La sombra del «Rais» Sadam Hussein derrotado, ejecutado de forma humillante, se alarga sobre estas elecciones generales del próximo 7 de marzo, las segundas que se organizan después de la guerra y la ocupación norteamericana del 2003 y del nuevo régimen republicano iraquí, nacido bajo su inspiración.
El resultado de estas elecciones puede ser nefasto para la precaria estabilidad de la nación, si el gobierno de predominio chií, de Nur el Malki, muy vinculado a la república islámica de Irán, no reconsidera su tajante acción de cortar el camino a las urnas de alrededor de quinientos candidatos al parlamento, acusados de haber sido miembros, simpatizantes, seguidores del partido «Baas», que fue durante, treinta años el núcleo del poder iraquí.
Entre los excluidos hay descollantes políticos sunís como Saleh el Mutlaq, Dafer el Ani, un ministro que desempeña actualmente la cartera de defensa, e incluso un ex jefe de gobierno, Yad Aalui, chií ex baasista. Una comisión «ad hoc»-un órgano que recuerda según sus adversarios, el «Consejo de los Guardianes» que tiene la última palabra en Irán sobre las candidaturas que se presentan en sus elecciones-prohibió a estos ciudadanos postular por el acta de diputado en los 325 escaños del Parlamento al que se presentaron 6172 personas- aduciendo que estaban comprometidos con el perseguido partido «Baas».
La comisión judicial, presidida por Al Faisal el Llami, un colaborador del político chií pronortemericano Ahmad Chalabi, que había abogado en favor de la invasión y que después cayó en desgracia a los ojos del presidente Bush, ha actuado de acuerdo con una ley parlamentaria.
Pese a que la ley iraquí establece que los afectados por esta prohibición pueden apelar al Tribunal Supremo, pocos lo han hecho, percatados que la decisión judicial está completamente politizada por el gobierno de El Maliki.
La exclusión de estos candidatos pone en entredicho la credibilidad de estas próximas elecciones, la pretendida «democracia» impuesta por los EE.UU., y puede fomentar los siempre latentes violentos conflictos entre sunís y chiís, precipitar al Irak en más cruentas catástrofes civiles, además de perturbar el plan del presidente Obama de evacuar totalmente el próximo año, sus tropas expedicionarias.
El vicepresidente de la república Tarek el Hachemi, respetado político suní, calificó esta prohibición de «peligrosa». Al estar el «Baas» compuesto primordialmente de sunís, hay la tentación de confundir todos los sunís con baasistas y representar el gobierno de Bagdad,sobre todo, a los chiís el enfrentamiento es fácil. Los sunís ante esta exclusión pueden también creer que sólo es a a través de la violencia como pueden conseguir sus objetivos. Consideran que Nur El Maliki les quiere apartar de la elección porque representan grupos políticos de tendencia laica muy populares, frente a las organizaciones chiís como Al Dawa, al «Congreso islámico de Irak» de la poderosa familia Hakim o a los seguidores de Muqtada Sadr, de radical vocación confesional.
Si los dirigentes sunís deciden como hicieron en las primeras elecciones legislativas del 2005, el boicot, el escrutinio carecerá del necesario apoyo popular, retrasará, peligrosamente, la constitución del nuevo gobierno. La república será arrastrada por la violencia, socavada por la desintegración de sus comunidades chií, suní, kurda.
La exclusión de los candidatos «baasistas» es popular precisamente entre los habitantes sunís, chiís y kurdos, que siempre acusaron a Sadam Hussein de brutales represiones militares, que sufrieron en sus regiones del sur y del norte, tras la primera derrota de su régimen en la guerra de 1991, con las tropas norteamericanas y aliadas además de haberles arrastrado a mortíferos conflictos bélicos como el de Irán. «Antes votaria al diablo -dicen algunos chiís de Bagdad- que a un «baasista».
Tienen miedo que el «Baas» vuelva al poder y pueda vengarse. No olvidan a sus mártires, a sus condenados, a sus deportados, a sus prisioneros del anterior régimen. Los siete años de la guerra y del derrocamiento de Sadam Hussein aún no ha saldado la lucha por el gobierno, durante décadas dominado por los sunís.
Para otros irakíes, la retórica del primer ministro Al Malki trata de hacer olvidar sus fracasos en el mantenimiento de la seguridad, en la acción contra la corrupción, gubernamental y contra la ineficacia de los servicios públicos vitales. La campaña electoral, iniciada hace unos días en Irak, ha comenzado en un ambiente de «caza de brujas» del régimen «baasista», odiado y denostado por unos, pero que otros evocan con nostalgia.
Publicado por La Vanguardia-k argitaratua