdadero significado de lo ocurrido: la ejecución injusta de dos personas, dejando al margen si el delito era político o común.
Ahora está ocurriendo algo parecido con la cuestión palestina respecto a otras campañas de limpieza étnica, concretamente en el antiguo Sáhara Español y el Kurdistán, que han sido olvidadas todos estos meses para concentrarse en el caso de Gaza. Se dirá que esas tres situaciones no son comparables, y es verdad, aunque, si en Oriente Medio ha habido un pueblo que ha sufrido el etnocidio en las últimas décadas, ese es el kurdo, bien en Irak, Irán, Siria o Turquía. Por ejemplo, en Turquía, a cuyo Gobierno España apoya explícitamente, se han arrasado miles de pueblos y barrios enteros de grandes ciudades con la misma justificación de Netanyahu: combatir a grupos terroristas que utilizan el ámbito urbano como campo de batalla.
Aún hay una diferencia más sangrante en este caso “olvidado”, como el de Welzel, en los actuales debates sobre política exterior. En el caso palestino, el Gobierno español no participa directamente en el etnocidio, pero sí lo hace en el caso kurdo porque tropas españolas siguen defendiendo la importante base aérea de Incirlik, donde se diseña y se lanzan los ataques y bombardeos contra los kurdos. Gracias a este apoyo del Ejército turco, los grupos islamistas, sobre todo desde 2018, han completado la limpieza étnica en las regiones de Afrín y la franja Tell Abyad/Ras al Ayn. Más de 300.000 personas han sido desplazadas, siendo sustituida la población local por nuevos asentamientos y miles de familias traídas de otras partes de Siria. Y aquí también ha habido matanzas, secuestros, desapariciones, torturas y vejaciones especialmente dirigidas a combatientes kurdas.
Es cierto que los crímenes en el Kurdistán sirio, perpetrados por un Gobierno que se presenta como el principal defensor de la causa palestina, no tienen la misma intensidad que los cometidos por Netanyahu, pero solo por coherencia política no puede olvidarse un problema tan grave, sobre todo si hay una implicación directa de España, como ocurre en este caso. Algo parecido se podría decir del antiguo Sáhara español, donde, gracias a la dejación de España en sus funciones como potencia descolonizadora, se puede dar por culminada la desaparición de un pueblo con entidad propia, al que habíamos prometido la autodeterminación, siendo sustituida la población autóctona, tras desigual guerra, por miles de colonos marroquíes.
Hay que considerar la valentía de Pedro Sánchez a la hora de impulsar el reconocimiento de Palestina en Europa, pero también recordar que fue una de las condiciones impuestas por Sumar para apoyar su investidura. Le faltó tiempo al Frente Polisario, tras anunciarse el acuerdo, para echar en cara a Yolanda Díaz que hubiera desaprovechado tal oportunidad para que el Gobierno español asumiera su histórica responsabilidad como potencia descolonizadora y reconociera a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), país que mantiene relaciones diplomáticas con decenas de Estados de todo el mundo.
Por cierto, el nuevo embajador cubano ante la RASD acaba de declarar que, ante este grave problema, no bastan las grandes proclamas y los brindis al sol, como se está haciendo en el Congreso de los Diputados, sino iniciativas prácticas. Por ejemplo, una campaña para reconocer al Estado saharaui en la UE, con el Gobierno español y las fuerzas políticas que le apoyan al frente.
Se volverá a argumentar que no son situaciones comparables por el número de muertes y el grado de destrucción en la campaña genocida de Netanyahu. Pero entonces asalta una pregunta: ¿es la cantidad de muertos y la magnitud destructiva lo que determina el reconocimiento de un Estado? Entonces, los kurdos ganarían por goleada. No se trata de eso, por supuesto; se trata de coherencia política porque, de lo contrario, nos encontraríamos ante una nueva “torna”, ante “la torna del Sáhara y el Kurdistán”, ante lo que falta y se olvida para comprender lo que realmente está ocurriendo, a no ser que, como en el caso de Puig Antich y Welzel, primen los intereses políticos circunstanciales.
DIARIO DE NAVARRA